Hay en la pluma de Juan Rulfo un incesante recuerdo del pasado mexicano. Memorias prehispánicas que hoy sólo existen en forma de ecos en la historia. Silenciosas, pero muy presentes en la reproducción indefinida de una cosmovisión (siempre) sanguínea.
Juan Rulfo fue el hombre que dedicó su vida a interpretar secretos de cultura bajo los territorios de la literatura. Todos ellos, fundidos en una ficción atemporal y una acentuada inclinación por la muerte. Porque para el mexicano –bien enterado de su cultura primigenia– es fácil imaginarse escenarios fantásticos como los rulfianos. Por ejemplo, imaginarnos Comala, ese no-lugar que conserva las almas en pena, donde se habita eternamente en el recuerdo.
Sus cuentos y sus dos únicas novelas publicadas han bastado para enterarnos de que, su obra escrita, es una reproducción del conocimiento indígena, cuya base histórica se encuentra ciertamente en el conocimiento oral. Esto se confirma luego de que el mismo J.R. confesó abandonar la escritura tras la muerte de su tío Celerino, nada menos que su acompañante viajero, junto al que fue partícipe de innumerables experiencias de corte esotérico a lo largo y ancho de la República Mexicana. Aquél personaje fue también dador de un sin fin de secretos de cultura e historias de las que Rulfo no dudó en empaparse para escribir sus dos célebres obras: Pedro Páramo y El llano en llamas.
De su discreto pero astronómico catálogo de vida se desprenden también obras fotográficas (unas 6 mil imágenes), algunos guiones de cine consolidados y borradores diseñados también para llevarse a la pantalla grande. Precisamente algo de este material, entre otros esbozos y anotaciones, se encuentran impresos en el libro Los cuadernos de Juan Rulfo, publicado por Ediciones Era en 1994, y que salió a la luz gracias a su esposa Clara Aparicio Reyes.
Para muchos estudiosos de la literatura hispánica, la publicación de estos fragmentos –que básicamente son ideas al aire, algunos retazos de sus obras completas, y en general los textos encontrados en la libreta experimental de un escritor– no es de celebrarse, puesto que deja al desnudo los procesos, aún jóvenes, de un gran autor. Y en efecto, Los cuadernos de Juan Rulfo es en realidad un catálogo de ideas que le iban ocurriendo al autor, o que en sus días de viaje escuchaba pronunciar por ahí.
De manera que en esta publicación he decidido recabar, no una obra inédita, más sí interesantes percepciones del autor que nos ayudan a imaginar –incluso a afirmar– que la información de corte "fantástico" en sus obras proviene de meras realidades indígenas.
A continuación una selección de las ideas que me han parecido sugerentes; una suerte de lluvia de ideas que bien podría entenderse como un breve diccionario de cosmovisiones mexicanas. Creencias del todo mágicas –muchas de ellas estrechamente relacionadas a la cultura rarámuri–, que pudieron o no estar encubiertas en alguno de sus cuentos (siempre fabulosos para traer a la mente).
-La semilla llamada “ojo de venado” libra de una mala mirada.
-Una hojita de ruda libra de la alferecía.
-A los niños hay que colgarles al cuello un colmillo de perro para que les salgan los dientes.
-El talisman sirve para lograr lo que se quiere.
-El amuleto para librar del mal.
-El brujo cobra caro sus exorsismos. Usa gallinas, cambujas y huevos frescos.
-Los sapos cornudos pidieron que mandaran las enfermedades, porque los hombres iban siendo demasiados.
-El olimá, es un pajáro pequeño que hace mucho mal al hombre, no duerme en las noches cuando hay estrellas fugaces.
-(Es peligroso). No es bueno dormir con la boca abierta porque el diablo puede facilmente apoderarse del alma.
-Los nahuales se esconden en los montes y en las sierras.
-Los orines son buenos para bajarle el coraje a los niños (Darles de beber).
-A los cadáveres se les dice al oído que ya están muertos y que no vengan a dar guerra a los vivos.
-La mujer, por tener los músculos más débiles, tarda más en llegar al otro mundo.
-Hay que poner ramos de zapote en la vereda y tapar la olla de los frijoles.
-El rayo se pasea cuando viene la lluvia.
-Los rayos salen a pasearse sobre la tierra.
-Los naguales ya se acabaron.
-Marcarle una cruz a la bola para que atines al tiro.
-El coyote es un animal que da mucho que pensar. Atraen con la mirada y el vaho a las gallinas.
-Tienen más fuerza de atracción que la mirada de las víboras.
-Cuando un coyote fija la mirada en el cazador, entonces la bala no sale del cañón, la vista se ofusca, la quijada se le cae, y sólo puede lanzar gritos inarticulados.
-Caldo de venado (produce buen efecto en el alma y cuerpo).
-La vara (el cargo-poder) es lo que respetan los indios, no al portador.
-La enfermedad es un castigo de Dios.
-Cuando alguien enloquece, es porque lo cogió un remolino en el campo que le revolvió el pensamiento.
-Cuando el hombre enferma, esto proviene de que el alma abandona el cuerpo y vaga fuera de él, asustándose y extraviándose, o siendo devorada por los remolinos. No toda el alma sale del cuerpo; pero lo poco que de ella queda en él es insuficiente (esto significaría la muerte) para defender al cuerpo de las enfermedades.
-Hagan rezos a las cruces de los caminos.
-Piedra bezoar de los venados (está en el “cuaje” tiene fuerza mágica. La llevan en una bolsita y cuidan de remojarla cada tres días).
-La muerte sobreviene cuando el alma abandona el cuerpo, aunque éste todavía esté vivo.
-La enfermedad y el dolor oyen cuando les hablan.
-Tenía por misión que no cayera (que no se caiga) el mundo.
-Veneran la planta jículi (peyote).
*Imágenes: 1) collage “Rulfo sobre jade”, de Jaen Madrid; 2, 3) “Los cuadernos de Juan Rulfo” / Archivo Más de México