Diálogo con Rufina Ruiz López
* "Repensando México, desde Oaxaca" es una serie de entrevistas que compila voces y perspectivas sobre el país, y sobre la vida, provenientes del estado. Se trata, simplemente, de enriquecer el vasto imaginario que confluye en el territorio mexicano.
Cuenta la gente de la comunidad de Santa María Atzompa, a los pies de los sitios arqueológicos de Atzompa y Montealban, que hace muchos años había una niña que corría entre las alfalfas, sacudiendo el sereno para que la brisa le tocara la cara. Rufina Ruiz López se define como una mujer hiperactiva a la que le gusta jugar y vivir siempre la experiencia, no sabiendo a qué se va a enfrentar. Desde pequeña le gustaba subirse como chango a los árboles, no le gustaba usar ropa, solamente andaba en calzones. Jamás usaba los huaraches porque ella se acostumbró a los pies descalzos. Le gusta ser libre, no le gustan las ataduras, no le gusta estar encerrada; siempre ha sentido que estar entre cuatro paredes es como si estuviera en su propia tumba.
Como a toda persona también le dan miedo ciertas cosas. Le da miedo enfrentar lo desconocido, la oscuridad, pero, sobre todo, siente miedo hacia ella misma porque da todo sin reservas. Se abre fácilmente pero también ha aprendido de eso y dice que es importante tener reservas para una misma, porque a raíz de eso ha recibido golpes fuertes. Por momentos ha aprendido con base en chingadasos y por eso es un poco más precavida, pero no entiende, sigue en lo mismo. De esa manera fue educada. Rufina jamás se cortó el ombligo de su mamá, todo lo que ha aprendido en la vida pues es prácticamente de su mamá. Cuando alguien le cae bien existe esa magia que no se ve pero se siente. Ve qué gente cae bien pero también qué gente la rechaza y es cuando toma sus diámetros.
¿Qué recuerdos tiene Rufina de su niñez?
Lo que más recuerdo y lo que llevo a través de mi esencia y mi corazón es lo siguiente: mis hermanos eran albañiles y mi mamá les preparaba el taco, entonces yo les llevaba de comer a donde ellos trabajaban. Nosotros no teníamos tierras pero cuando llevaba el taco, me gustaba meterme a los alfalfares mientras ellos trabajaban cerca de ahí. Me revolcaba entre las alfalfas, cuando había sereno me gustaba esa etapa porque sacudía el sereno y dejaba que la brisa me tocara la cara. Es una magia que a mí me da el campo, desde cuando yo era muy pequeña. Desde los 6 años tengo esa imagen muy clara corriendo entre la alfalfa, mientras mis hermanos trabajaban en la casa grande de un maestro en Atzompa. Es algo que hasta la fecha hago, veo los alfalfares y me meto ahí o llevo a mis sobrinos y les sacudo el sereno.
Otro recuerdo es cuando yo tenía como 5 años y mi hermana Mari estaba estudiando el sexto año de primaria. Como no había niños para primer año, me acuerdo que por ser tan inquieta mi mamá me inscribió como oyente en la escuela. Pero a mí no me gustaba estar encerrada, entonces mi vicio era subirme a los árboles de la escuela, mientras mi hermana estudiaba. Me subía en el pirul y en el higo y, antes de sonar para el recreo, iba corriendo y tocaba la campana que había en la escuela, hasta que mandaban a traer a mi mamá y le decían: "llévesela mejor, es muy inquieta". Desde pequeña fui siempre muy amiga de gente mayor, casi no me llevaba con los de mi edad, era muy inquieta y por eso andaba con los grandes de metiche, recuerdos que me quedan muy fijos.
¿Quién fue una figura muy importante en tu vida?
