Retratar en una sola imagen la noción del tiempo y el sistema de realidad de toda una cultura es casi inconcebible, pero los cosmogramas lo logran de formas exquisitas.
Si lo explicamos de forma burda, un cosmograma no es otra cosa más que la representación de la configuración del cosmos de una cultura, su geometría. Estas imágenes sintetizan las fuerzas que rigen sobre la realidad. Como explica Leonardo López Luján, un renombrado arqueólogo mexicano, esta representación muestra cómo era el cielo, el plano central en el que vivían animales, plantas y humanos, y los diferentes niveles del inframundo.
Para la cultura mexica, antes de que existiera "el mundo" tal y como lo conocían, reinaban las aguas y regía la oscuridad. Pero, en algún momento dado, emergió a la superficie una criatura reptiliana, similar a un pez sierra, para formar la corteza terrestre. Este ser, según recuenta López Luján, "fue penetrado por algunos dioses que lo partieron en dos mitades". Cada mitad sumaba 9 y es así como nacieron los 18 niveles del cielo y el inframundo.
Cosmograma, un mundo dual
Las dos mitades de este monstruo reptiliano adoptan, por un lado, la figura de un cocodrilo y, por el otro, la de un árbol. Surgen así "dos ramas que se entrecruzan helicoidalmente y que no sólo son binarias. Tienen dos colores que representan elementos compuestos y complementarios", explica el arqueólogo a lo largo de una conferencia. La rama descendiente es ocre o amarillo, haciendo alusión al fuego, mientras que la otra toca tonos celestes, refiriendo a las aguas y a la temporada de lluvias.
Este aparato cósmico, muchas veces, también se complementa en los códices con un cerro. Para los mexicas, estas formaciones geológicas eran grandes elevaciones que, sin embargo, estaban huecas. Se pensaba que dentro de ellas había una masa de agua, como una gigantesca vasija, donde se encontraban todas las riquezas que un humano requería para alimentarse, como semillas.
Cosmograma, del reptil al árbol
La representación del árbol, que muchas veces es como una ceiba, es como un axis mundi que conecta los nueve niveles celestes, la franja de cuatro niveles intermedios (donde además de seres vivos, también se encuentran los meteoros), y los niveles del inframundo restantes, según el investigador.
Este modelo de cosmos no es un hecho innegociable, siempre se puede poner a debate ya que, según López Luján, siempre depende de las fuentes escritas y pictóricas a las que una persona tenga acceso. Sin embargo, sus estudios le han permitido elaborar diferentes hipótesis sobre este cosmograma que se puede apreciar, especialmente bien, en el códice de Fejerbary Mayer (que se encuentra en Liverpool, Inglaterra).
Por ejemplo, este árbol primordial, que surge de la diosa de la tierra, tiene 4 proyecciones y cada rumbo cardinal es coronado por un ave. ¿Su función? evitar la conjunción de los cielos y el inframundo. De cada rumbo, también surgen diferentes fenómenos naturales como los pluviales o meteorológicos.
En el códice de Fejerbary Mayer, "se resume la idea del tiempo con la cruz de malta que va en sentido ortogonal y una de San Andrés, en sentido diagonal. En la intersección está Xiuhtecuhtli, el dios del fuego, ombligo del hogar", relata López Luján. Pero este cosmograma, joya ancestral, logra transmitir todavía mucha más complejidad con un par de líneas, puntos y colores. Esta imagen miniatura del universo no es sólo la representación del espacio, es "un dispositivo temporal". Los puntos son las unidades de días, que se agrupan en trecenas.
Quetzalcóatl una presencia inevitable
Si bien no forma parte de este cosmograma, Quetzalcóatl es una deidad que no puede pasar desapercibida. Es esencial dentro de la cosmovisión mexica (y de las culturas mesoamericanas). Según López Lujan, este ser híbrido, reptiliano pero con plumas de quetzal, encarna la dualidad. Converge en un mismo ser lo celeste y el inframundo, y su función principal es mantener a esos planos separados. Así, Cuculcán, como también se conoce a la serpiente emplumada, transita por las diferentes esferas que configuran al mundo. Es por eso, recuerda López Luján, que uno de sus nahuales es el pato, porque puede volar sobre el cielo y, de pronto, sumergirse súbitamente en el agua para capturar un pez.
Cualquier rama de conocimiento tiene una dosis de interpretación, y la arqueología no es la excepción. Dentro de las lecturas que López Lujan ha desarrollado sobre Quetzalcóatl, junto a su padre, Alfredo López Austin, uno de los historiadores más destacados del país, explica que es un ser extractor de luz, lluvias y tiempo. "Es el patrono de los seres humanos y también quien les lleva los bienes con los que pueden vivir: pulque, fuego, maíz y los productos del comercio". Su dominio cobija a los gobernantes; es un guerrero, civilizador y mercader.
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