El sacrificio prehispánico, o la sangre derramada en ofrecimiento a los dioses, es una de varias doctrinas que poco se alcanzan a comprender, a pesar de su naturaleza pura, inclinada, sobre todo, a la cosmovisión de la muerte como vía de fertilidad. El mismo símbolo que es la sangre –ese líquido vital que estimula al cuerpo, que le hace fluir en el mundo– advierte su sacralidad.
Y es que en el México prehispánico se derramaba sangre para nutrir a los elementos naturales, para saciar su hambre cataclísmica, ofreciendo lo más sagrado que posee el hombre. Se sabe que se recurría a las guerras para capturar hombres para el sacrificio, pero también se sabe de niños, mujeres y ancianos que eran sacrificados para dioses en específico.
Frente a esta notable aceptación de la muerte como vía de fertilidad, de seguir procreando la vida a través del sacrificio, existe una interesante y a la vez misteriosa cuestión qué formularnos: ¿era el suicidio en el México prehispánico una especie de sacrificio? Aparentemente lo era, pues se trataba de la voluntad para autosacrificarse, una bella enseñanza de la cosmovisión prehispánica a la que se atribuyó la pluralidad de acepciones en la lengua náhuatl.
Diferentes acepciones de la noción suicidio
Gracias al Doctor Patrick Johansson K. –notable académico e investigador de la lengua náhuatl en la UNAM– podemos saber que en esta lengua antigua la noción «suicidio» contenía diversas acepciones, cada una con sus propios matices. Por ejemplo: nonemictiloca, significa mi muerte voluntaria; momictia, es igual a matarse [a sí mismo]; mopoloa, significa destruirse, borrarse o perderse; nemihmictiliztli, expresa la idea de “matarse mutuamente”, conscientemente, en una especie de suicidio colectivo; motlahuelpoloa, matarse por desesperación, locura o de mala manera y una última de carácter especial y quizá hasta poético: moxochimictia, que significa matarse [a sí mismo] de manera florida, esto es, un suicidio autosacrificial y solemne en guerra.
De esta manera existía suicidio cuando se “sangraba ritualmente” (cortarse una oreja o alguna otra extremidad del cuerpo en ofrenda), cuando los reyes tlatoanis cumplían 52 años (tiempo en el que su divinidad Quetzalcoatl habría de gobernar) y debían ser sacrificados con plena aceptación, cuando a los más viejos le aplicaban la eutanasia pero también negativamente cuando alguien intentaba ahorcarse, ahogarse, envenenarse o ahogarse en un lago –e incluso su descendencia era rebajada de clase, fuese quien fuese.
Cosmovisión del suicidio prehispánico
Las distintas formas de interpretar al suicidio eran ricas en el lenguaje náhuatl, de ahí que el “autosacrificio” tuviera en gran medida un alto grado de sacralidad, variando no en el hecho de ejecutarlo, sino en la manera de concebirlo. Pero la relación suicidio-sacrificio tenía todavía un origen más ancestral. Si bien el mito del sacrificio prehispánico advierte que se trata de un elogio simbólico a la creación de la vida y el universo (dar para recibir), en una bella metáfora que contempla no la eternidad de la muerte sino ésta como un proceso transitorio hacia el renacer, el suicidio lo era sólo si se contemplaba como un acto heroico (justamente) de sacrificio; aboliendo los miedos y manteniendo incesante el flujo de las vidas (incluyendo la del suicidado). Además, el suicidio era visto también como una forma de imitar a los dioses; una estridente mimesis al acto autosacrifical de los dioses para engendrar al Sol y a la Luna, pero también al Ollin, el movimiento perpetuo del cosmos.
Muchos líderes tlatoanis famosos practicaron el suicidio o el intento de desde tiempos milenarios. En el apartado El suicidio autosacrifical de los dioses en teotihuacán: un modelo ejemplar, del admirable trabajo de Johansson respecto al suicidio, se desglosan algunos de los dioses teotihuacanos que habrían de arrogarse al fuego para “efectuar su transformación en soles”, o el suicidio del mismo Quetzalcoatl, antiguo rey de Tula, quien «después de haber tomado conciencia de la finitud de su existencia» decide prenderse fuego.
Encontramos también el suicidio de Huémac, rey tolteca, quien se ahorcó luego de una sequía que acabaría con su pueblo; el idílico suicidio de Caltzontzin, rey michoacano que a la llegada de los españoles se arrojó a un lago (éste por su naturaleza de portal al inframundo) y el famoso intento de suicidio de Moctezuma II, cuando los 8 augurios le avistaron la destrucción de su pueblo, unos diez años antes de la conquista española en el hermético inframundo de Chapultepec.
Volviendo a la idea de la lógica espiritual en los prehispánicos (o lo que Antonin Artaud llamaría en los años 30’s, la cultura eterna de México, una cultura de origen sanguíneo que persiste en los americanos desde su origen y carece de toda razón occidental), fueron numerosas las prácticas divinas que se realizaron en México en torno a la muerte y a su dualidad con la vida en el cosmos a través de un emblemático suicidio. Y aunque hoy en día difícilmente podemos atribuirle a este ejercicio un carácter divino, no deja de hacer eco cada una de sus enseñanzas milenarias, pues a fin de cuentas, el suicidio –bajo la cosmovisión del México antiguo– nos proyecta perfectamente una grandiosa metáfora sobre renacer en la vida misma.
*Imágenes: 1) Tomás Filsinger; 2, 3, 4 y 5) www.scielo.org.mx para artículo de Patrick Johansson.