Fue mi madre y no tengo palabras para describir la importancia que tuvo en mi vida; fue padre y madre para mí. Tiene poco que falleció, pero es como si ella siguiera viva a través de sus enseñanzas y sus pláticas, a través de ese oficio que nos enseñó: trabajar el barro. Juana López, como yo le decía, era tan fuerte que a pesar de que estuviera sufriendo por dentro o tuviera una preocupación muy difícil, ella decía "no pasa nada vamos a seguir trabajando, vamos a seguir riendo". Aunque yo como hija me daba cuenta que sufría, ella decía "no pasa nada" y lo que hacía era abrazarte. He sido siempre muy metiche, entonces, creo que esa relación con mi madre fue importante porque siempre tuvo la paciencia de guiarme. Yo no sabía en qué momento era papá, en qué momento era madre, en qué momento platicaba conmigo como mujer o en qué momento me decía "sabes que la estás regando". Ella jamás me llamó la atención frente a mis hermanos. Ella para llamarme la atención o jalarme las orejas lo que hacía era pues llevarme al campo a donde nadie escuchara lo que me decía. Mis hermanos jamás se enteraban y así era con todos no sólo con uno; jamás de los jamases nos golpeó.
La enseñanza que nos dejó es que no importan los momentos difíciles que estés pasando, sino que mientras estés unido como familia las cosas duelen menos y hacen más fáciles los momentos duros. Era muy fuerte pero también muy sabía. Yo jamás dije que era analfabeta, jamás le dije que creció sin educación, siempre le decía que tenía la mejor educación del universo porque hasta en su forma de platicar o de contestar el teléfono era muy amable. Te daba la bienvenida siempre con mucha paz y tranquilidad, no importaba si se estuviera derrumbando, siempre compartía la tortilla, el café, el pan, la mesa, los alimentos. Decía que donde había una tortilla para uno había para diez, nos decía que no teníamos que sufrir fuera, porque teníamos todo en casa. Nos decía "si quieren sufrir pues vayan a sufrir, es parte de la vida que ustedes aprendan". Si teníamos algún problema, nada más nos miraba y nos preguntaba "¿qué pasó?". Siempre que llegábamos de trabajar, nos esperaba con una taza de café y la comida. Ya después si nos veía preocupados nos preguntaba "¿qué pasó?". A mí me decía "ya viste a tu guajolote o no viste al guajolote". Te daba esa tranquilidad con tanta serenidad, muy fuerte porque trataba de cobijarte y abrazarte, más allá de cómo se estuviera sintiendo ella.
Hubo un momento en que yo me tambaleaba en mi vida y ella decía: "mija no pasa nada, todos vivimos desamores, no te preocupes. Mientras esté tu madre nunca te va a faltar nada". Con mis hermanos igual, cuando alguien tenía detalles nos abrazaba mucho, nos decía "si no saben bien qué pasa no vayan con palabras que no van a servir de nada, solamente den un abrazo". Inclusive yo ya grande a veces llegaba cansada después de ir a vender y me preguntaba "¿Cómo te fue mija? ¿Terminaste?". Siempre regresaba con algo especial para ella y ella me decía "siéntate que te voy a quitar esas canas que te están saliendo"; me decía "chamaca eres tú para que tengas canas", pero la verdad es que siempre fui canosa desde pequeña. Mientras me quitaba las canas me dormía en sus piernas y eso que yo ya estaba grande. A pesar de que ya murió, para mi está viva. A veces dicen que es un error mío, pero para mí no llega la aceptación de que ya no está conmigo, donde yo vaya ella siempre estará conmigo.
¿Cómo era la relación con los alimentos en tu niñez?
Nosotros no teníamos tierra, pero mi madre nos hizo lo que somos gracias a la tierra y el trabajo con el barro. Ella siempre decía "hoy no tenemos tierra pero algún día la tendrán, más sin embargo comemos de ella y por lo tanto la van a tener que respetar". Cuando yo trataba de salirme por la tangente me decía "a ver mija, ven", me daba un trozo de barro en mis manos y me decía "valora lo que tienes en tus manos hija". Esto lo entendí hasta hace muy pocos años, porque antes pensaba que era sólo tierra.
