Pensar en la muerte como una especie de sueño, o una segunda vida. En todo caso, un letargo singularmente eterno del que nos hemos servido durante milenios para, en el último de los instantes, reafirmar la existencia del espíritu. ¿Qué serían las palabras dedicadas a la muerte, si de ella no emanara el profuso misterio que tanto irradia miedo en las mentes? De aquél discreto enigma sólo nos queda la especulación. La metáfora poco probable de revestir con hechos; la severa reflexión a través de la melancolía, la esperanza y en el caso de México, la posibilidad de reírnos de ella.
Sobre la muerte mucho y poco se sabe. Se sacia con la literatura y el arte, pero se ignora todos los días. Se celebra y también se llora. Se rinde culto, sacrificio y se vuelve una musa. Se cree en su infinitud o no. Pero ella, al igual que los sueños y otros planos, se ha enunciado con particular elegancia en la historia de las plumas mexicanas.
A muy poco de celebrar con alegría el Día de los Muertos, te enunciamos 6 escritores mexicanos y sus obras que, bajo una premisa crítica, inquietante e inevitablemente mistérica, proyectan una épica concepción de lo que significa la muerte para México:
José Revueltas
El prolífico Revueltas encuentra en la muerte una posibilidad liberadora; un escape a la caótica historia de México, que en términos generales discurre en el clasismo, la negación del origen, la aceptación de la cultura foránea y la religión católica y la educación bajo un mismo lienzo. Si bien Revueltas sería uno de los máximos promotores del Partido Comunista Mexicano y, sus obras, exposiciones críticas sobre la política nacional y la condición del mexicano después de la conquista, su obra más conocida, El luto humano (1943), expresa con toda voluntad la capacidad de los mexicanos para mirar a la muerte como un único destino. Para Revueltas, la muerte es una compañía cercana en la comsovisión del mexicano. Es un hecho tangible y un factor determinante de lo que acontecerá en la realidad de los otros que aún siguen con vida. Bajo la narrativa de una familia que llora la muerte de su hija, Revueltas evidencia cómo el catolicismo ha logrado deconstruir la visión de la muerte y transformarla en agonía. Una agonía que solo tiene reparo en la oración y que busca el perdón a través de un pecado que se desconoce. Pero Revueltas no se limita a imaginar la posibilidad de que, si hubiésemos pervivido la costumbre del rito y el sacrificio prehispánicos, la muerte de aquella hubiese sido desquitada inmolando un corazón para la divinidad vengativa.
Cargada de incalculables simbolismos, esta obra presenta la insigne de la bandera nacional –al águila devorando la serpiente sobre un nopal– como un ejemplo tácito de que al México de su época –y probablemente también al de hoy– le persigue la inevitable miasma de la muerte: “una víbora con ojos casi inexpresivos de tan fríos, luchando, sujeta por el águila rabiosa, invencibles ambas en ese combatir eterno y fijo sobre el cacto doloroso del pueblo cubierto de espinas”.
Jaime Sabines
Contrario a Revueltas, Jaime Sabines defiende el derecho a sentir dolor por la muerte. Ejemplo de ello es su poema Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1986), donde tritura en finas hebras emocionales la aguda añoranza de traer de vuelta a la vida a su padre. Este es uno de sus poemas más extensos, cargado de ritmos tan distintos como sorpresivos y un final astronómicamente místico. Atado a la angustia y la debilidad que le provoca la muerte de su ser más querido –el “árbol frutal” y tronco de la familia–, Sabines recalca la frecuente batalla del hombre contra el miedo a la condición terminal. Niega el hecho de olvidarse de los muertos –por ello es que en otro de sus poemas él escribe: “¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra!”– aunque, paradójicamente advierte que no regresan más, que “No vuelve nadie, nada. No retorna el polvo de oro de la vida”. Sin embargo, en su texto mantiene la incesante memoria de su padre, siempre firme, por lo que entonces subraya que “Morir es estar en todas partes en secreto”, porque con la muerte se camina; se vive con ella desde que se nace.
Otra de las cosmovisiones mortuorias de Sabines que resulta interesante, es el puente de conexión que erige entre la muerte y la política. Frente a una modernidad desacralizada, Sabines demanda el simbolismo de la muerte, que ha ido perdiendo significado al utilizarse como una estratagema política y de manipulación, y que la reduce a un hecho insignificante y a la única de las soluciones a todo tipo de crisis. De esta manera llama a retomar el hecho de la muerte como una reflexión metafísica de todos los días, y no como un arma que prolifere el miedo.
