Los campesinos de la Sierra Gorda Queretena siembran sus rimas en el canto. Para ellos, el huapango arribeño es una poesía musical y las fiestas, una oportunidad para verlas echar raíces. Muchos de los músicos de este género, aprendieron el arte desde niños.
Algunos se adentraron al canto por la intuición; otros, de la mano de un familiar que tenía conocimiento básico de las notas musicales. Inclusive, hay quienes recuerdan con brillo en los ojos el momento en que fueron introducidos al huapango arribeño a través de las palabras:
“Mi jefe. mi apá, sabía muy a penitas las vocales… entonces andábamos en la milpa y así donde había tierrita suelta allí le decía: ¿cómo son éstas? me enseñó que así y así…”
La manera en la que aprenden es muy significativa. Es una prueba de que el conocimiento no siempre se transmite en las escuelas. Para estos músicos, el talento se lleva en la sangre. La pasión por el instrumento o el recitar los versos que la acompañaban se descubrió en ellos como una joya genuina a lo largo del tiempo. Ellos hilan la música con el pleno dominio de cada nota –aunque suelen asignarles apodos, como la floja o la baja.
En relación a las letras con las que acompañan su poesía, la manera de proceder de cada músico también es diferente. Algunos de ellos se basan en la poesía oral. Entonces, su principal herramienta es el recuerdo, la memoria con la que han escuchado a otros decir sus canciones. Los que han aprendido a escribir sellan sus versos en un cuaderno. Pero, independientemente del método, el huapango arribeño termina por pintarse de manera indeleble en la memoria de quienes lo escuchan.
El ritmo
La letra no es el único pilar del huapango arribeño, la rima y su cadencia es otro factor vital. De acuerdo a sus ejecutores, la poesía del huapango es rítmica, sin esto, no es música. De aquí viene la importancia de conocer la métrica de los versos, que pueden ser octasílabos, décimas, entre otros. Sin un conocimiento de estos conceptos claves, el huapango arribeño se vuelve un lenguaje indescifrable para quien pretende tocarlo y, sobre todo, cantarlo para cada hora el día.
El tiempo huapangero
Sí, así es, el huapango arribeño no sólo es un género. Para muchos, éste podría considerarse como una manera de contar el tiempo. Antes, cuando se solía tocar todo el día, los músicos se ponían de acuerdo en qué tono tocar, dependiendo la hora:
"a veces cuando empezábamos de día, tocábamos en el tono de sol mayor, y cuando se hacía de noche, digamos a las nueve, diez de la noche, tocábamos en el tono de re mayor hasta la una. De la una para adelante agarrábamos el tono de A mayor"
El asociar el huapango con el paso de las horas resulta un indicador de la fuerte conexión del músico con la naturaleza y las notas que ejecuta. De esta manera, se nos demuestra que el huapango arribeño es más que un género musical. El destino de sus ejecutores también es distinto. Cada músico ve en el huapango arribeño como una manera de conocer el mundo, ampliar sus conocimientos y relacionarse con la naturaleza.