Nuestra profunda relación con los alimentos y la tierra era porque el maíz lo sembraban mis tíos y nos lo vendían. Recogíamos los ejotes entre la milpa y de ahí los sacábamos. Después ya tuvimos un pedazo de tierra y fuimos cultivando el maíz, el frijol y la calabaza. Íbamos y lo cortábamos, sacábamos lo cogollos de guía porque íbamos a hacer unas memelas calientes y con salsa nada más. Aquí le llamas memelas quebrajadas, era lo más rico que comíamos. No teníamos mesa, éramos 11 hermanos y nos sentábamos en el patio donde había jacarandas; el piso estaba lleno de flores moradas, mi hermana María hacía las tortillas y mi mamá cocinaba bajo ese gran árbol. Gran parte de la infancia la viví bajo esa jacaranda, el horno estaba a la orilla.
Todo lo relacionábamos con la tierra: los alimentos, la convivencia. Todos siempre juntos. Mi madre jamás nos separó, cuando quisimos separarnos nos decía "para qué te vas, mejor trabaja acá". Los almuerzos de ella eran leche de vaca, chocolate, tortillas, salsa de chicharrón, guías, nopales, todo lo del campo, y todo eso lo producíamos dentro de la familia. Los alimentos hasta la fecha son el punto de unión de la familia, algo muy cotidiano. A la hora de comer, estábamos todos alrededor del petate y echábamos las tortillas, la cazuela de frijoles, y estábamos todos ahí como familia. Mi mamá decía "si hoy no nos vimos cuando comamos seguro que nos vemos". Es algo que conservamos hasta la fecha, cuando almorzamos tratamos de estar la mayoría y es un tiempo especial donde estamos a veces hasta 2 horas. Cada día agradecemos que hoy tenemos qué comer y que tenemos un día más de vida. Cuando se sirve la comida, hay que servir con un carácter bonito y no con un plato de trompa, porque nadie se comería esa comida. A quien le toque hacer la comida, tiene que ser amable y amigable, sino hasta la comida sabe diferente.
Para trabajar el campo, es igual. Nuestra costumbre es que lo que llevemos de comer para comer en el campo, siempre se aparta un plato grande para la tierra. Primero le das de comer a la tierra y después te sientas con todos los que andamos sembrando o limpiando la milpa a compartir los alimentos debajo de un árbol, pero primero come la tierra y después los chalanes de la tierra.
Ahora hay un cambio en la relación con los alimentos. Yo creo que los cambios son buenos pero depende de cómo los adoptes como persona. Para el campo empezó la tecnificación y en lugar de utilizar la yunta ya meten el tractor, meten los fertilizantes, pero lo que pasa es que la tecnología quita responsabilidades que teníamos con la tierra como artesanos o campesinos. Nosotros aquí sacamos el abono de chivo y de burro y eso se va al campo, pero eso implica un trabajo de tirar todo en el terreno.
Como individuos la tecnología nos está invadiendo. Si la usamos como herramienta qué bien, pero también puede llegar un momento en que absorbe a la gente. Hace tiempo que llegaron las maquinitas y veías a los chavos juegue y juegue, es un juego, pero al final ya nos invadió. Por eso depende de cómo se ve la tecnología, si se toma como herramienta qué bueno, pero ahorita el mundo está tan tecnológico que todos estamos invadidos y trata de absorbernos, dejamos de ver a la tierra, al campo, hasta podríamos menospreciarnos como seres humanos. En mi caso les digo a los chavitos "¿Tú haces barro?" Y ellos dicen que no les gusta eso, cuando nosotros somos de barro, somos de la tierra.
¿Qué representa el barro en la vida de Rufina?
