Los sismos podrían considerarse el fenómeno natural más intrigante del planeta. Su carácter enigmático recae en que —hasta el momento— son absolutamente impredecibles. Esto los convierte en la metáfora perfecta —o tal vez, la plena evidencia— de que, sobre la existencia tenemos, en realidad, poco control. Como bien decimos en México, con resignada aceptación y ácido cinismo: "cuando te toca, ni aunque te quites; y cuando no te toca, ni aunque te pongas."
Y, a sabiendas de que nuestras explicaciones sobre estas sacudidas de la tierra se han quedado cortas, son muchos los investigadores y científicos que han recurrido al pasado en busca de respuestas. Se trata de entender cómo han sido los sismos en la historia de México.
Sin embargo, los recuentos explícitos en tiempos prehispánicos escasean y lo poco que nos queda son algunas fechas dispersas, magnitudes subjetivas y explicaciones menos frías que las de la ciencia. En esta maraña de narraciones e interpretaciones hay muchos datos interesantes y ocultos; pistas sobre lo que implican hoy los sismos que se vivieron en el México prehispánico.
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¿Qué sabemos sobre los sismos prehispánicos?
Así, frente a los sismos, la ciencia se ha topado con varios callejones sin salida y recurre a la historia. Lo que hoy sabemos sobre los temblores prehispánicos es gracias a la investigación de antiguos documentos, códices y expresiones como las pinturas rupestres.
Las antiguas narraciones describen las vivencias, sensaciones y mitos que, en su momento, dieron razón de ser a estos desastres repentinos. Científicos, historiadores, arqueólogos y antropólogos, hoy tienen que tender puentes entre estas "interpretaciones" y las formas de medición contemporánea, para precisar la información.
Los Anales de Tlatelolco son una de las fuentes en la que los investigadores están buscando respuestas. Se trata de la relación histórica más antigua escrita en alfabeto latino y en idioma náhuatl.
En esta relación se relata que la tierra se "partió" al centro de nuestro país el 19 de febrero de 1575. Según lo que ahí se cuenta, el temblor ocurrido fue de muy amplias magnitudes y generó derrumbes y deslizamientos de la tierra muy intensos.
Este es uno de los temblores más antiguos de los que se tiene registro y hay distintos investigadores interesados en aprender más sobre ellos. Sobre todo porque es importante comprender que vivimos en una zona muy activa y solo haciendo conciencia de la magnitud real que tuvieron estos fenómenos en el pasado, podemos prepararnos para ellos en el futuro; especialmente porque se van descubriendo posibles zonas sísmicas de las que no se tenía conciencia. Así lo explica Luis Quintanar, sismólogo de la UNAM, citado por National Geographic.
¿Cómo vivían los sismos nuestros antepasados?
Sobre un terremoto ocurrido en 1455, los Anales de Tlatelolco dicen: "[…] hubo también terremoto y la tierra se agrietó y las chinampas se derrumbaron; y la gente se alquilaba a otra a causa del hambre". En el presente, los contemporáneos comulgamos con un buen fragmento de esta narración. Quienes lo han vivido pueden presumir que comparten esta experiencia mundana con los habitantes esta tierra de hace más de 500 años.
Pero, ¿cómo vivían los sismos prehispánicos nuestros ancestros? Bernardino de Sahagún escribió: "Cuando tiembla la tierra, rociaban con agua todas sus alhajas, tomando el agua en la boca y soplándola sobre ellas, y también por los postes y umbrales de las puertas y de la casa; decían que si no hacían esto, que el temblor llevaría aquellas casas consigo; y los que no hacían esto eran reprendidos por los otros; y luego que comenzaba a temblar la tierra comenzaban a dar gritos; dándose con las manos en las bocas, para que todos advirtiesen que temblaba la tierra. Luego tomaban a sus niños con ambas manos, por las sienes, y los levantaban en alto; decían que si no hacían aquello que no crecerían y que los llevaría el temblor consigo".
El sismo prehispánico tenía un carácter metafórico, sagrado: era una sacudida cosmogónica; para los mexicas incluso, podía ser una muestra de cómo se vería el fin del mundo. Para representar este hecho, tenían glifos: el de temblor combinaba ollin (movimiento) y tlalli (tierra).
¿Y cómo explicaban los tlalollin? Según la historiadora y antropóloga Virgina García, citada por El País, los mexicas "suponían que el sol y otros cuerpos celestes caminaban bajo la tierra conforme se hacía de día o de noche. Quizá por eso explicaban que un temblor no era más que un tropiezo terrestre, un tropiezo de la tierra con el sol, cuando el astro se escondía por el horizonte." Es una explicación perfectamente lógica para la época y comprobable, por lo menos a simple vista.
Además, pensaban que los temblores estaban ligados a fenómenos como las heladas, las nevadas, la actividad de los volcanes, los cometas, eclipses y, según Virgina García, también a muertes, acontecimientos políticos y guerras. Probablemente se les entendía como procesos cíclicos.
Y aunque hay registros gráficos —en los jeroglíficos— y fechas señaladas; sobre la duración de los temblores más antiguos registrados, lo que sabemos es gracias al sincretismo espiritual, más propio de principios de la colonia. Explica la historiadora que, para "calmar la ira divina", durante los temblores se rezaba. Así, sabemos que "antes de que se generalizara el uso de los relojes, los sismos se medían con rezos, entonces, te decían: el temblor duró un credo, el temblor duró dos salmos o el temblor duró un salmo rezado con devoción; eso quería decir que duró mucho más."
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Lo que sabemos sobre los sismos prehispánicos (y contemporáneos) es muy poco
Se trata de apenas un parpadeo frente a la historia extensísima de nuestro planeta. No sabemos si esta información podrá expandirse pronto; pero las investigaciones continúan, pues a la larga, se podrían detectar nuevos patrones y antiguas áreas sísmicas que llevan mucho tiempo inactivas, protegiendo en el futuro a las comunidades en riesgo.
Lo que sí sabemos es que nuestros antepasados también los experimentaron; con la misma incertidumbre, echándole la culpa al sol, la luna y los eclipses, conectándose con su yo más devoto y espiritual; pero, sobre todas las cosas, sabemos que, a pesar de estos tremendos desastres, los antiguos mexicanos no se rindieron: las ciudades fueron reconstruidas, la vida siguió con muchísima fuerza. Como muestra, hoy estamos aquí, más de 500 años después y a pesar de todo.
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