La fotografía de Edward Weston es un viaje a la más sutil intimidad de todo aquello que retrató.
De su fugaz estancia en México, entre 1923 y 1925, legó, con especial énfasis, el recuerdo de su amor por Tina Modotti. No obstante, entre lo que llegó a captar con la pequeña cámara graflex que usaba, se encuentran otros bellos ejemplos, como la imponente figura de maguey, así como la mirada cautivadora de Nahui Ollin.
Weston era un amante de la naturaleza y las texturas. El peculiar uso que le dio al primer plano hacía del mundo orgánico que retrataba algo exquisito; algo extrañamente humano aunque en muchas ocasiones no lo fuese. Ondas sensuales agazapadas una sobre otra, organismos que se desdoblan sobre sí mismos, como una simple col o el interior multiforme de los hongos; y lo mismo captaba a una mujer que a las arenas del desierto, fluía entre lo apacible y lo furioso.
Tenía un fetiche por las conchas, que bajo la iluminación y exposición precisa que les daba cobraban otro aspecto. Sus fotografías de hermosos objetos de la naturaleza, que fuesen casa y protección de algún ser vivo, son capaces de comunicar algo distinto al poder mirárseles así, en un contraste vivificante en el cual cada átomo de la coraza en cuestión tiene importancia.
Incitado por Tina Modotti –cansado de las prohibiciones americanas de época, y de la "típica muchedumbre de burgueses norteamericanos"–, Weston se decide a visitar México, inaugurando prontamente una exposición fotográfica en Aztec Land, una tienda de antigüedades y souvenirs para turistas. A esta proyección acudieron quienes tenían que acudir: Guadalupe Marín y Diego Rivera, y Doctor Atl acompañado de Nahui Olin.
Edward Weston enseñó al mundo a ver a la naturaleza de otra forma. A apreciarla en cada minúsculo detalle y por la profundidad que de ella emanaba. Y en este sentido, México –esencialmente sus texturas y formas geométricas– encajaba perfecto con la filosofía de Weston, el lúcido “mago de la lente”: