Diálogo con Lila Downs
* “Repensando México, desde Oaxaca” es una serie de entrevistas que compila voces y perspectivas sobre el país, y sobre la vida, provenientes del estado. Se trata, simplemente, de enriquecer el vasto imaginario que confluye en el territorio mexicano.
Cuenta la gente de la Heroica Ciudad de Tlaxiaco, Oaxaca, que hace algunas décadas se paseaba por sus calles el espíritu de una niña que disfrutaba de los olores y sabores de la vida comunitaria. Lila Downs es una artista cuya semilla brota desde el corazón de su madre, de origen mixteco, y su padre escocés-estadounidense. Lila canta y compone en español, inglés y en diversos idiomas originarios de México como el zapoteco, mixteco, náhuatl, maya y purépecha. Muchas de las letras de sus canciones se enfocan en la justicia, la cotidianidad de los pueblos, la fiesta, la alimentación, la migración y los retos de la mujer.
Lila se define a sí misma como una mujer que se preocupa por los demás; algo inherente de la condición oaxaqueña, pero también de la condición humana. Se preocupa por ver las carencias y las injusticias que viven las personas. Le preocupa el estado de conciencia de la humanidad, aquello que se desconoce culturalmente porque, ahí, brota la ignorancia. Recuerda que en su niñez creció en un pueblo "rulfiano" con un contexto cultural muy interesante por sus grandes tradiciones, su apego a la tierra, el acercamiento al campo y, principalmente, por su contexto indígena. Comenta que hoy más que nunca el mundo debe escuchar, representar y admirar a los diferentes pueblos originarios por su profunda belleza.
¿Qué recuerdos tiene Lila de su niñez?
Recuerdo el sonido del río que quedaba muy cerca de donde crecí y el sonido de la montaña donde escuchaba el viento de alguna manera. También, figuran los olores que para mí son parte de la esencia de la vida. Es lo más importante ya que la rutina del día empieza con los olores y los sabores; se decide qué va preparase de comer y ya todo lo demás pues viene en segundo plano. En mi niñez recuerdo el olor del ocote, porque es un árbol característico de mi región: la Mixteca. Recuerdo el olor del maíz y la tortilla puesta en un comal de barro; esas son mis memorias más tempranas.
Mi abuelita marcó mi niñez de diferentes formas. Ella era una mujer campesina de San Miguel el Grande, una región al suroeste de Tlaxiaco, y que estaba cerca de esa naturaleza. No leía ni sabía escribir. Mi mamá me dejaba mucho tiempo con ella cuando se iba de viaje y así fue como aprendí a pizcar el maíz, cosechar el frijol y estar cerca de la tierra. Ese aprendizaje también fue en el sentido espiritual, porque mi abuela era un poco curandera y hablaba de muchas plantas y hierbas. Además, me acercaba a estas imágenes de las vírgenes que también toman su lugar en el mixteco; sus nombres derivan de deidades prehispánicas. Entonces, estar cerca de ella formó parte de mi visión.
Alimentar el cuerpo y el espíritu
Para Lila, ¿qué representan los alimentos y la vida campesina?
En mi niñez era muy consciente de los alimentos: que los frijolitos, el quesito y los huevitos que comíamos cada mañana eran de ahí; eran locales, de la vaca, del rancho, de San Pedro, de ahí cerca y de mi barrio, San Nicolás. Recuerdo que comíamos un pan que tenía trigo y era producido en la Mixteca. El otro día que pasé por San Mateo Río Hondo, me decían que también ellos producían pan con trigo en la antigüedad y eso es muy interesante; conocer el legado y la historia oral de cada lugar. Eso me recuerda y me conecta a mi niñez de pueblo pequeño.
La relación con alimentos y la tierra estaba muy presentes en mi niñez. Posteriormente migré a la urbe y, por lo tanto, cambió mucho mi vida con respecto a lo que se come, lo que se respira y lo que se siente. Pero ahora que volví a vivir en Oaxaca, hace unos seis años, vuelvo a la raíz que recuerdo. Y es más, aprendo con respecto a las diferentes regiones de Oaxaca y también sobre las formas antiguas de cómo estar más cerca de la naturaleza y la Madre Tierra. Ahora estoy caminando junto con una comunidad de gente de Oaxaca y de otras partes del mundo, donde estamos preocupados, muy conscientes, de proteger el trabajo del campesino que está en esa lucha.
