Diálogo con Estela y Edith Montaño
* “Repensando México, desde Oaxaca” es una serie de entrevistas que compila voces y perspectivas sobre el país, y sobre la vida, provenientes del estado. Se trata, simplemente, de enriquecer el vasto imaginario que confluye en el territorio mexicano.
Cuenta la gente de la comunidad de Teotitlán del Valle –en zapoteco le llaman Xaguixe, que significa al pie del monte– que en sus tierras habitan dos hermanas orgullosas de su pasado zapoteco y que van tejiendo la vida para seguir disfrutando de su cotidianidad, sin vivir a prisa.
Estela y Edith Montaño Martínez se definen como mujeres que les gusta trabajar, que les gusta compartir, que les gusta convivir y que les gusta preocuparse por los demás. Además, disfrutan la naturaleza, la tierra y todo lo que Dios creó a su momento, lo que hay. Mujeres originarias de Teotitlán que hacen tapetes y bolsas en el telar para que no se pierda su conocimiento ancestral y su artesanía, esto como parte de su sustento para vivir. Tienen mil sueños que todavía quieren hacer.
¿Qué recuerdan de su niñez?
El primer recuerdo en general de nuestra vida es la infancia con la abuelita, fue una gran mujer, una gran persona, un gran ser humano. Nos enseñó muchas cosas y con ella compartimos nuestra infancia mucho más que con nuestra mamá. Nos llevaba a recolectar semillas de higuerilla y las machacábamos con una piedra para sacar los frijolitos y ella los recolectaba porque cuando iba a Tlacolula los iba a vender, ya que los compraban para hacer aceite de higuerilla. Ella estuvo siempre con nosotros, por las tardes nos peinaba con nuestras cuatro trenzas, nos llevaba a comprar cuatro galletitas de coco; era una de sus formas de consentirnos, comprándonos las galletitas. Pasábamos mucho tiempo con ella, siempre nos vamos a estar acordando de nuestra abuelita.
Edith recuerda que tenía una amiga que vendía mangoneadas y me llevaba a vender mangoneadas a Tlacolula. Un día cuando salía de la secundaria teníamos que regresar en el autobús de las cuatro, pero esa vez nos quedamos comiendo una torta en Tlacolula y nos regresamos en el último camión, entonces cuando yo bajé del autobús no vi a mi abuelita, yo estaba con el pendiente de que me estaba esperando y me iba a regañar. Entonces, mi tía me dijo: cómo apenas vienes si tu abuelita te fue a buscar. Y en ese momento dejé mi mochila y me fui a la estación donde me estaba esperando arrodillada en la banqueta y llegué detrás de ella mientras estaba hincada en el piso, ella ya no me regañó, me dijo que me había ido a buscar porque su corazón no estaba tranquilo porque ya era tarde y no regresaba.
Ella estaba siempre pendiente de nosotras, ella se llamaba Angelica Martínez. Ella es mi lucecita. Cuando veo las dificultades que hay hoy en día uno añora mucho su infancia. Siempre nos quiso mucho nuestra abuela, siempre nos dijo que éramos libres de tomar una decisión, libres de casarnos o no casarnos, nos dijo que ella siempre estaría con nosotros. Es como una gallina que abre sus alitas y se preocupa cuando salen sus pollos, ella siempre nos cuidó y nos mantuvo en sus alitas, como éramos puras mujeres –cinco mujeres– siempre nos acogía. Cuando regresábamos en las tardes ya estaba ahí esperando y nosotros llegábamos a sentarnos con ella para comunicarle cómo nos fue, o cómo nos había ido en el mandado. Siempre le compartíamos cuando íbamos a salir o cuando regresábamos. Siempre había esa comunicación. De ella aprendí que lo que uno tiene hay que compartirlo con la familia o los visitantes. Si teníamos un vasito de agua o una tortilla partida a la mitad había que compartir. Ella siempre decía que Dios es el más grande al igual que lo era el compartir y el amor. Ella hablaba el zapoteco, casi no hablaba el español.
¿Cómo era la alimentación y la relación con los alimentos cuando eran niñas?
