En su entrañable libro La Visión de los Vencidos, Miguel León Portilla nos ilustra enormemente el sentimiento de honda tristeza que se expandía en el Valle del Anáhuac cuando una civilización entera vio su destino truncado. La concatenación de hechos, fuera de lo que toda lógica prevería, desembocó en la abrupta caída del imperio mexica en un ambiente de desconcierto y temor.
Los presagios de antes de la caída de Tenochtitlán ya habían infundido un ambiente enrarecido, la actuación de Moctezuma, colmada de sumisión por las leyendas por las cuales se creyó en un inicio en el origen divino de los recién llegados, y la alianza que los españoles consiguieron con los Tlaxcaltecas (enemigos acérrimos de los mexicas) fue un caldo de cultivo para la caída de un imperio que no creía posible lo que estaba viviendo.
Cuauhtémoc fue el último tlatoani mexica. A la muerte de Moctezuma (algunas versiones apuntan a que los mismos mexicas lo hirieron con una piedra en la cabeza por sus actuación sumisa), le sucedió Cuitláhuac, y a su muerte, Cuauhtémoc ascendió al trono. En agosto de 1521, cuando la victoria de los españoles ya era inminente, y según la tradición oral, el último emperador hizo el siguiente poema, su último discurso como tlatoani, el fin de una era.
Se trata de un mensaje tristísimo, aunque lleno de esperanza en que habría un nuevo sol donde los hijos del Anáhuac renacerían de nuevo desde su sabiduría ancestral:
Nuestra sagrada energía ya tuvo a bien ocultarse,
nuestro venerable sol ya dignamente desapareció su rostro,
y en total obscuridad se dignó dejarnos.
Ciertamente sabemos (que) otra vez se dignará volver,
que otra vez tendrá a bien salir
y nuevamente vendrá dignamente a alumbrarnos.
En tanto que allá entre los muertos tenga a bien permanecer .
Muy rápido reunámonos,
Congreguémonos
y en medio de nuestro corazón escondamos
todo el nuestro corazón se honra amando
y sabemos nuestra riqueza
en nosotros como gran esmeralda.
Hagamos desaparecer los nuestros lugares sagrados,
los nuestros Calmécac los nuestros juegos de pelota,
los nuestros Telpochcalli, las nuestras casas de canto; que solos se queden los nuestros caminos
y nuestros hogares que nos preserven.
Hasta cuando se digne salir el nuevo nuestro sol,
los venerados padres y las veneradas madres
que nunca se olviden de
decirles a los sus jóvenes
y que les enseñen (a) sus hijos
mientras se dignen vivir,
precisamente cuán buena ha sido
hasta ahora nuestra amada Anáhuac
donde nos cuidan nuestros venerados difuntos,
su voluntad y sus deseo,
y solo también por causa de nuestro respeto por ellos
y nuestra humildad ante ellos
que recibieron nuestros venerados antecesores
y que los nuestros venerados padres,
a un lado y otro en las venas de nuestro corazón,
los hicieron conocer en nuestro ser.
Ahora nosotros entregamos la tarea (a)
los nuestros hijos
¡Que no olviden, que les informen
a sus hijos intensamente como será
la su elevación,
como nuevamente se levantará el nuestro venerable sol
y precisamente como mostrará dignamente su fuerza
precisamente como tendrá a bien completar grandiosamente
su digna promesa esta
nuestra venerada y amada tierra madre Anáhuac!
Cuauhtémoc
Anáhuac Huei Tlahtohuani . Tenochtitlán-México
mahtlactlihuan yei cuetzpalin, tlaxochimaco, yei calli
(trece lagartija, se ofrendan flores, tres casa)
(Lunes 12 de agosto de 1521 del calendario europeo juliano)
(jueves 22 de agosto de 1521 del calendario europeo gregoriano)
*Fuente
Tlacatzin Stívalet ANÁHUAC 2000, lo pasado y lo presente proyectados hacía el porvenir. Ediciones Águila y Sol, México 1990.