Sólo en México, en la dulzura y la inocencia, el nacimiento y la muerte parecen tener sentido.
– Jack Kerouac
De la Beat Generation en México (y de México en el imaginario de aquél hueste de escritores norteamericanos) se ha pronunciado información en abundancia. Se habla de ellos como si hubiesen sido también mexicanos, o se enuncian sus versos con cierto acto de empatía genética hacía su rebeldía. Los beatniks fueron una suerte de fenómeno social, aunque paradójicamente no marcaron a las mentes de la generación mexicana de entonces, tuvieron que pasar algunas décadas para que así sucediera.
Con una Segunda Guerra Mundial encausando secuelas en la realidad social y, una “amistosa” relación económica y cultural con Estados Unidos, México acogió a William Burroughs, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Neal Cassady, Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti y Peter Orlovsky bajo el manto de su decadencia, una realidad histórica que a ratos se buscaba formas surrealistas de expresarse.
De acuerdo a los relatos de Jorge García Robles, gran avezado de la vida bohemia de los beatniks en México, la Generación Beat concretó un lazo íntimo con el México decadente de finales de los 40 y principios de los 50. Y por decadencia se entiende que en aquella época, el escenario mexicano atravesaba por una especie de transformación social. Un salto de lo colonial a lo moderno, y una crisis que se apoyaba en el milagro mexicano, y que desataría inolvidables momentos en la historia nacional, como lo fue la matanza de Tlatelolco, en 1968.
El México que exploraron los beatniks se debatía entre el surrealismo indígena y la obligada decisión de modernizarse. De construir hacia arriba, de intentar olvidar una lucha interna, liderada por cuestiones clasistas, mientras unos lucían sombreros Tardan y otros más mantenían sus lenguas de origen.
Por su parte los escritores norteamericanos atravesaban un túnel de lucidez de su vida y obra: William Burroughs –el acomodado nieto del creador de la calculadora– escribía desde las cantinas del Centro Histórico de la Ciudad de México, y frecuente se le miraba rondar las farmacias falsificando recetas para obtener morfina. Jack Kerouac –el “lunático zen”– le seguiría los pasos en busca de su verdad, y se instalaría en el mismo apartamento de la Colonia Roma, también en la capital mexicana. Allen Ginsberg y los hermanos Orlovsky venían de visita en busca de Kerouac para hacerle entender que su vida estaba en Nueva York, cada vez más cera de su fama, y Neal Cassady era tan solo un vagabundo y ladrón norteamericano amante de los paisajes poéticos mexicanos.
Y aunque era justamente la rebeldía del país –una suerte de contracultura a la mexicana– la que atraía mentes como la de estos personajes, México no dejó de ser el escenario austero, ideal para hacer germinar sus más notables versos, diría Kerouac, en la búsqueda de la vida dedicada a la contemplación y a las delicias de ella. De hecho, los mencionados escritores de la Generación Beat vivieron durante algunas temporadas en algunos sitios remotos y no tan remotos del territorio mexicano.
Concretamente los siguientes:
San Miguel de Allende, Guanajuato
Neal Cassady, quien más tarde se convertiría en el personaje central de algunas de las obras más importantes de los beats, como On the Road, y el conductor del autobús psicodélico de los Merry Pranksters junto a Ken Kesey, vivió durante una temporada en San Miguel de Allende, Guanajuato. Se dice que concurría el bar Berlín, y que en algún momento le acompañaron Kerouac, Ginsberg, Burroughs y Corso. Cassady también murió aquí, al quedarse dormido en las vías del tren de la región, en 1968.
Zacatecas, Monterrey, Nuevo Laredo y Sinaloa
Estos lugares se encuentran descritos en varios obras de Jack Kerouac, y en las cartas que enviaba a Burroughs sobre sus viajes. Kerouac fue tal vez el único poeta beat que recorrió innumerables pasajes mexicanos, sin importar en dónde cayera la noche; si era en el desierto, o atinadamente encontraba un cuartucho de azotea para continuar escribiendo: “Centro del opio del Nuevo Mundo, comí tortillas con carne en la selva, en cabañas de palos a la africana, con cerdos frotándose contra mis piernas; bebí pulque puro de un cubo, recién traído del campo, de la planta, sin fermentar, la leche pura de pulque te hace reír, es la mejor bebida del mundo. Comí frutas desconocidas, erenos, mangos, de todas clases. En la parte trasera del autobús, mientras bebíamos mezcal, canté bop para los cantantes mexicanos que sentían curiosidad por saber cómo sonaba; canté Scrapple from the Apple e Israel de Miles Davis”, escribió Kerouac a Burroughs, cuando pasó por Culiacán.