Mi abuela tuvo puras niñas y decía que en su época no tenían qué comer, ella tenía que salir a preparar comida en casa de otras personas para traerle a sus hijitas lo poquito que le daban; salía a trabajar. El abuelo también salía y comía poquito y traía de regreso una tortilla con una poquita porción de algo para las niñas. La pequeña casa de adobe que ve aquí enfrente era la que tenían, era muy pequeña, no tenían muchas cosas. Para mi abuelita un maíz no podía estar tirado, ya que lloraba y había que recogerlo para cuidarlo; era también por ese sentir que escaseaban los alimentos y a veces no se podía comer. Ella nos enseñó que una tortilla quemada o como saliera había que valorarla; la siembra, la cosecha, todo había que cuidar y respetar. Ella nos involucraba a hacer una salsa para la tortilla. Si un día se habían echado muchas tortillas, mañana todavía se comían; si estaban blandas se ponía al fogón para dorar y comer con unos frijolitos y con su salsita. Del nixtamal sacábamos varias cosas como la tortilla, el atole y el pozol. Eso es parte de lo que nos enseñó.
La hora de la comida era el momento de juntarnos todas, ella hacía tejate porque no había mucha fruta y nos daba todos los días tejate. Nos llamaba a medio día para que fuéramos a tomar nuestro tejate y le ayudábamos a poner las jícaras para servir. Después entendimos por qué hacía tejate de diferentes sabores como de coco y hasta uno que molía un chile de árbol; ella con eso nos alimentaba para aguantar en el día, comíamos nopalitos en un solo platito todas juntas comiendo en el suelo.
No se comía tanta chatarra como hoy, nosotros comíamos pepitas y chapulines, había muy pocos dulces, comprábamos medio queso y lo rebanamos para que alcanzara. También comíamos frijol quebrajado, que tiene su propio nombre en zapoteco. Tiene un sabor fuerte pero casi ya no se come. En nuestro pueblo todavía se sigue sembrando, a lo mejor menos por las construcciones, pero la gente todavía mantiene el amor a la siembra. Antes también tomábamos el "agua del camino" que es un apaxtle de agua con cebollitas, unos chiles de agua con sal y unas pepitas tostadas, era algo fresco. También seguimos comiendo mucho quelite como quintonil y verdolaga; ahora que llovió hemos comido mucho. Algunos han dejado el campo para trabajar artesanía para obtener dinero, el campo es la parte que se mantiene para la comida y con la artesanía se obtiene dinero para comprar otras cosas.
El año pasado que no hubo ventas por la pandemia, nuestros campos estaban repletos de personas trabajando, regresaron y hasta las parcelas más olvidada volvieron a nacer. Sucedió que las personas tenían el tiempo de ver sus parcelas y el tiempo de sembrar, deshierbar y cuidarla; se detuvo el tiempo para hacer caso a las parcelas y tuvimos una buena cosecha. Este año ya no se sembró mucho por la cantidad de agua.
¿Para ustedes qué representan las fiestas y las celebraciones?
De acuerdo a nuestras costumbres y tradiciones, para nosotras son una riqueza ancestral que nos dejaron los antepasados, los abuelos, es la esencia de nuestro pueblo. Siento que es algo muy emotivo para nosotras, lo más esencial es vivir y celebrar la fiesta, como nuestra danza de la pluma que tiene mucho significado, ya que se hace una promesa y no es un folklore, son de 3 años, nada más de verlos sentimos mucha emoción de que danzan por fe y porque lo sienten, es un sacrificio que tiene su significado profundo. Cada fiesta de los santos tiene su porqué: San Juan para pedir la lluvia, San Isidro para la siembra y la cosecha, que trabaje bien la Yunta. Las otras fiestas como bodas ya dependen de cada persona. Las fiestas del pueblo significan mucho.
Las fiestas son nuestras costumbres y lo que nos dejaron nuestros ancestros, abuelos, bisabuelos, ellos lo celebraban antes; una parte no se olvida de nuestro padre Dios y la otra no se olvida de nuestros antepasados que aún siguen vivos en las costumbres. Hay un relato del pueblo sobre el Cristo Grande que está aquí a la vuelta en una casa. Cuentan que los que vivían ahí salieron a cerrar su puerta de noche y de repente se escuchó que alguien chiflaba y no sabían quién era, y se asomaban y no se veía nadie. Pero ya cuando volvieron a salir, venía un señor y les dijo que por favor se quedaran con un pequeño crucifijo que se los encargaba mucho ya que iba a un mandado y luego regresaba. Así que se lo quedaron, pero luego dijeron: a dónde va a ir ese señor, así que salieron rápido a buscarlo y ya no había nadie, el señor ya nunca regresó por el crucifijo. Pero sucedió que con el tiempo el cristo se fue agrandando y tuvieron que pasarlo a otra cruz, porque seguía creciendo. Así que decidieron llevarlo a la iglesia para que se quedara ahí, pero resulta que cuando vieron el cristo ya se había regresado a la casa, y también al pasarlo a la otra cruz nuevamente dijeron que se tenía que ir a la iglesia, pero la cruz ya no quiso salir, se atoraba. También resultó que después le hicieron una cruz muy fina, pero el cristo no quiso esa cruz, y le volvieron hacer una cruz muy sencilla. Ahora tenemos un cristo muy muy grande que está en esa casa con su nicho, cada 3 de mayo se le celebra y se le hacen peticiones que se cumplen.
