El poblado de Tlayacapan se encuentra en el estado de Morelos. Está bordeado en su parte poniente por unas montañas de origen volcánico; de baja altura y con muy peculiar fisonomía. Es justamente en lo alto de una de estas prominencias, conocida como el Cerro del Tlatoani que se están realizando trabajos arqueológicos con el objetivo de incrementar la oferta turística de este “Pueblo Mágico”.
Les comento que ya he tenido la oportunidad de documentar zonas arqueológicas en proceso de exploración o excavación, pero es la primera vez que me sucede una experiencia como la que estoy por narrarles:
A pesar de que cuento con 46 años de edad, al estar en este cerro, mi “niño interno” renació de una manera inesperada y me sentí tan emocionado como cuando en la infancia veía aquellas películas de aventuras en donde el personaje principal es un brillante arqueólogo que sortea varios peligros antes de encontrar el tesoro oculto ubicado en un templo perdido en la selva impenetrable. ¿Qué es lo que provocó en mi el dejar a un lado la “objetividad de un adulto” y revivir este sueño de la niñez? Quizá sea la “escenografía” natural del sitio arqueológico del que les hablaré a continuación:
En lo alto del Cerro del Tlatoani se encuentra una pirámide. Para llegar a ella se sigue una vereda que se interna a través de la abundante vegetación. En la parte baja y casi al inicio del camino, la vereda pasa a un costado de un abrigo rocoso que resguarda algunas pinturas rupestres. En temporada de lluvias una pequeña cascada intermitente alcanza a salpicar a los caminantes que cruzan por ahí. Esta vereda, siempre bordeada de un verdor impresionante y en la que los ojos atentos pueden aun encontrar navajillas de obsidiana y restos de cerámica prehispánica, continua cuesta arriba hasta una pequeña cueva que es la “puerta de entrada” a la zona arqueológica… ¡En este punto mi niño interno comienza a vivir su gran aventura!
Esta cueva es baja y estrecha, y se debe cruzar por ella para llegar a la zona arqueológica. Este punto marca el primer “reto” en mi camino: despojarme de la mochila en la penumbra, empujarla delante de mí, o bien arrastrarla. Debo elegir una opción pues intentar cruzar con ella a la espalda es muy complicado pues esta oquedad es tan baja en un punto que se debe cruzar literalmente hincado… Es justamente debido a esta situación que a este paso se le conozca como “el humilladero". Una vez cruzada esta pequeña cueva, la vereda se transforma en una auténtica escalinata prehispánica tallada directamente en las rocas del cerro y que avanza por un estrecho corredor natural bordeado por los altas paredes rocosas de origen volcánico de las que cuelgan verdes plantas alimentadas por los escurrimientos de agua de lluvia. Metros más adelante, el camino da un brusco giro a la izquierda debido a un impresionante acantilado que corta el paso y en donde en tiempos antiguos existió una atalaya de vigía para observar el verde valle debajo.
A partir de este punto, la vereda-escalinata se hunde en una impresionante grieta que corta verticalmente la pared de la montaña. El ulular del viento que cruza la grieta resuena dramático en mis oídos. Este pasaje es tan estrecho que en algunos puntos debo nuevamente de quitarme la mochila de la espalda y avanzar de lado por las resbalosas escalinatas. A este paso estrecho con paredes cubiertas de húmedo musgo se le conoce como “el pasadizo de los vigilantes”. ¿Por qué se le llama así? Sucede que a lo largo y alto de de ambas paredes sobresalen cientos de rocas, la mayoría van del tamaño de un puño, hasta el de un balón de fútbol… Y en ellas se encuentran tallados burdos rostros que “vigilan” a todos aquellos que cruzan por ese sitio… ¡¿Cómo no soñar con peligrosas aventuras al cruzar trabajosamente bajo la mirada vigilante de decenas de "amenazantes" rostros de piedra?!
Según hipótesis de los arqueólogos que trabajan en la zona, es probable que en los tiempos pasados, el tránsito por dicho pasadizo se realizará bajo los influjos de alguna sustancia que intensificará la experiencia de “encontrarse cara a cara” con los rostros ahí esculpidos… Una prueba para los “iniciados”… Quizá un rito de purificación para llegar impoluto al templo en la cima…
Saliendo de este pasadizo el camino da un nuevo giro a la derecha y de nuevo a la izquierda para evitar unas profundas grietas internas que se hunden prácticamente en el corazón de la montaña. ¡Este es el ultimo “desafío”¡ Me encuentro a pocos metros de llegar a la zona de “las terrazas”. El punto donde inician los grandes vestigios arqueológicos, antesala monumental del templo ubicado en la cúspide…
Pero aquí mi sueño de la infancia se desvanece con el encuentro de varias cuadrillas de trabajadores que restauran las numerosas “terrazas” de piedra construidas a lo largo del cerro. Si bien todos los lugares y características que les he narrado anteriormente son totalmente reales, ya es momento de olvidarme de mi niño interno y de su romántica visión aventurera del paisaje que antecede a las vetustas edificaciones y avanzar contemplando objetivamente los vestigios, guiado por los arqueólogos apostados en el Cerro del Tlatoani quienes amablemente me conducen a través de las sucesivas terrazas de piedra hasta el templo ubicado en la cima, mismo del que tendré la oportunidad de documentar en video durante su proceso de limpieza y consolidación… Pero esto, el trabajo que los arqueólogo realizan en lo alto del Cerro del Tlatoani, ustedes lo pueden mirar en el video que acompaña estas líneas…