De entre las decenas de grupos indígenas que engalanan la identidad cultural de México, los wixárikas (común e imprecisamente conocidos como huicholes) son, sin duda, de los predilectos del imaginario. Esto se debe tal vez a la viveza de su misticismo, proyectado en su tierra sagrada, Wirikuta, sus portales entre mundos o nierikas, y a su asociación ritual con el hikuri o peyote. Otras razones son, seguramente, su arte –inmerso este en praderas de geometría y color–, su música tradicional, que ha fascinado a millones, entre ellos a músicos como Phillip Glass, y en general a una cosmogonía que nos remite al carácter ubicuo de lo sagrado.
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Aunque muchos lo ignoran, uno de los más refinados compositores de la escena electrónica mundial es mexicano, riendo de Ensenada, y se llama Fernando Corona (mejor conocido como Murcof). Su excitante exploración sonora le ha llevado a materializar obras memorables. Y fue en 2011 cuando Murcof reunió a un par de brillantes músicos franceses, Erik Truffaz y Dominique Mahut, al maraakame Don José Luis Ramírez y a su hijo, músico, Enrique Ramírez, para presentar junto con su amigo y músico tijuanense, Edgar Amor, Wixarika Project.
Se trata, en palabras del propio Murcof, de “una aventura musical profundamente inspirada en la música huichola tradicional”. Originalmente el proyecto responde a una solicitud del Festival Grenoble, de Francia, en donde fue presentada la obra. Sin embargo, Wixarika Project también ha sido compartido en otros festivales y al parecer podría incluir futuros desdoblamientos.
Por lo pronto el resultado de esta amalgama de fuerzas creativas y espirituales ha sido sublime: atmósferas orgánicas, casi hipnóticas y relajantes, sirven de lienzo idóneo para que Truffaz (con quien, por cierto, Murcof co-creó el álbum Mexico), imprima el sonido de su trompeta y Mahut el de sus percusiones.
Llama la atención el ánimo trascendental de la pieza, la cual invita sutil pero frontalmente a experimentar sensaciones o, mejor dicho, estados, que van más allá de la individualidad y se funden con ese “algo” que es más grande que cualquiera. Y es justo este proceso el que parecen avalar los cantos chamánicos de Don José Luis Ramírez, cuya gentileza penetra hasta lo más hondo, afianzando, incluso trascendiendo, la experiencia sonora.