¿Para ustedes hay una diferencia entre la religión y la espiritualidad?
Sí la hay, la religión es cuando vas a leer la biblia, ir a misa, cosas que la religión te dice qué hacer y ser espiritual es otra cosa, puede que no vayas a misa, que no leas tu biblia, pero tu fe en Dios es grande y ya todas las demás cosas para nosotras son religiosas, la procesiones y todo eso es pura religiosidad, la espiritualidad es la fe que tenemos en la cotidianidad.
Sea la religión que sea, la religión es una cosa y la fe es otra cosa. Tener fe es lo más principal, como dicen: podemos celebrar muchas religiones, pero si no tienes fe de qué te sirve. Pueden corregirte muchas cosas que porque la biblia no las dice, pero si sabes todo eso y no tienes fe de qué sirve. Aquí en nuestra comunidad hay mucha espiritualidad.
¿Qué representa para sus vidas el trabajo con el telar?
La que empezó a trabajarlo en nuestra casa fue mi abuelita, sus ancestros fueron los que le enseñaron. Era un trabajo que primero estaba más en el hombre, pero lo que pasa es que muchos se iban a trabajar al campo. Con ese trabajo se tenía mazorca y alimentos, pero no dinero para comprar otras cosas y por eso las mujeres empezaron a trabajar más el telar, así se tenía dinero y alimentos. Es algo que se fue transmitiendo de mujer en mujer constantemente, y no solo les enseñó a tejer, sino que también a teñir sus hilos con las únicas hierbas que mi abuela conocía. Luego fueron saliendo muchos colores naturales de lo que se tenía alrededor; los diseños los traían de las grecas y las ruinas de los antepasados.
Lo que hacían no era siempre para vender, ya que en la boda usaban el enredo de lana y los joronguitos y también para protegerse del frío. Eso fue parte de lo que nos dejaron ellas, que es nuestro trabajo actual, ahora seguimos innovando y creando cosas nuevas como familia, haciendo nuevos diseños y colores con la grana cochinilla y el añil, así vamos creciendo más. Mientras estamos tejiendo vamos pensando en el diseño ya que estamos jugando con el hilo, transformando los colores, trazando los diseños, se siente algo muy bonito al ver cómo con las manos, los pies y el telar, vas tejiendo parte de la vida con los hilos entrelazados en las manos. Es algo muy bonito. A veces no solo es algo que hacemos por querer vender, sino que es una pasión que tiene uno al tener ese trabajo en sus manos. Aparte no solo es el tejer, sino también el teñido que lleva todo un proceso; cada partecita se disfruta, es una actividad para disfrutar. Uno cuando está mal no se concentra, pero cuando está bien fluye muy bien.
Trabajar en el telar es algo increíble, a veces ya lo vemos como algo muy normal pero cuando analizamos decimos cómo puede uno hacer algo tan bonito con sus manos y con la imaginación. Se siente un orgullo muy grande el poder plasmar nuestra raíz en cada lienzo y en cada tapete. Cuando lo estamos tejiendo fluye muy bien y se llena la mente, cuando terminamos sentimos satisfacción y orgullo, una parte nuestra está ahí y nos asombramos de lo que hicimos. Disfrutamos el proceso para hacer el trabajo en el telar, no solo se hace por dinero, sino porque nos gusta hacerlo y seguimos aprendiendo.
¿Cómo se vive el tiempo en Teotitlán?
Cuando compran un tapete o hacemos un trabajo, siempre nos preguntan cuánto tiempo nos tardó en hacerlo, para nosotras el tiempo representa vivirlo, porque cuando uno anda con mucha prisa no vive, hay que vivir el tiempo como viene el día, así como es el día, simplemente vivirlo así. Vivirlo de prisa no es vivirlo, tampoco es estar dormido todo el día, sino vivirlo a sus horas, como levantarte y hacer tus actividades sin correr, corriendo no se vive y no se hacen bien las cosas, más que nada llega la noche y hasta uno se siente mal cuando uno anduvo de prisa.