Empiezo a trabajar el barro desde los 5 años. Mi mamá me decía "vamos a jugar con el barro, a sacar las piedras, a sacarle las espinas, a sacarle las raíces"; eso era cuando ella lo estaba tendiendo en el sol, esa era mi tarea. A los doce años, cuando hice mi primera pieza, hacía cazuelas pequeñas de manera muy libre y siempre jugando con el barro. Durante el tiempo de la primaria, luego la secundaria dejo de cierta manera el trabajo con el barro porque mis responsabilidades eran otras: era la cocina, hacer las tortillas, hacer la comida porque mis hermanos trabajaban. Yo tenía mi responsabilidad con los alimentos y por eso ahora me encanta cocinar. En ese tiempo trabajaba el barro, pero en muy poquitas cantidades, terminando secundaria recuerdo que siempre quería estudiar música y mi madre me decía "¿música?". Ella me decía que sí pero nunca me decía cuando, entonces presenté mi examen en bellas artes y me aceptaron, pero pues éramos muchos estudiando y ella tenía que pagar muchas cosas para toda la familia, entonces no era tan fácil. Me decía "te inscribimos la próxima semana", pero para ese tiempo ya se cerraban las inscripciones. Fue cuando mi hermana China me dijo "apúrate a trabajar, no le pidas dinero a mi mamá, tú puedes sacarlo sola". Fue ahí donde empiezo a trabajar más el barro, hacía piezas pequeñas y mi hermana las vendía, eran muchas piezas pequeñas. Mi motivación era para poder pagar mis estudios, me decía mi hermana China "cómo chingas para querer estudiar", porque también estudiaban mis hermanos y en esa época las mujeres casi no estudiaban. Fue mucha mi necedad de querer estudiar música y ser concertista de piano.
Después viene un desapego natural por la música, en ese tiempo es cuando empiezo a ir a los mercados a vender mis piezas de barro, iba haciendo e iba ahorrando. Pero yo seguía insistiendo en estudiar, cuando también en esa época no se usaba que las mujeres siguieran estudiando. Entonces me manda mi madre al Cbetis y saliendo me iba al mercado a vender mis piezas. Así fue el proceso de como empiezo a trabajar más intensamente el barro. Cuando termino en el Cbetis, como todo estudiante, creo que voy a conquistar el mundo, pero pues no es así. Es ahí cuando aprendo que por necesidad hay que trabajar. Voy ejerzo mi profesión en una empresa que estaba en la ciudad de Oaxaca, pero por problemas de salud dejo de trabajar ahí. En ese momento regreso a mi casa y se me acabaron los ahorros. Mi madre me decía "¿no vas a trabajar?" y yo le decía que no, quería quedarme en la cocina de la casa, pero a su vez ya estaba acostumbrada a trabajar y recibir mi dinero, fue un momento duro.
Mi madre me dice nuevamente "ven ayúdame con el barro", me insistía mucho y otra vez Juana López hace que yo me enamore de lo que ella hacía, hasta que una vez me pregunta "¿cuánto ganabas en una quincena mija?", y le dije. Entonces me hizo unas cazuelas enormes y es cuando empiezo a trabajar de manera más profunda el barro, en otras etapas trabajaba cosas pequeñitas, pero ahora empezaba a hacer puras cazuelas grandes. Era feliz porque llegaba el comprador a mi casa y mi mamá mezclaba mis cazuelas con las que ella hacía y nos la pagaban bien. Cuando mi mamá me dio mi primer dinero de las cazuelas que yo hice dije "a pues entonces esto es lo mío". Pero de todas maneras no dejaba yo el mercado, me iba a los tianguis, yo disfrutaba también el ir a vender, me gusta el contacto con la gente. Yo llegaba con mi clientela y le decía "suegra, suegro te traigo esto", así sin conocerlos, así era mi palabra y se encariñaban conmigo. Luego me decían "nuera ya llegaste". Iba a los tianguis de Tlacolula, Ocotlan, Zimatlan y a todos, era una relación de sentirme parte de ellos, iba feliz al mercado, era un hábito.