Existe una desvalorización de la vida del campo derivada de esa situación humana de búsqueda y de consumismo. Pareciera que traemos un chip en nuestro ADN que es inevitable. Pero también esto del encierro y este virus mortal nos ha dado el tiempo de pensar que es momento de hacer algunos cambios con respecto a esa sed voraz que consume todo, literalmente. Por otra parte, es muy bueno compartir la palabra, como esta charla sobre cómo poder acercarnos a una vida más sana para el mundo y nuestras familias. Por lo que está pasando, tenemos que consumir más local y eso ha llevado a las personas que se dedican a las labores del campo a estar más en contacto con las personas de las ciudades. Esto lo vivo ahora que estoy más en Oaxaca. Habría que hacer campañas sobre la revalorización de la vida del campo; crear esos nuevos nexos entre el campo y la ciudad.
¿Cómo siente Lila Downs la espiritualidad y la religión?
Tenemos templos a los cuales visitamos por una herencia de los antepasados. Los que estudiamos antropología e historia sabemos del daño que han hecho algunas religiones, como instituciones, a lo largo de todo el mundo. Pero, al mismo tiempo, existe la convivencia del sincretismo como en México. Esto nos ha permitido tener una espiritualidad más profunda, dándonos el permiso de hacerlo. Yo conozco a muchos mestizos que no se dan ese permiso, como que no se abren a concebir un poco la historia y cómo se fue dando. Todos aprendemos de esa historia en algún momento de nuestras vidas, aunque no vayas a los templos católicos de México. A pesar de que concebimos a la virgen y su representación como Tonantzin o su relación con la danza, con el maíz y con el agua, hay personas que no permiten que eso se vaya desarrollando de manera natural. En las personas que sí se da, es lindo verlo.
La espiritualidad de muchos pueblos se ha tratado de institucionalizar, aunque es algo que no se puede generalizar. Me ha tocado conocer algunos sacerdotes que son muy progresistas y que están en las causas de las comunidades indígenas y campesinas, y hay otros muy cerrados a esa realidad. Aún estamos en crecimiento en ese sentido. Mientras la iglesia católica no progrese un poco con sus pensamientos conservadores, la gente se va a ir alejando más y más de las cuestiones espirituales y de la religión. Es más y más necesario estar cerca de esa moralidad y de la manera que cada quien lo crea en su hogar, con base a su conocimiento. Eso es lo que le enseñas a tus hijos. Tanto ustedes como nosotros, buscamos espacios educativos para nuestros hijos donde se tome en cuenta la Tierra, la espiritualidad, el respeto y la moralidad. En ese aspecto nos veo muy pobres como sociedad, ya que hay un espacio, un océano, entre la tradición que heredamos y esta idea más progresista de la espiritualidad.
Del canto a la tierra
¿Cómo nace tu pasión por la música y qué representa en términos comunitarios?
Mi pasión surge muy natural a los 5 años. Me encantaba la música ranchera, el blues y la ópera; imitaba a las operistas desde muy pequeña. A mi padre, que era biólogo y artista visual, le gustaba mucho la idea de que siguiera cantando y estudiando. Me buscaron en Oaxaca una maestra que daba clase en bellas artes y empecé a estudiar clásico a los 16.
Para mí es hermoso interpretar canciones que me encantan, pero, en su momento, también me hacía falta decir las cosas que yo iba viendo en mi vida. Fue entonces cuando empecé a componer versos sobre mi niñez, sobre las mujeres que hacen tortillas, sobre el mezcal como parte de nuestra cultura oaxaqueña. También he escrito cantos y letras que hablan de algunos temas que son profundos para mí, porque me da temor la injusticia hacia las mujeres que emigran, hacia las mujeres que están solas. En lo personal me tocó vivir una experiencia de rechazo terrible de joven, de ahí nace parte de la necesidad de tocar temas relacionados con la injusticia.
En términos de la comunidad, he sido casi religiosa con mis escritos y las canciones que decido cantar. Siempre me preocupa el mensaje que se está abordando y el momento que se está viviendo política, colectiva e individualmente. Representa para mí una responsabilidad como una ciudadana de esta tierra. Porque a veces nos deslindamos y decimos "a mí que me importa". Eso cada uno lo tiene que trabajar en su vida, pero ahora estamos viendo que, efectivamente, estamos en esto todos juntos, y en Oaxaca somos un gran ejemplo de eso. Siempre pensar en los demás, eso lo enseño a mis hijos ahora; mostrar la gran riqueza que puede haber al sentirse parte de un todo. Los cambios los podemos hacer juntos como sociedad.