Hay que disfrutar el tiempo como lo viven los niños, para los niños no hay tiempo, siento que en nuestra infancia el día era muy largo y ahora siento que se va rápido. El tiempo es muy bonito para darnos un espacio para convivir, para hacer algo diferente y valorar más los tiempos, como éste que estamos platicando; aprender a estar a gusto. El platicar se siente a gusto cuando se comparten palabras e historias. No dejar que el trabajo se convierta en estrés y no es necesario que nos esclavice el trabajo, sino disfrutarlo y vivirlo.
¿Los 500 años de la caída de Tenochtitlan?
Pensar en eso es como si viniera gente de fuera aquí a quitarnos lo que somos, lo que tenemos, lo que vivimos; invadirnos. Lo que sucedió allá sí afectó de alguna forma acá, porque antes tenían sus propias costumbres y raíces. Al invadirnos impusieron hasta la misma religión, de ahí se esparcieron las personas y se mezclaron para llevar sus costumbres de ellos. Pienso que realmente se perdió lo que realmente éramos y adoptamos otras costumbres ajenas, que no sé si ahorita serán buenas o serán malas, pero son las que hay. Pero a su vez creemos que no todo se perdió, hay muchas cosas que aún mantenemos.
Esas personas vinieron a invadir, vinieron a quitar y vinieron a poner. Hicieron mal, pero a la vez parte de eso hay cosas que nos pudieron servir para conocer otros conocimientos como pueblos indígenas. Yo siento que hay parte de eso que perjudicó y parte que mejoró la vida; viéndolo por el lado positivo, algo nos debió haber servido. Es una lucha que se mantiene todavía hasta el día de hoy, es una lucha entre la modernización y la tecnología versus la costumbre de jugar con nuestros niños y que convivan entre ellos. Ahora muchos niños ya no conviven, todos tienen su celular. Con esta nueva normalidad, hasta nuestro saludo con las dos manos nos lo quieren quitar por el tema del virus. No solo eso, sino que esos juguetes sencillos que antes se hacían de manera natural y con las manos se han perdido y ahora puro celular, lo hecho con las manos se ha perdido.
En esta comunidad estamos luchando para mantener nuestras formas de vida, no dejarnos invadir por los celulares y la droga que ahora hay, que está esclavizando a los jóvenes. Es un trabajo que empieza con cada persona y cada familia, es una lucha constante que todavía viene uno cargando desde hace muchos años. Con el tema de alimentación también seguimos luchando ya que ahora muchos jóvenes y niños les gusta estar consumiendo refresco, maruchan y papas, en lugar de los alimentos saludables que producimos aquí. Los niños aprenden de lo que hacen los adultos y estamos en una transformación muy fuerte.
¿Para ustedes qué representa Oaxaca en el contexto de México como país?
Oaxaca tiene su gente, sus costumbres, sus tradiciones, sus culturas, sus comidas, pero más que nada a su gente. Porque la mayoría somos solidarios, con mucha hermandad, se siente la ayuda mutua, quizá no de dinero sino en compañerismo y palabra. El compartir y la Guelaguetza están presentes de muchas formas, cosa que en otros lugares no se ven tanto. El tiempo se vive diferente, porque muchas no vivimos a la carrera; vivimos a nuestro ritmo con calma, vivimos de nuestra naturaleza comiendo tomatitos, chiles, todavía se da mucho en el campo y en la sierra. Es un pueblo muy rural y diferente.
Es un estado muy rico por sus pueblos, por su vestimenta, por sus lenguas que todavía conservamos. Nuestra forma de comer es bien importante. La lengua es lo que somos, es parte de nuestra raíz, el español no es nuestro, el zapoteco es nuestro y por eso lo hablamos a gusto. Hay cosas que solo podemos expresar en zapoteco y que salen más fácil en nuestra lengua, no tienen la traducción al español, no debemos perder nuestra forma de comunicarnos.
Es importante conservarnos como estamos, con nuestras costumbres y nuestras tradiciones, nuestra forma de vivir y de comer, todo lo del campo y la naturaleza porque es lo más saludable y es lo más nutritivo que podemos encontrar en nuestros pueblos, vivir con nuestras comidas tradicionales. No cambiar lo que nos dejaron los ancestros. Tenemos nuestras raíces como pueblo que es algo bien importante. Saber vivir el día con día.
Más sobre Estela y Edith Montaño
Datos para contactarlas:
Xi,giuia
Tapetes y bolsas de lana
Estela y Edith Montaño Martínez y familia
Teotitlán, Oaxaca
Tel: 951 147 2882 / 951 507 9204
Correo: edt.xiguia@hotmail.com
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