Así empecé a enamorarme más y todo ha sido un proceso de esos valores de mi mamá. Por un momento me desapego del barro y ella vuelve con su enseñanza, pero sobre todo con el amor. Siempre soñé con ser la mejor y era mi mamá quien me canalizaba: "haber por dónde te quieres ir" y me enseñaba caminos. Recuerdo una anécdota del día de muertos cuando, por primera vez en mi vida, a complete una hornada de loza, yo solita. Ese fue el momento cuando me dijo mi mamá: "ahora si Rufi, estás hecha". La hornada representaba llenar un horno grande y que aprendieras a trabajar, a raspar la pieza, a sacarla al sol, quemarla, limpiarla, volverla a quemar y entregarla al cliente. Esa experiencia no se me olvida ya que fue algo muy satisfactorio para mi mamá y para mí. En ese momento me dijo "estás hecha, eres libre de hacer de tu vida lo que quieras". Ahí entendí la enseñanza de mi mamá y fue partir de ahí que empecé a trabajar sola con la ayuda de mis hermanos, ya que siempre estamos juntos, aprendía a hacer de todo. Siempre recuerdo que me decía "valora lo que tienes en tus manos", me lo decía cuando me daba un pedazo de barro, esa es la mejor enseñanza que nos ha dado desde la tierra.
¿Qué representa para ti la comunidad de Atzompa y tus raíces?
Para mí ser parte de mi comunidad es un orgullo muy padre; soy parte de este legado de artesanos que trabajan el barro en el pueblo, yo siempre digo que mi pueblo es lo más hermoso que existe. Creo que lo llevo en mi sangre, siempre digo "yo vengo de Atzompa y soy de Oaxaca", pero también he sido consciente que en estas épocas es muy representativo ser mujer de aquí, porque aparte de tener las enseñanzas de vida, siento que es mi comunidad la que me ha visto crecer. Mi comunidad recuerda a la Rufina de 15 años y a la Rufina de hoy, mi comunidad es parte de mi crecimiento a nivel artesanal pero también espiritual, hacia el interior. Yo salgo a la calle y donde quiera "buenos días, buenas tardes", o gente que dice "ya te extrañábamos, no te hemos visto". Toda mi familia es muy cobijada por la comunidad. Habrá a quien no le caemos bien, pero hay de todo. Soy muy orgullosa de ser y nacer de la tierra. Yo quisiera que todos en Atzompa hicieran lo que hacemos, pero también es muy difícil, soy muy consciente que nadie es profeta en su propia tierra, pero seguimos picando piedra en la cabeza de los paisanos y estoy segura de que puede haber cambios para fortalecer más la comunidad. La idea mía es que todos los artesanos seamos parejos, crecer todos juntos, es mi sueño. Yo sueño despierta.
Mis raíces son un orgullo, ya no hablo ninguna de mis dos lenguas, pero ser portadora de estas raíces es lo más hermoso que existe, es como retroceder a los ancestros y decirles "aquí tienen una descendencia de ustedes". Es algo que valoro muchísimo, siento que el que no te valores tú con tus raíces, no eres nadie, tener mis raíces mixtecas y zapotecas es bien importante, es de donde vengo, de donde soy, de ahí salí. Mi abuela Angela entendía bien el mixteco y el zapoteco, esas lenguas murieron y es bien importante retomarlas. En las escuelas lo prohibieron y nos tachaban de tartamudos.
Para Rufina, ¿qué representan los 500 años de la caída de Tenochtitlan?
En lo personal la caída de Tenochtitlan me hace sentir nostalgia, porque adoptamos costumbres que no eran nuestras. Nos invadieron de tantas cosas que hasta la fecha lo siguen haciendo; la invasión de muchas cosas continua. Yo le decía a un amigo hace algunos días: "¿Qué pasaría si pudiéramos retomar todas nuestras raíces, olvidémonos de las cosas que adoptamos? ¿Por qué tenemos que adoptar todo? De hecho, nadie regresa al campo, ha estado olvidado, nos olvidamos del autoconsumo". Pero ahora con la pandemia me da gusto porque muchos están regresando a ese autoconsumo, regresemos a sembrar tomates, regresemos a lo que había antes. Aquí en mi pueblo cuando hay siembra, hay mucho miltomate de milpa, hay que conservarlo, hay muchas personas que no conocen el miltomate de milpa, nosotros vamos y los cortamos y hacemos una salsa muy sabrosa. Hay otro que llamamos el guatomatillo que es silvestre, es uno rojo chiquito que también es para salsa, donde los veo los corto y me traigo la semilla para sembrar también.
