Antes de que estallara en nuestra cara la era digital, con sus infinitas posibilidades para emitir mensajes en formatos insospechados, la única forma para anunciarse o para adornar la fachada de un negocio eran los rótulos.
La palabra rótulo, del latín rot?lus, define al título que antecede a un texto y que anuncia su contenido. Pero los rótulos que pueblan las fachadas, lo que anuncian, en cambio, es el contenido de las urbes: sus panaderías, peluquerías, mofles, estéticas, carnicerías, tortillerías y otros locales que se entretejen en el paisaje urbano y que lo constituyen.
Así se va escribiendo una especie de poesía callejera la cual ostenta toda una técnica detrás, misma que es aprendida sólo de generación en generación. Por esta herencia es que la mayoría de los talleres de rótulos llevan por nombre el apellido de la familia, como los Rótulos Huerta que sobreviven en la calle Perú del Centro Histórico.
Y es que para ser rotulista no hay escuelas. Este noble oficio requiere disciplina y buen pulso. Por eso, Paola Sanabria define al rótulo, en la revista Artes de México, como otra forma de muralismo. Y es que no todo se limita a las características tipografías romanas o góticas, sino que el rotulista (especializado como figurista) se debe valer de otros elementos gráficos para complementar su obra. Personajes famosos, logotipos, rubias mujeres, calaveras, platillos y múltiples efectos, como el degradado y el relieve, pertenecen todos al mundo del otro muralismo.
Se pueden encontrar por ello infinidad de estilos, que van desde lo elemental a lo sofisticado. No falta alguna expresión un tanto más pavorosa, grotesca o, incluso, sumamente cómica. Este conjunto es así una expresión que forma un lenguaje (una poesía pictórica) multiforme y que narra la historia de las ciudades, pero que, además, fija una estética en el imaginario colectivo, donde distintos colores y formas se asocian a diversas ideas.
Por eso, remitirnos al rótulo es remitirnos a las fotografías de Manuel Álvarez Bravo, Edward Weston y, en una medida más casuística, a la de Nacho López, quienes capturaron estos murales en la cotidianidad de la Ciudad de México en los años 30
Actualmente, los pocos rotulistas que quedan están más bien aferrados a su amor por el trazo, y quizás a la intuición de que en sus manos está una tradición que trasciende lo comercial y se convierte en identidad. A través de su pasión sobrevive esta práctica, la cual esperamos no se diluya en la vorágine moderna ni se convierta en mera nostalgia.
*Referencias: Desaparecen los artistas de los rotulos