A veces, para hablar de lo que somos, no es necesario enunciar las etiquetas. A veces se trata de construir algo que, de manera ingeniosa, retome lo mejor de nuestro contexto; pero sin cerrar sus posibilidades. Esto es lo que hizo la arquitecta mexicana Frida Escobedo con su pieza para las Serpentine Galleries en Londres.
Y es que, aunque los diálogos sobre identidad nunca se agotan y siempre es valioso ejecutarlos, cuando un artista mexicano (en este caso una arquitecta) decide hablar de otras cosas, enriquece los panoramas latentes. Es refrescante ver que alguien se permita simplemente explorar la forma, las cualidades de un material o tal vez sus colores, sin que esto implique un discurso sobre nacionalidad. De cualquier manera, el contexto del creador y sus vivencias personales siempre se cuelan en la práctica, reinventándose.
Tal vez por esto fue invitada Frida Escobedo a construir una pieza para uno de los lienzos más finos que puede tener a su disposición un artista o arquitecto en el mundo. Su obra, generalmente, tiene la capacidad de resonar con el entorno, en lugar de alzarse a pesar de él. Sus piezas son un respiro, una suspensión deliciosa en el espacio.
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¿Qué son las Serpentine Galleries y por qué son tan importantes?
Estas dos galerías londinenses se han convertido, a lo largo de su historia, en referentes cruciales para la creación artística contemporánea. Aunque son dos, se encuentran separadas a penas por un pequeño puente que atraviesa el lago Serpentine (de donde tomaron su nombre) y sus exhibiciones, arquitectura y programas educativos llaman a más de 1.2 millones de visitantes al año. No es para sorprenderse pues desde que fueron inauguradas en 1970 artistas de la talla de Damien Hirst, Anish Kapoor, Jeff Koons y Marina Abramovic se han presentado en sus salas.
Cada año, desde el 2000, las galerías comisionan un pabellón temporal a un artista seleccionado. Este pabellón se exhibe durante los veranos y la tradición se ha transformado en uno de los eventos más importantes para los artistas y arquitectos de todo el mundo. Participar en la construcción de uno de estos pabellones es un auténtico privilegio y es un ejercicio complicado, pues se trata de articular una edificación que pueda ser montada rápidamente, que aguante a la intemperie y que esté lista para ser desmontada cuando termine el verano, para encontrar su residencia permanente en otro lugar. Esto significa que, en más de un sentido, la pieza arquitectónica debe de ser flexible y resiliente, debe poder resonar con el entorno y, al mismo tiempo, poder adaptarse a otro espacio.
¿Por qué celebramos esta pieza?
Sin duda es un honor que la mexicana se presente en las Serpentine, sobre todo porque demuestra que la creación mexicana no tiene, ni necesita fronteras. Como ella bien dice, esta pieza y este evento son ocasión para ampliar los panoramas de la arquitectura como disciplina y eso es lo valioso de reunir a personas y espacios de diferentes culturas en el acto creativo.
Por cierto, Frida Escobedo es la primer mexicana en haber sido invitada a exhibir en este espacio, es la creadora más joven en haber inaugurado un pabellón y la segunda mujer. Por otro lado, no hace falta medir su talento por estos logros circunstanciales. Lo que hay que hacer es observar con cuidado su pieza, capturar sus intenciones y dejarse llevar: desde lejos la experiencia también es fabulosa.
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¿De qué se trata la pieza de Frida?
Muchos de los proyectos de Frida Escobedo y su oficina tienen un corte dinámico y están ligados a la reconfiguración y reactivación del espacio público. Uno de nuestros favoritos es la remodelación de La Tallera Siqueiros, en Cuernavaca, Morelos.
La pieza es una exploración sobre la creación de un espacio público que pueda ser, simultáneamente, una esfera de intimidad en medio del parque que rodea las galerías. Sutilmente, Frida retoma influencias, materiales, estilos e historia de las dos tradiciones que, incidentalmente se reúnen en el trabajo: la inglesa y la mexicana y, a través de la pieza, concreta un delicado matrimonio intercultural.
Todo comienza con un patio rectangular, espacio fundamental en la casa mexicana tradicional. El patio es generalmente un punto de reunión entre familias, un espacio para celebrar o simplemente suspender lo cotidiano, disfrutar "el fresco". El patio está demarcado por dos volúmenes rectangulares alineados con el Meridiano de Greenwich, haciendo referencia a tres cosas: la posición de la pieza en Inglaterra, al paso universal del tiempo y la extensión del espacio. Los ejes de las paredes externas que rodean este patio están alineadas con respecto a la fachada este de las galerías, haciendo alusión a que la pieza fue hecha para acompañarlas, aunque sea por un momento breve. Además, una sección del patio tiene un espejo bajo de agua que delimita, dependiendo de su extensión, la forma de transitar el espacio.
Los materiales también hablan. A Frida y a los integrantes de su oficina les gustan los materiales simples, no muy caros, encantadores precisamente por su minimalismo, por su carencia de pretensiones. Estos son, a sus ojos, los que se prestan mejor para la experimentación. De hecho afirma que prefiere experimentar que hacer una edificio comisionado bajo un proyecto fijo; prefiere trabajar con poco presupuesto y resolver problemas de forma, que hacer un edificio caro y resolver problemas de funcionalidad.
En el caso de esta pieza utilizaron materiales hechos en Inglaterra, específicamente tejas de cemento, que son clásicas en las construcciones británicas (a vuelo de pájaro queda claro que están por todos lados en las ciudades inglesas). Con estas tejas construye los muros que rodean al patio en forma de celosía. Esta es una forma típica mexicana también, heredada por los españoles, que la retomaron de Oriente Medio. La celosía se forma generando un patrón abierto que deja pasar la luz natural y el aire y que permite desde el interior ver hacia el exterior, pero no viceversa. Una íntima apertura que, por ser "porosa" va cambiando de color durante el día, mientras el sol y las nubes controlan los tonos del entorno. La pieza es, también un reloj estrictamente visual. Es una invitación a contemplar el tiempo y también, por su composición un recuerdo de que el espacio es una suerte de fluido.