Coatlicue, diosa y madre de los dioses aztecas, cautivó a los grandes pintores del siglo XX con su simbología.
Con frecuencia, el miedo tiene una cara que encarna lo desconocido, ese otro que no somos nosotros. Esta manifestación particular de la emoción, es una hábil estrategia para proteger la fragilidad de nuestra identidad y depositar ese hecho en otro espacio bajo la categoría de "malo" o "extranjero". Eso mismo fue lo que pasó con Coatlicue.
En 1790, tras el hallazgo de su escultura, los españoles no lograron comprender su significado. La figura de dos metros y medio de alto les parecía demoníaca, hecha por bárbaros. Contrario a lo que pasó con la Piedra del Sol, que a los ibéricos dejó maravillados, decidieron esconder a Coatlicue. Su estética confrontaba todo su orden de valores. Según relata el arqueólogo Eduardo Mateos Moctezuma, los frailes se escandalizaron al ver que había personas que la reverenciaban, por eso decidieron mantenerla oculta.
Pero incluso ahora que Coatlicue se encuentra en el Museo Nacional de Antropología, es mucho menos conocida que la Piedra del Sol, que aparece en las monedas y hasta en camisetas, como apunta el arqueólogo Leonardo López Luján, especialista en la cultura mexica.
Eso, sin embargo, no impidió que miradas sensibles, como las de Diego Rivera, José Clemente Orozco, Saturnino Hernán y Miguel Covarrubias, apreciaran a esta monumental figura para transformarla en su musa. Pudieron reconocer su complejidad simbólica esculpida en piedra. Según López Luján:
Ningún artista de este país ha hecho reproducciones o reinterpretaciones de la Piedra del Sol. En cambio, los grandes artistas mexicanos optaron por utilizar a Coatlicue.
Coatlicue, un símbolo complejo
Coatlicue, en náhuatl, significa "la que tiene falda de serpientes". Es una deidad importante porque, según el arqueólogo Alfonso Caso:
Es la madre de los dioses, es decir, del Sol, la Luna y las estrellas…
Dos cabezas de serpiente que conforman una sola, la dualidad esencial de cualquier elemento. Vida en lo fértil, vida en la muerte. En la escultura de Coatlicue podemos ver, como explicó Caso:
Un collar de manos y corazones que rematan en un cráneo humano oculto en parte del pecho de la diosa. Sus pies y sus manos están armadas con garras, porque es la deidad insaciable que se alimenta de los cadáveres de los hombres; por eso se llama también “la comedora de inmundicias”. Pero sus pechos cuelgan exhaustos porque ha amamantado a los dioses y a los hombres, porque todos ellos son sus hijos, y por eso se la llama “nuestra madre”, Tonántzin, Teteoinan, “la madre de los dioses”, y Toci, “nuestra abuela”.
Ahora, te invitamos a que veas algunas de las representaciones más destacadas que se han hecho de la gran diosa. Tal vez, este ejercicio nos invite a dudar sobre lo que concluye nuestra mirada cuando se enfrenta a algo que confronta, directa o indirectamente, la manera en la que entendemos el mundo.
Coatlicue en el arte del siglo XX
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