El hombre es un ser social, y por medio de los otros, ha asegurado su supervivencia tanto física como afectiva. Necesitamos a los otros para reflejarnos en ellos, para pertenecer. Hoy, que vivimos un mundo que apunta enormemente al individuo y su narcisimo, saltan conmovedores y bellísimos los ejemplos que nos aleccionan sobre otras posibilidades de organización, donde los otros tienen cabida para el propio y el bienestar integral.
En México, lugar de une efervescencia cultural como pocos otros lugares, gracias a la gran diversidad étnica de estas tierras desde tiempos prehispánicos, aún hoy perviven hasta 12 millones de personas que pertenecen a distintos grupos indígenas, siendo 20 los más grandes. Los primeros 5: los nahuas, mayas, zapotecas, mixtecas y otomíes.
Y en estos grupos es donde más se conservan prácticas que nos dan lecciones, tanto en relación con el cuidado de la naturaleza, como con la propia concepción del individuo. Es decir, si bien es cierto que siempre tendremos necesidades individuales asociadas a la personalidad propia, también es verdad que, como la ciencia hoy lo comprueba, lo que verdaderamente nos hace felices no es el éxito, reconocimiento, o el dinero, sino las relaciones personales significativas. Y sobre esta noción los pueblos indígenas de México, aunque cada vez menos, hoy practican increíbles prácticas de colaboración social que generan cohesión entre ellos, donde se cuenta con los demás tanto para subsanar las necesidades materiales como las afectivas y espirituales.
Hoy presentamos 4 formas de colaboración de origen prehispánico que prevalecen, y desde su valor, dan fuertes llamadas de atención sobre el concepto del individualista-egoísta que hoy nos enferma:
Tequio (llamado también faena, fajina, faina (Montemayor, 2007)
Del nahuatl tequitl, que significa algo así como una tarea, encomienda, una convicción activa. El tequio es quizá la actividad comunitaria por excelencia, donde el trato siempre es de igual a igual. Las personas de la comunidad, además de cultivar la tierra (y contrario a la división del trabajo de connotación occidental) hacen todo tipo de labores, sin recibir un pago, para el desarrollo de la comunidad. Desde construir casas, calles, hasta labores diversas como la limpieza pública. En el tequio se tiene la sabia noción de que el desarrollo comunitario no puede ir desligado del personal. Este modelo, en algunos lugares incluso suele hacerse entre comunidades.
No hay división del trabajo, sino reparto de responsabilidades en su sentido de compartir, para recrear humanidad; se ejerce como un poder que comuna (Robles y Cardoso: 58-59)
Manovuelta
El manovuelta es una forma de intercambio de trabajo también, aunque más ligado a la tierra. Entre personas de la comunidad se ayudan para preparar la tierra, cultivar y recolectar la cosecha. La ayuda es voluntaria, y recíproca. En un interesante artículo de Juan José Lavaniegos para La Jornada del Campo, se narra cómo en la Sierra Madre Oriental, tanto otomíes como nahuas y tepehuas hacen esta hermosa práctica, donde, si trabajaron 14 personas, entonces ese favor entendido es devuelto a cada uno de ellos con sus labores en la tierra.
Gozona
Es una manera de colaboración, pero más a nivel familiar, y propicia fundamentalmente el sustento económico en esta arista . En un texto la para La Haine, el zapoteo Ricardo Flores Magón, explica cómo se aplica entre ellos la Gozona, y de este modo, se ahorran recursos al no contratar a alguien para la labor, y se estrechan lazos:
Para nosotros la gozona es para… Por ejemplo, tengo un vecino, ¿no?, voy un día de él a trabajar, y ya va conmigo… Así es, ya van conmigo, ya voy con ellos. Eso en la gozona… Yo mi vecino le voy a ver: "ven a trabajar conmigo porque no tengo ayuda". Hacemos gozona… El va de conmigo dos, tres días; y ya le repongo yo luego los días que trabajó conmigo…
Guelaguetza
Está más enfocada en el apoyo social relacionado a eventos importantes como bodas, bautizos, o fiestas. Los miembros del pueblo apoyan al anfitrión con regalos desde comida, animales, música… Con ello se hace una especie de consanguinidad entre la comunidad. También, cuando uno de los miembros tiene algún problema, la comunidad le ayuda, desde lo económico hasta afectivo. En el mismo artículo antes mencionado, Pedro García Olivo, describe:
La guelaguetza ‘educa’ desde el momento en que contempla al otro, al vecino, al amigo o hermano, no como competidor, ni como "recurso", no como adversario o enemigo, ni como negocio, sino como sujeto con el que identificarse, como verdadero ‘compañero’, como donador de sentido para la interrelación cotidiana, beneficiario de una praxis estrictamente ‘moralizadora’…