Nezahualcóyotl es una figura admirable. En el convergen dos ingredientes que rara vez se conjugan: el poder y la sensibilidad. Él mismo cambió su nombre en su adolescencia (su nombre inicial fue Acolmiztli, que en náhuatl significa felino fuerte). El nombre de Nezahualcóyotl, sin embargo, lo acuñó a manera de autosacrificio, pues significa “coyote que ayuna” o “coyote hambriento”.
Llegó a ser Rey (tlatoani) de Texcoco y se convirtió en un aliado fundamental de los mexicas, no solo para sacudirse el yugo de Azcapotzalco, también durante el crecimiento y auge del imperio. Pero más allá de sus notables dotes como gobernante, recto e inteligente, Nezahualcóyotl cultivó la erudición y practicó, entre otras artes, la poesía –y ante todo ejerció esa sublime filosofía de vida, esa visión existencial que resumían como "flor y canto" (in xóchitl, in cuícatl).
En sus poemas se denota una gran búsqueda trascendental, entablando diálogos directos con el creador, en los que le expresa sus dudas, dilemas y búsquedas. En los siguientes poemas encontramos un Nezahualcóyotl que parece inicialmente entristecido por la evanescencia de las cosas, por la muerte. Su poesía, sin embargo, adquiere otro tono en cuanto el autor parece descubrir que esta misma impermanencia es la que confiere belleza a la vida, y la que nos vuelve más sencillos al ahondar en ella. Y es que acaso todos somos iguales en la pequeñez que como individuos somos, destinados todos, príncipes y hombres comunes, a desvancernos.
Yo lo Pregunto
Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
Nada es para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
Aunque sea de oro se rompe,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Percibo lo Secreto…
Percibo lo secreto, lo oculto:
¡Oh vosotros señores!
Así somos, somos mortales,
De cuatro en cuatro nosotros los hombres,
Todos habremos de irnos,
Todos habremos de morir en la tierra…
Nadie en jade,
Nadie en oro se convertirá:
En la tierra quedará guardado
Todos nos iremos
Allá, de igual modo.
Nadie quedará,
Conjuntamente habrá que perecer,
Nosotros iremos así a su casa.
Como una pintura
Nos iremos borrando.
Como una flor,
Nos iremos secando
Aquí sobre la tierra.
Como vestidura de plumaje de ave zacuán,
De la preciosa ave de cuello de hule,
Nos iremos acabando
Nos vamos a su casa.
Se acercó aquí
Hace giros la tristeza
De los que en su interior viven…
Meditadlo, señores,
Águilas y tigres,
Aunque fuerais de jade,
Aunque allá iréis,
Al lugar de los descarnados…
Tendremos que desaparecer
Nadie habrá de quedar.
Lo Comprende mi Corazón
Por fin lo comprende mi corazón:
Escucho un canto,
Contemplo una flor:
¡Ojalá no se marchiten!
Alegraos
Alegraos con las flores que embriagan,
las que están en nuestras manos.
Que sean puestos ya
los collares de flores.
Nuestras flores del tiempo de lluvia,
fragantes flores,
abren ya sus corolas.
Por allí anda el ave,
parlotea y canta,
viene a conocer la casa del dios.
Sólo con nuestras flores
nos alegramos.
Sólo con nuestros cantos
perece vuestra tristeza.
Oh señores, con esto,
vuestro disgusto de disipa.
Las inventa el dador de la vida,
las ha hecho descender
el inventor de sí mismo,
flores placenteras,
con ellas vuestro disgusto se disipa.
No acabarán mis flores
No acabarán mis flores,
No cesarán mis cantos.
Yo cantor los elevo,
Se reparten, se esparcen.
Aun cuando las flores
Se marchitan y amarillecen,
Serán llevadas allá,
Al interior de la casa
Del ave de plumas de oro.