Otro ejemplo de este caminar juntos es la fiesta en Oaxaca. Es un momento en el que uno se vuelve totalmente entregado a los demás y creo que la idea del festejo hace que se impulsen todas las tradiciones alrededor de ese encuentro familiar, comunitario, de respeto y de intercambio. Claro, sin olvidarnos del mezcal. En Oaxaca, el intercambio es muy importante. Si viene un familiar a verte, le tienes que entregar chocolate; tostadas; almendras; los productos locales; la nuez, que es muy característica del valle, y así, cada ritual, cada fiesta, tiene esos elementos mágicos. Cuando pensamos en el día de muertos, se acompaña a los difuntos con su tenate de tortillas. Sus elementos favoritos deben estar presentes en la ofrenda; lleva ese aspecto mágico y profundo del ritual, del dar y recibir, como lo es la geza relacionado al trabajo comunitario en momentos de la cosecha.
El pasado presente
¿Qué representan los 500 años de la caída de Tenochtitlán?
Es una oportunidad para reconcebir el momento que estamos viviendo y basarnos en la variedad de historias que podemos leer sobre ese acontecimiento, porque hay muchas versiones. Es importante estar informados y para sentirnos capaces de seguir cambiando nuestro futuro, para el bien de todos nosotros.
En nuestra identidad diversa como mexicanas, es importante tener el conocimiento de lo que pasó y, también, ver lo mucho que podemos cambiar nuestro futuro. Ver de qué forma podemos generar cambios. Y, ahorita, es justamente un momento de gran oportunidad para tomar ese aprendizaje y poder, de verdad, transformar nuestro futuro.
En concreto, ¿qué aporta Oaxaca a México como territorio?
En Oaxaca estamos orgullosos de ser quienes somos. Eso es una gran lección para muchos grupos originarios del mundo. Más allá de las etiquetas de países de tercer o primer mundo, tenemos muchos aspectos en común como humanidad.
Tenemos que dar a conocer quiénes somos. Los que tenemos el micrófono en la mano, las artistas, los cantantes, los intelectuales y los poetas, tenemos que compartir ese mundo maravilloso que somos y que es Oaxaca. Creo que, ya que la gente que nos viene a conocer entiende de qué se trata, hay que tomar en cuenta que venimos en un mundo complejo y bellísimo a la vez. Tenemos la responsabilidad de seguir difundiendo quiénes somos, porque Oaxaca es un gran ejemplo en muchos sentidos.
¿Cómo te ha tocado vivir la pandemia?
En estos tiempos de pandemia en conjunto con mi familia ha representado el buscar consumir lo local: los jitomates criollos de riñón, ir al rancho de mi madre en Huayapam para estar en la tierra y observar cómo va cambiando la naturaleza. Eso ha sido un regalo, apreciar nuestra gran fragilidad y apreciar el trabajo de personas con las que hemos hecho equipo en esta pandemia. Me siento agradecida de vivir estos momentos difíciles, pero también me siento afectada por las pérdidas humanas. Muchos hemos sido tocados por esta tristeza.
La pandemia es una reacción de la Madre Tierra. Como decía, soy hija de un biólogo que en mi niñez siempre estaba hablando de estos temas, entonces, no es sorpresa para mí. Creo que ese es el mensaje que hay que recordar siempre, porque a veces los humanos estamos en lo nuestro. Por ejemplo, hay viene la vacuna y, de pronto, ya otra vez muchos están en los mismos caminos. Nos olvidamos de la importancia de ese mensaje de respetar a la Tierra.
Por todo esto que nos ha pasado, siento que nos queremos más, porque nos pasó juntos. Eso es algo que a mí siempre me preocupa: que nos queramos más, que el temor entre el uno y el otro sea menos. Esa es una preocupación muy grande para mí. Es uno de los factores principales en mis pensamientos y sueños, que salgamos de esta con un gran aprendizaje: proteger a nuestra Madre Tierra, presionar a los gobiernos y a las empresas para que ya no produzcan productos que hacen daño y optemos por otras formas de construir nuestras vidas.
Sobre Lila Downs
Lila Downs es una de las artistas más influyentes de América Latina; tiene una de las voces más singulares del mundo y es conocida por sus actuaciones carismáticas. Sus propias composiciones combinan géneros y ritmos diversos, desde rancheras y corridos mexicanos, hasta boleros, estándares de jazz, hip-hop, cumbia y música popular norteamericana.
El documental El Son del chile frito, sobre la intérprete oaxaqueña Lila Downs, nos ofrece un acercamiento a sus raíces mixtecas a través de la música, la comida y las costumbres de esta etnia mexicana.
Lila Downs estrena un sencillo dedicado a los campesinos: “es un momento de mucha fe y esperanza”. La canción Dark eyes es un mensaje de apoyo a los trabajadores esenciales que se han mantenido produciendo alimentos durante la pandemia. “Nos ponemos muy cómodos y olvidamos quién nos está trayendo los víveres a la puerta del hogar”, comenta Lila.
Lila Downs regala un mensaje de resistencia con ‘Un canto de niños’.
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