Quien haya entrado en contacto con la naturaleza a través de un jardín –dedicando tiempo y pensamientos al cuidado de las plantas, al mismo tiempo que se puede disfrutar de ellas combinando otras actividades autosanadoras como leer, caminar o pintar– sabrá de inmediato que se trata de un arte altamente reconfortante y por ende muy inspirador. De hecho, muchos grandes artistas, pensadores y otros espíritus sensibles han dedicado una buen parte de sus días a la jardinería, e inclusive a la botánica para conocer los usos medicinales de sus colecciones de plantas.
La famosa Casa Azul de Frida Kahlo en Coyoacán, Ciudad de México por ejemplo, aguarda todavía el íntimo jardín donde Frida pasaba ratos de armonía y lucidez de la mano de sus pinceles y caballete. Se sabe que Frida plantó en este santuario surrealista muchas plantas nativas mexicanas, entre ellas biznagas y otras cactáceas menores, girasoles, geranios, cempasúchil, enredaderas y algunos bellos árboles frutales. Además gustaba de adornarlo con figurillas típicas mexicanas, exvotos religiosos (por los que se fascinaba), arte colonial, algunas pinturas de autoría y figuras prehispánicas de Diego Rivera, su pareja (prueba de ello es el bello basamento piramidal con cráneos de basalto que Diego mandó a construir).
En la Casa Azul, Frida Kahlo nació y también murió, por ello es que su jardín se considera un templo vegetal que aún aguarda muy vivo algo de su radical sensibilidad. Algunos afirman que a través de este refugio acogedor, Frida mimetizó los colores de México –su México–, pues las tonalidades que aquí se conjugan regalan un exquisito paseo extrasensorial por la cultura mexicana y su inconsciente colectivo. Y de alguna manera es inevitablemente surrealista.
* Imágenes: 1) Gisèle Freund; 2, 3 y 4) museofridakahlo.org.mx; 5, 6 y 7) New York Botanical Garden; 8) Nickolas Muray; 9) Gisèle Freund