Si hay un acto plenamente universal, probablemente sea la contemplación. Esta, si tenemos que definirla, consiste en poner la atención completa en algo; vertirse absolutamente en la experiencia de una cosa. Para algunos (como los japoneses y, también, los rarámuri) contemplar es un ejercicio espiritual. Cuando dejamos que las cosas hablen, lo que nos dicen podría cambiarnos la vida.
Así, son muchas las culturas que nos invitan a la contemplación, a través de diversas prácticas. Una extremadamente delicada es el haiku, la escritura de poemas mínimos, que cumplen con una serie de reglas fijas y que nacen de contemplar el mundo e invitan a quien lo lee a hacer lo mismo. Extraordinario es el ejemplo escrito e ilustrado por Luis Gabriel Vázquez, un niño tabasqueño de 12 años de edad, que con su pequeña y brillante pieza nos recuerda que la belleza reside en las cosas simples.
La hazaña puede parecer simple, por la breve factura, pero el haiku es un arte mucho más complicado de lo que aparenta. Las reglas son las siguientes: la pieza normalmente está compuesta por 17 sílabas, en tres versos. El primero y tercero son de 5 sílabas y el que está en medio es de 7.
Los versos no riman, pero el verdadero reto es generar una narración que sugiera dos escenas o imágenes distintas yuxtapuestas y que se cierre en sí misma, es decir: que la pieza sea autosuficiente, es decir, que no solicite más contexto que el que puede ofrecer en 17 sílabas.
Conejo Lunar, bosque de tus estrellas, luz de mis sueños.
Luna Anais Campos Ruiz, 13 años
En ese sentido el haiku de Luis Gabriel es impecable, sugiriendo dos momentos: el caer de la lluvia y el momento en que la tierra huele a mojado, olor, por cierto delicioso y cargado de nostalgia. Además, la sugerencia de que la tierra es besada por la lluvia solo podría haber sido propuesta por quien con absoluta sensibilidad se presta a la contemplación del mundo.
Esta hermosa pieza nos ha dejado en un estado de preciosa reflexión, suspendidos en una burbuja que contempla la lluvia que cae y puede oler, a través de las potentes palabras, una escena cotidiana que nunca volverá a pasar desapercibida.
Otros niños mexicanos autores de haikus hacen un pequeño llamado para recordarnos que: entre todas las cosas que parecen oscurecer el panorama, una nueva generación de poetas y contempladores besa delicadamente el contexto, con palabras que son pequeñas y potentes flores.
El gato duerme, en su cama de lana, y él roncaba.
Ariadna Guadalupe Morales, 9 años
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