En On the road, escribe: “Cogimos la carretera de Monterrey. Las grandes montañas coronadas de nieve se alzaban delante de nosotros; avanzamos directamente hacia ellas. Una brecha fue abriéndose poco a poco y se convirtió en un puerto por el que cruzamos. En cuestión de minutos habíamos dejado atrás el desierto de mezquites y subíamos entre un fresco aire por una carretera con un pretil de piedra en la parte del precipicio y nombres de los presidentes escritos con pintura blanca en el farallón del otro lado: ¡ALEMÁN! No encontramos a nadie en esta carretera de montaña. Serpenteaba entre nubes y nos llevó a una gran meseta. En la lejanía, la gran ciudad industrial de Monterrey mandaba humo al cielo azul con las enormes nubes del golfo como vellones de lana”.
Guadalajara, Jalisco
Antes de visitar a Kerouac en la Ciudad de México, Allen Ginsberg, Gregory Corso y los hermanos Orlovsky hicieron una parada en Guadalajara para visitar a una poetisa amiga de Ginsberg. El relato, aunque muy fugaz, se encuentra descrito en Desolation Angels de Jack Kerouac.
Ciudad de México
La capital mexicana fue el principal laboratorio de creación para los poetas beat que visitaron México. El primero en llegar fue William Burroughs. Huyendo de la justicia americana por líos de droga, se asentó en la Colonia Roma, en un apartamento ubicado en la calle de Orizaba, junto a su esposa y sus dos hijos. Aunque tenía pretensiones de vivir en San Miguel de Allende, o algún sitio de la costa mexicana: “Jack, si severas quisieras ayudar a un pobre viejo, vendrías conmigo a la costa occidental de México, donde vivíamos en una cabaña de paja y fumaríamos el opio de la localidad bajo el sol y criaríamos pollos”, Burroughs se mantuvo una buena temporada en la Ciudad de México. Aquí acudía a cantinas como la de Tío Pepe, en el Centro Histórico, y se sentaba a fumar en las bancas en forma de tronco de la Colonia Condesa, según su novela Junkie. Más tarde mataría a su esposa accidentalmente, con una bala lanzada al estilo Guillermo Tell. Fue sentenciado a Lecumberri y debido al gran peso de su familia liberado.
Siguiéndole los pasos, Jack Kerouac se muda a la azotea del mismo edificio que Bill y dedica algunas de sus mejores obras a la capital. Es aquí donde conoce a Tristessa, una prostituta de la Roma, adicta y fiel a la Virgen y a la Santa muerte, pero también uno de sus más grandes amores. Escribe un poemario hermoso de nombre Mexico City Blues y se autodenomina “el poeta del jazz”. Con la visita de Ginsberg, Orso y los Orlovsky, Kerouac visita las pirámides de Teotihuacán, y la novedosa universidad que entonces presumía un alto rango de criterio filosófico, Ciudad Universitaria. En su Biblioteca Central dedica un par de minutos a leer a Cocteau.
De la Ciudad de México, existen innumerables referencias beat –en su mayoría descritas por Kerouac–, sobre el estilo de vida de los mexicanos y sus formas de entablar metáforas, entre el escenario decadente y el mágico, desde una perspectiva casi natural: “En el ojo de mi mente, siempre recuerdo a México como alegre, excitante (…) pero siempre me sorprende al llegar…que he olvidado cierta sombría, incluso triste oscuridad, como la vista de algunos indios con un traje color marrón oxidado (…) esperando el autobús que le llevará dando tumbos por callecitas de barro y baches durante media hora hasta las afueras de las cabañas de adobe (…) Mas pronto se ve una gruesa india con un chal, llevando de la mano a una niñita, ¡Van a la pastelería! ¡a tomar pasteles grandes! La pequeña está contenta. Sólo en México, en la dulzura y la inocencia, el nacimiento y la muerte parecen tener sentido.”. – J. K.