Asociar muerte y belleza, descomposición y vitalidad, dolor y placer, es un ejercicio realmente complejo. Pero en México lo hacemos constantemente. Tal vez las portadas de los periódicos amarillistas son un ejemplo preciso — aunque también, vulgar y evidente.
Y por otro lado, también se manifiesta esta peculiar capacidad nuestra en la forma en que celebramos y comprendemos a la muerte; en los aspectos que mantenemos vivos de los complejos dioses prehispánicos (que malavarean muy bien estas dicotomías) y en algunos de nuestros rituales contemporáneos.
Es claro que la obra de Emil Melmoth —joven escultor mexicano— emerge de esta rica cualidad. Aunque, en su caso, lo hace con un estilo muy personal, que integra con aterradora elegancia una clara influencia del barroco europeo, referencias a la tradición judeo-cristiana y un naturalismo descarado.
Es eso, su descaro, lo que las hace a sus piezas —a sus personajes— inevitables, deliciosamente atractivos y a la vez, completamente repulsivos y de muy difícil aproximación. La suya es la materia de las más seductoras pesadillas. Pero pesadillas que son necesarias, esas que se atreven a develar nuestro caótico y sombrío interior.
Pocos gustan o encuentran placer al pensar de manera plástica en el interior del cuerpo, con sus vísceras que, según la esquemática ciencia, tienen un orden y un lugar; pero que tornadas hacia fuera vibran sin pulso fijo y se desparraman viscosas. Menos aún pensamos en lo "deforme"; a veces hacemos el esfuerzo por "dignificarlo", pero nunca —o, por lo menos, casi nunca— lo usamos como contrapunto para poner en cuestión la forma que consideramos natural.
El cuerpo es bellísimo, claro, por ser la superficie donde acontecen todos nuestros anhelos y lugar al que penetran todos los placeres posibles para nosotros. Pero también, por más sano que esté, por más cuidado y cercano a la norma estética que aprobamos, no deja de ser absolutamente desagradable, cuando se transgrede su superficie. Aunque eso sí, siempre resulta fascinante. Y las piezas de este mexicano nos ayudan a imaginar cómo sería experimentar con él, pasar de sus límites y desgarrar sus contornos.