La historia de México es una historia de grandeza, sabiduría, y diversidad. Sin embargo, también está maculada por el sincretismo, la imposición y el olvido. La identidad del mexicano es como un caleidoscopio: es una miríada de colores y formas que cambian según uno los enfoca. Los grandes acontecimientos del pasado siguen definiendo nuestro presente, y la clave para desentrañarlos está en el habla. El náhuatl es la lengua florida de nuestros ancestros, y en ella se encuentra cifrado el simbolismo y la dialéctica que definen nuestras relaciones con nosotros mismos, con los demás y con el mundo.
A pesar de que, hoy en día, el español es el idioma oficial de México, nuestra riqueza lingüística es increíblemente vasta y diversa. Actualmente hay 68 lenguas originarias vivas, las cuales, en mayor o menor medida, se siguen hablando a lo largo y ancho del territorio mexicano. Una de las más difundidas y enseñadas es el náhuatl. Es la lengua originaria más aprendida por extranjeros y ladinos. Cientos de historiadores, literatos, antropólogos y etnógrafos la estudian, porque a través de ella se puede diseccionar y analizar la idiosincrasia del mexicano.
No es por nada que, hace solo unos cuantos siglos, era el idioma de uno de los imperios más poderosos de Mesoamérica y del mundo: los mexicas. Las ramificaciones del náhuatl se extendían desde México-Tenochtitlán hasta todos los rincones de su territorio. Durante mucho tiempo después de la Conquista, siguió siendo la lengua oficial de la Colonia: era el vehículo a través del cual los frailes podían evangelizar y enseñar a los vencidos.
Sin embargo, a finales del siglo 17, el rey Carlos II declaró al español como el único idioma oficial de la Nueva España. A partir de este momento, el náhuatl ya no se hablaba alto y con orgullo, sino que se le comenzó a mirar con recelo. La opresión, despojo y marginación de los pueblos indígenas iba de la mano con el desprecio por su lengua. La imposición y crueldad de los vencedores hizo todo lo posible por invisibilizarla y hacerla desaparecer.
No obstante, no es tan fácil arrancar de tajo la historia, las costumbres y la identidad de una persona. El náhuatl evolucionó y se siguió hablando; se transmite de generación en generación y, al día de hoy, lo hablan cerca de 2 millones de personas. Además, gracias a los movimientos indigenistas, se han estudiado minuciosamente los códices y los relatos de aquella época, desvelando los misterios de nuestras raíces y ayudándonos a comprender de dónde venimos.
Nuestro vocabulario está repleto de palabras y expresiones que provienen del náhuatl, tanto en nuestro discurso como en nuestra manera de hablar. Es sencillo pensar y toparse inmediatamente con muchas de ellas: chamaco, escuincle, aguacate, chocolate, apantle, tlacoyo…en fin, no nos alcanza el espacio para ponerlas todas. Además, la cosmovisión indígena también determina nuestras tradiciones y nuestra manera de pensar.
El Día de Muertos, el culto a la Virgen de Guadalupe, la importancia del mundo natural en las ceremonias religiosas y en la medicina tradicional, el respeto que se le profesa a las palabras de los ancianos…todo ello se encuentra en los mitos prehispánicos, en los códices, en las zonas arqueológicas, en la comida y, claro, en nuestro discurso. Aprender náhuatl es albergar la motivación de comprendernos a nosotros mismos y a nuestra historia.
Es una lengua musical, rítmica, llena de metáforas y de poesía. A los mexicas les encantaba danzar, cantar, conversar y hacer fiestas. La profunda conexión que tenían con la naturaleza se adivina en sus largas y sonoras frases. El náhuatl, además, es plenamente experiencial: la manera en que se nombra al mundo está intrínsecamente conectada en cómo se le percibe. La información que recogen los sentidos se refleja en la comunicación. También es reiterativo: para los nahuas, repetir una idea es clavarla en el corazón.
Es la lengua florida de nuestros ancestros, portadora de música, canto y tradición. El náhuatl se expresa en el reino del movimiento, del cambio constante, del juego entre la vida y la muerte, de la dualidad y los matices de la experiencia humana. A través de ella, Quetzalcóatl creó al humano con huesos del Mictlán, se crearon los soles, nació el maíz y se atravesó el cielo. Nuestra compleja identidad es el resultado de palabras ancestrales que llevan nuestro tonalli a cuestas, para convertirlo en colibrí e inundar nuestro corazón con su sabiduría.
Por si te interesa investigar más a fondo, te dejamos un exhaustivo estudio de Miguel León-Portilla sobre las creaciones literarias nahuas. Aquí una probadita:
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- Ni hual choca in
- ni hual icnotlamati
- zan ca anicnihuan
- azo toxochiuh on
- ¿ma ye ic ninapantiuh
- can on Ximohuayan?
- Nihuallaocoya.
- Traducción:
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- Aquí me pongo a llorar
- me pongo triste.
- Soy solo un cantor
- Vean, amigos míos
- acaso con nuestras flores
- ¿he de vestirme allá donde
- están los que no tienen cuerpo?
- Me pongo triste
También en Más de México: El susurro del mezquite, cuentos otomíes del Valle del Mezquital.
*Imagen destacada de: México Desconocido