Pero la tecnología nos invade y nos olvidamos de esta parte que tenemos dentro. Creo que tenemos que ver bien este proceso de experimentación con tanta tecnología, porque se nos está llenado más al cerebro y olvidamos lo que realmente llevamos en el corazón.
Cuando estamos platicando con alguien y esa persona saca su celular, la presencia de esa persona se va a otro mundo y ya no está con nosotros. Hasta la fecha le digo a mis amigos que nos vemos en tal parte, pero en persona. Yo no soy de la tecnología, prefiero vernos y tomar un café, comer y hacer; es la presencia física. Este momento tiene que ser de rencontrarnos con nosotros mismos y de decir: vamos a platicar, vamos a rencontrarnos con los amigos, vamos a convivir. Eso es lo que se tiene que hacer.
Depende de cómo cada uno ve su concepción de lo que tiene y de ahí cada uno crea; cada quien transmite a partir de lo que tiene. En mi caso yo soy concepción de la tierra y para mí la tierra es un vientre que excavo y con la que hago las cosas con mucho amor. Voy viendo partes de la vida misma, la tierra es quien nos da vida. Tengo la fortuna de nacer del barro, crecer en el barro y comer del barro hasta ahorita. Es algo sagrado. La tierra nos da la vida, no nosotros a la tierra. Hay algunas cosas con las que no estoy de acuerdo con los discursos que dan ahorita, eso de que vamos a salvar la tierra y yo digo pues de qué la vas a salvar, puedes contribuir y cuidar, pero salvarla no, ella es más grande que nosotros.
¿Qué piensas que Oaxaca aporta a México como territorio?
Oaxaca dentro de nuestro México siempre he dicho que es el mejor estado, es una biodiversidad que cuenta con todos los recursos, pero no materiales, sino los recursos internos de la gente. Porque Oaxaca no es sólo el centro turístico, Oaxaca es sus comunidades, sus etnias, sus raíces, su cultura de cada pueblo. Yo siento que Oaxaca es el mejor portador de riqueza cultural y de estos valores, que yo le llamaría espiritual. Muchos otros estados se han olvidado de estos valores, cuando la gente conoce Oaxaca en todos los aspectos, y no sólo el corredor turístico, se da cuenta de esos valores y de su gente.
Oaxaca es su gente, es la riqueza espiritual, es la calidez de las personas de cada pueblo que abren las puertas de sus casas. Siento que para México es bien importante porque aporta ideas, costumbres, pero sobre todo no deja uno sus raíces, las llevamos tatuadas hasta el último rincón de nuestro ser. Quienes quieran visitarnos aquí tienen su casa y es importante no olvidarnos de nuestras raíces y de valorar la tierra que es lo más sagrado que existe en todo el universo. Decía mi mamá que si la tierra te da de comer, cuando mueras tienes que rendirle tributo a la tierra, nada de que te quemen, sino que te echen al hoyo y nos volvemos polvo, regresamos de donde nacimos.
Sobre Rufina Ruiz López
Información del Taller de Rufina, taller de artesanías hechas en barro con uso de energías alternativas. Todos nuestros productos son 100% libres de plomo. Para consultar su Facebook, aquí.
Rufina Ruiz López, ceramista de Santa María Atzompa que ha explorado la técnica de cerámica e indagado en la historia de su comunidad, para realizar piezas contemporáneas que presenta en la exposición “Voces que nacen del subsuelo” del Centro de las Artes de San Agustín, Oaxaca.
Rufina Ruiz López muestra su pasión por el barro.
En el epicentro del Taller Ruiz López se encuentra la madre de varios niños y entre ellos cinco hermanas: Rufina, María, Cecilia, Leo y China y sus hermano Chalo. Juana Natalia López Lavida le enseñó a sus hijas e hijos independencia, sustento de uno mismo, trabajar duro y el amor hacia la cerámica, que se combina en estos tres aspectos. Rufina y María fueron a la universidad para recibir una formación de contabilidad, Leo estudió medicina, pero finalmente las hermanas regresaron y crearon el taller.
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