Como podrán ver en el vídeo que acompaña estas líneas, y en otros tantos más que he compartido con ustedes a través de este medio, ¡es casi increíble la gran cantidad de restos arqueológicos que aún podemos encontrar en medio del campo!; vestigios de nuestro pasado que no se encuentran resguardados tras ninguna valla o vigilados por algún custodio.
Estos "modestos" sitios arqueológicos merecen también la atención de las personas y de los medios. No sólo para enriquecernos, culturalmente hablando, al conocer más de nuestra historia e identidad, sino también para adoptar el compromiso de valorarlos y protegerlos.
Quienes siguen mis publicaciones saben que unos de mis temas recurrentes es el difundir (a veces con cierto tono de denuncia hacia las autoridades responsables) la existencia de vestigios arqueológicos "poco conocidos" y generalmente ubicados en "zonas agrestes"; es decir, restos arqueológicos que no se encuentran habilitados para recibir a los turistas y que muchas veces se ubican en campo abierto, en cañadas, abrigos rocosos o inclusive en lo alto de cerros y montañas.
Como resultado de lo anterior, en contadas ocasiones he recibido comentarios negativos por parte del público. La mayoría de dichas críticas versan sobre un mismo punto: al darlos a conocer, mas personas los visitan y como consecuencia, esos mismos vestigios son destruidos.
De primera instancia pudiera parecer que sus reclamos tienen cierta lógica: si nadie conoce de su existencia, por ende, ¡nadie se acercará a ellos! Con esta fórmula pudiéramos pensar que dichos vestigios permanecerán intactos; ¡impolutos y lejanos de las "destructivas manos" del hombre!…
Pero estas afirmaciones "no cuadran" del todo cuando me señalan como el causante de su destrucción a causa de la difusión que hago de los mismos; y es que sucede que, cuando yo llego con mis cámaras y equipos a documentarlos, estos ya se encuentran, vandalizados o saqueados en mayor o menor medida. ¡Los "malos" llegaron mucho antes que yo!
En otras palabras, antes de que ustedes supieran de su existencia (a través de mis publicaciones), y mucho antes de que yo me enterase de ellos a través de mis investigaciones, exploraciones ¡e incluso por el llamado de los mismos pobladores que "me invitan" a conocerlos y documentarlos!, estos sitios ya habían sido dañados seriamente.
De esta manera, si NO se hace pública la existencia de dichos vestigios, es decir, si no existe labor de divulgación, el conocimiento de los mismos quedará restringido a un muy acotado sector de la población: Los investigadores y académicos (que en ocasiones son círculos "muy cerrados" que divulgan para sí mismos), los habitantes locales (que ante los cambios sociales tan vertiginoso que vivimos muchas veces "reniegan" de los restos materiales de sus antepasados) y los saqueadores (que pueden ir desde el inocente campesino que vende la "figurita" que encontró al turista que va de paso, hasta el saqueador profesional que trabaja por encargo del coleccionista privado del mercado negro de antigüedades).
Mi postura es la siguiente: "¿Cómo es posible valorar y, por ende, proteger aquello que desconocemos?".
Desde esta frase me atrinchero ante las críticas y contraataco sosteniendo que mi objetivo es la divulgación de ese patrimonio que nos pertenece a todos: dar a conocer aquellos vestigios que son parte de nuestra identidad como nación y de nuestras raíces como seres humanos y ¡también, ¿por qué no?!: ¡Darlos a conocer para su puro y absoluto disfrute estético!.
Así, al saber de la existencia de tales vestigios y "el reconocer parte de nosotros en ellos" nos llevará a valorarlos y a tomar conciencia de su fragilidad… Y si la "ajetreada vida moderna" nos lo permite, quizá podamos tomar partido, movilizarnos de alguna manera desde nuestra "trinchera ciudadana" para darlas a conocer, en espera de que las autoridades mexicanas, a quienes les compete la educación y el resguardo de nuestro patrimonio, tomen alguna clase de medida que nos de la esperanza de que podremos conservar estas "mudas rocas" que se encuentran labradas y decoradas con nuestra historia y que justo ahora, cuando leen estas líneas, yacen en algún paraje del campo, resguardadas tan solo por la maleza que las rodea y custodiadas por los reptiles e insectos que se posan sobre ellas.
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