Juan Rulfo
Una de las concepciones literarias más populares de la letra hispánica, es la que nos describe Rulfo en Pedro Páramo (1955). Su obra está cargada de todo simbolismo relativo al mundo de los muertos; a Comala, a ese no-lugar que conserva las almas en pena y murmullos a ratos sobre el universo escatológico del inconsciente mexicano. Más allá de las muertes que se hallan en su narrativa mágica, su intención se centra especialmente en exaltar un escenario donde apenas se alcanza a discernir en dónde acaba la vida y comienza la muerte. Una especie de limbo al que sucumben quienes esperanzados en las argucias de la vida, se olvidan de los esenciales actos, y una y otra vez las memorias les atormentan. Al mismo tiempo advierte la posibilidad de no existir eternamente, en ese lúgubre estado de no-ser donde se lamentan los muertos y recuerdan constantemente su último suspiro: “¿Por qué ese recordar intenso de tantas cosas? ¿Por qué no simplemente la muerte y no esa música tierna del pasado?”.
Rulfo nos tiene preparado otras fantásticas alusiones mortuorias en sus cuentos del Llano en llamas (1953), por ejemplo en “El Hombre” y “Diles que no me maten”. “Los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno”, nos dice en el primero de estos. La muerte que asecha, la muerte como un fin necesario, la muerte temible, la muerte con su venganza y su justicia; la ternura de la muerte, la bella muerte, la desconocida; la esperanza a ella. Esa parábola que resulta su narrativa, desafía al lector a entenderse con su propia metáfora de la muerte.
Carlos Fuentes
Para Carlos Fuentes, la muerte se fusiona con la vida en la medida en que exista quién pueda albergar su memoria. Renuente a otros autores, Fuentes opta por pensar en la muerte y solo así creer en la posibilidad de su permanencia. La muerte de Artemio Cruz (1962) y En esto creo (2002) son dos de sus obras que ejemplifican este estado. En esta última confiere una posibilidad de vencer a la muerte, en este caso, mediante la palabra: “El pensamiento no muere. Sólo mide su tiempo […] No hay palabra que no esté cargada de olvidos y memorias, teñida de ilusiones y fracasos. Y sin embargo, no hay palabra que no venza a la muerte porque no hay palabra que no sea portadora de una inminente renovación”. Así pues, las generaciones pasan y la memoria olvida las muertes de los que amamos.
Sin embargo, después de la muerte no hay eventualidad de vivir, a no ser que se intente vivir hacía atrás. He aquí una premisa fascinante que Fuentes ejemplifica en La muerte de Artemio Cruz: la posibilidad de deconstruir el tiempo, de situar el pasado –las memorias– en el futuro –la inevitable muerte–: “…somos espectro de otra época pasada y el anuncio de una época por venir. No nos desprendamos de estas promesas de la muerte.”
Octavio Paz
Imprescindible para todo mexicano conocerse a través de El Laberinto de la Soledad (1950) de Paz, una proyección moral, ritual y psicológica que dedica, también, un capítulo al inexorable pensar de la muerte. Su crítica hacia la procesión de Día de muertos –y en general a la festividad mexicana–, señala la falta de profundidad de esos “nuevos” ritos en comparación con el auténtico hito prehispánico. Recalca Paz que, para los aztecas, no existía la angustia a la muerte, ya que este acto natural destacaba por su calidad numinosa para fecundar, paradójicamente, a la vida. Era a través de la muerte –de la sangre– que se alimentaba al cosmos y aseguraba la fertilidad de la futura creación.
Contrario al individualismo que, piensa, profesa el Cristianismo –y con ello todos los hechos que por delante de la conquista transformaron la cosmovisión mexicana–, el verdadero rito a la muerte se encuentra en la regeneración a través del sacrificio, una acción que hoy en día bien podría traducirse de muchas maneras, siendo la metáfora que cada uno logra conjeturar en su interior, la más viable de las inmolaciones.
“Dime cómo mueres y te diré quién eres”, concreta paz, ya que la muerte en su imaginario se revela como el espejo de la vida misma, el boceto de lo que en vida fecundamos.
Nezahualcóyotl
Inmanente guerrero cósmico, símbolo de la voluta texcocana y gran pensador de los tiempos prehispánicos. Nezahualcóyotl retrataría a la muerte en hermosos poemas que resumen a verso la calidad fugaz de la vida y su dualidad inevitable: Aunque sea de jade se quiebra / aunque sea de oro se rompe / aunque sea de plumaje de quetzal se desgarra, enunció. Y agrega: No para siempre en la tierra / sólo un poco aquí.
*Imagen:1)Julio Ruelas