Ahora que nos ha sacudido el sismo más fuerte en los últimos 100 años, no podemos evitar hacer memoria de uno de los eventos que marcó a los habitantes de la Ciudad de México: el sismo del 85.
Porque ese 19 de septiembre de 1985 surgieron, de entre las grietas y los escombros, raudales de una solidaridad que impresionó a la comunidad internacional. El apoyo mutuo fue una práctica que acompañó los siguientes días tras la tragedia, en la cual se calcula murieron 15 mil personas.
La del 85 es una memoria imprescindible en estos momentos, pues a más de uno el temblor del día 7 de septiembre del año en curso se nos traspasó al cuerpo, haciéndonos temblar de pies a cabeza (no sabíamos si por miedo, o como reflejo orgánico de la tierra a la que estamos conectados). E inevitablemente nos recordaron estos temblares de la tierra y el cuerpo al sismo de 1985, para el cual el reciente sismo pareciera casi un homenaje de aniversario.
Por más de una mente surgieron preguntas como: ¿se repetirá la tragedia? ¿pronto estaremos entre escombros y cenizas? Pero más importante aún: ¿Tendremos la valentía que nuestros padres, tías y abuelos tuvieron en el 85?
Porque de haberse asemejado en magnitud destructora el reciente sismo en la Ciudad de México con el de 1985, muchos habrían sido los destrozos, las muertes y las heridas. De que no se repitiera la tragedia sólo nos salvó la distancia y la profundidad a la que se produjo el movimiento tectónico en esta ocasión.
Es buen momento para recordar por ello el ensayo El día del derrumbe y las semanas de la comunidad que elaboró el cronista Carlos Monsiváis, en el cual relata las reacciones de los citadinos ante los paisajes incomprensibles y desolados de destrucción de esa mañana de 1985, donde fluían ríos de vidrio y montañas de cascajo. En este ensayo, reúne Monsiváis un “catálogo de reacciones”, donde constan diversos testimonios que detallan las olas de sentimientos que produjo el sismo:
—La sensación de miedo, de fin de seres y de cosas. La angustia intraducible.
—El proceso de la salvación individual. Las anécdotas del rescate.
—El reconocimiento visual de la catástrofe. El azoro. El miedo que no termina.
—La culpa y la alegría de estar vivos.
—La preocupación indetenible por los demás.
—La inmersión en el rescate de los seres próximos o de los perfectos desconocidos.
En estas profundas, lacerantes pero también esperanzadoras reacciones que relata, Monsiváis no omite nada de lo que vio. No omite ese “enfrentamiento a la autoridad, representada por los cordones del ejército y de la policía, cuyo sentido de la disciplina pasa por encima de los requerimientos del dolor o la solidaridad.” Ni tampoco omite que “a la acción de la Naturaleza potenciaron la corrupción, la ineficacia, el descuido”.
Y ello hace de los voluntarios un caso aún más increíble, no sólo de solidaridad, sino de una capacidad de reacción que nadie hubiera pensado posibles, una reacción potenciada por un compromiso con la humanidad. "No se muevan", recomendó el gobierno. Pero la solidaridad se puso en movimiento sin chistar, como un acto de desobediencia y, ante todo, como un acto de simple y llana humanidad.
Así sean muy semejantes, los relatos de los voluntarios transparentan la benéfica diversidad —inesperada— de grupos sociales y tipos humanos unidos por el aprecio a la vida. Antes del 19 de septiembre, la frase anterior se habría calificado de "retórica"; en las semanas del terremoto, su solidez deriva de hazañas, resistencia cívica, movilizaciones, la angustia del rescate convertida en parábola humanista.
Esa parábola duró días y días de intenso trabajo. Y sigue el relato:
El voluntariado juvenil se consigue marros, palos, barretas, palas, "patas de cabra", zapapicos. Hay demandas de herramientas y los particulares las compran en tlapalerías, las buscan en sus casas, las piden prestadas. Con uñas y dedos se cavan hoyos por donde sólo pasa el cuerpo. Un grito se extiende: "¡Aguanten! ¡Vamos por ustedes!" Aparecen los "topos", la especie instantánea, que cavan en condiciones de extrema dificultad, extraen a los cuerpos en descomposición arrastrándose durante horas por pasillos improvisados.
Y la crónica se extiende y se hace infinita. Miles de relatos, testimonios, miradas, recuerdos… Excavaciones de 18 horas, bebés "milagro" que sobrevivieron durante días entre restos de hospitales, voluntarios que rescataron a tantos que perdieron la cuenta. Ese 19 de septiembre de 1985 fue la más pura expresión de la fuerza vital de la sociedad civil; de su capacidad de organización ante una tragedia.
Estas son sólo algunas de las lecciones que en estos días de tormentas, huracanes, tsunamis y temblores nos hacen pensar en un próximo fin del mundo. Quizás suceda. Pero la memoria de la valentía y la solidaridad que acompañan a la tragedia de 1985 nos remite a lo precioso de la vida, y nos hace estar listos espiritualmente para afrontar lo que pueda pasar en un futuro.
Por ahora, deben ser un ejemplo a seguir para ayudar a las víctimas del reciente sismo que azotó nuestro país y que dejó graves afectaciones y damnificados en la zona del sureste.
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Foto de portada: Fanzine de la Cooperativa Cráter Invertido