Una de los escenarios más hermosos imaginados en historias de ciencia ficción, es cuando la naturaleza se apropia de estructuras creadas por el hombre, o espacios que fueron habitables y por alguna catástrofe quedaron abandonados a merced de la yerba, y en este caso, de las gruesas capas de magma. San Juan Parangaricutiro era un pueblo en el estado de Michoacán, hasta que en 1943 un volcán surgido entre las milpas lo sepultó tras hacer erupción.
El volcán Paricutín, el más joven del mundo, nació inesperadamente un 20 de febrero del mismo año, así lo contó Dionisio Pulido, el campesino que, siguiendo la leyenda, se encontraba labrando sus tierras cuando presenció el nacimiento del cráter. En tan solo 24 horas, el volcán medía ya 7 metros y en el transcurso de una semana su altura era de 50 y continuó en ascendencia hasta llegar a medir los 600 metros de altura. En el lugar ahora queda una extensa capa de lava seca, como un mar de rocas negras que en algún punto se detuvieron, contrastando con la vegetación que no fue tocada de una manera hermosa. Quizás lo más precioso de este paisaje distópico y abandonado en su totalidad, es la iglesia que resistió el cataclismo, la única huella que el pueblo puedo dejar presente de su existencia en aquel escenario.
La iglesia del primer pueblo de San Juan permanece ahí, inerte al paso de los años; la lava cubrió solo una parte de ella, dejándola inmóvil y fantasmal, como un poema visual escrito en las tierras de ningún lugar para aquellos viajeros solitarios que coleccionan recuerdos hermosos. Aunque el volcán permaneció en erupción durante 9 años, aún se pueden encontrar espacios donde la lava corre bajo la tierra: el calor, el vapor y las capas blanquecinas de azufre le delatan.
Actualmente se puede visitar el sitio; se recomienda llegar al pueblo de Angahuan, que es el más cercano y que cuenta con servicios de guía para visitar la zona.
* Imagen: 1) Por mi tierra, 3) Morelianas