Desde hace mucho años, nos hemos acostumbrado al misterio de nuestras ruinas. Atravesamos sus escondrijos y pasillos como quien ignora su secreto, y fingimos compartirlo. La sombra y los espectros de estos vestigios son las deidades del pasado y de los nuevos días. Y aunque parezca que su tiempo ha terminado, todavía permanecen ahí, ocultos en la naturaleza de las cosas.
Chichén Itzá es un ejemplo vivo de estos vestigios que siguen evocando al misterio. Recientemente, el proyecto Gran Acuífero Maya (GAM) y el INAH iniciaron un mapeo subterráneo por el gran complejo maya, que recorre sus cuevas y cenotes, y atraviesa el esqueleto de las pirámides. El objetivo es claro y francamente loable: rastrear y documentar la fascinante geografía sagrada del lugar.
Mediante el uso de un radar de penetración terrestre, así como el empleo de señales electromagnéticas, estos investigadores planean demostrar la teoría de que en Chichén Itzá, existe un patrón "arquitectura-cueva o arquitectura-cenote", dentro lo que podría ser un conjunto de túneles nunca antes descubiertos. Si bien existe la posibilidad de que sólo sean vacíos, ofrendas o depósitos mortuorios, la existencia de estos “huecos”, y su probable construcción bajo una geografia divina, es por demás intrigante.
Estos pasajes secretos en Chichén Itzá podrían ser la prueba de que los mayas fundaron una relación mística entre su arquitectura, las cuevas y los cenotes, aunque la razón todavía es desconocida. El especialista de la GAM, James Brady, relata que "A diferencia de la cosmovisión europea, donde las deidades estaban en el cielo, en el mundo maya, lo más sagrado y vivo era la tierra, por ello es que formaciones como cuevas y cenotes eran tan sagrados, pues eran una vía de acceso al interior de la tierra, es decir, a la presencia de los dioses".