Bajo el lema "La Tierra es de quien la Trabaja", Emiliano Zapata personificó el sentir de un pueblo entero: el mexicano de principios del siglo pasado, cuando la mayoría eran desposeídos. Zapata creció viendo como los hacendados despojaban a los campesinos de sus mejores tierras, amparados por las autoridades. Tras 400 años de conquista española, y la sangre derramada en la lucha de independencia, aún quedaba una deuda pendiente: un clamor inmenso de justicia.
Para Emiliano, como le decían sus conocidos, era necesario romper de cuajo con el sistema social, económico y político de Porfirio Díaz –dictador con más de treinta años en el poder–, pues el pueblo seguía "jodido". Para terminar con la hegemonía de los hacendados, terratenientes y caciques, hacía falta la "segunda independencia", esta vez librándose de los privilegiados, que habían arrebatando al hombre los más sagrados derechos que le dio la naturaleza debido a su "refinado y desastroso egoísmo", la tierra.
El juez, única esperanza del débil se hallaba también al servicio del canalla. Emiliano Zapata creía que si los campesinos poseían sus tierras, con ellas ejercerían su libertad y su propio destino. Los pueblos prehispánicos en México, habían tenido una cosmogonía estrechamente relacionada con la tierra, y esto volvía aún más legítima su lucha.
Zapata era de Anenecuilco, Morelos, al centro de México, donde tenía enterrados en un lugar secreto, los títulos, mapas, pedimentos, y cuadernos enteros de litigios y dictámenes de las tierras que les pertenecían, y que habían sido robadas. Él era su guardián.
A diferencia de los demás luchadores revolucionarios de México, Zapata luchaba por los desheredados, sin ambiciones políticas o de poder. Fue valiente y guerrero. Y se negó en todo momento a una negociación política, porque sus peticiones eran las del pueblo: demandas básicas para ejercer un nivel existencial de dignidad –cualquier margen de negociación atentaba contra eso.
Se mantuvo congruente y comprometido, casi siempre manifestando una inteligente firmeza. Era previsible que solo una traición podría acabar con su vida, más no con lo que representaba. Aún hoy continúa escuchándose en el eco de casi cualquier manifestación social en México, y en otros países: ¡Zapata vive!, sus demandas permanecen. Y en este sentido su lucha confirma que la genuina rebeldía es impulsada por un coraje legítimo, aquel que solo florece en el corazón.
"Es que Zapata no forma parte del pasado, sino del futuro. Porque se mira hacia atrás, pero se sueña hacia adelante. Los pies de los desposeídos por los que líder zapatista luchó siguen estando en el barro de la historia pero su mente intuye un luminoso futuro". Fragmento