Fue un incidente curioso. Joshua Davis, uno de los editores de la revista WIRED se enteró de una noticia insólita. Cuatro jóvenes mexicanos, migrantes e indocumentados, acababan de ganarle al MIT en un concurso de robótica organizado por la NASA. Sorprendido, decidió buscar más; pues, evidentemente, detrás de esa curiosidad, debía haber otras historias interesantes. Su investigación lo llevó a escribir un precioso artículo titulado "La Vida Robot", que conmovió a sus lectores y puso un dedo sobre un problema social que continúa vigente: la vida de los jóvenes migrantes.
Óscar Vázquez, Cristian Arceaga, Luis Aranda y Lorenzo Santillán eran, hace 10 años, alumnos de preparatoria en Carl Hayden Community High School. Habían nacido y pasado algunos años de la infancia en México, pero sus papás los habían llevado a vivir a Estados Unidos, cruzando la frontera, ocultos por supuesto. Ninguno de ellos se imaginaba en la universidad, porque las oportunidades que tienen en Estados Unidos son muy escasas. Sin papeles, sólo pueden tener trabajos de bajo perfil y, por supuesto, no pueden adquirir financiamientos o becas escolares.
Pero, extrañamente, no parece ser muy importante. Con un pasado tan desafortunado y un futuro poco prometedor, nadie espera gran cosa de estos chicos. Por eso, cuando conformaron un equipo en la escuela para tratar de entrar a la Competencia de Vehículos Operados Remotamente del Centro de Educación de Tecnología Marina Avanzada, ellos, sus maestros –y probablemente otros miembros del evento– pensaron que lo hacían sólo por diversión.
De cualquier manera, entrar a la competencia implicaba dedicarle tiempo al ensamblaje de un robot submarino, asunto que a los cuatro les consumía tiempo y aseguraba que no tuvieran que estar en la calle. El Este de Phoenix era su escenario urbano. Un sitio que, como lo describió Joshua Davis hace 10 años, está poblado en gran medida por migrantes y por dinámicas de calle muy intensas.
Así, con poco presupuesto, mucho ingenio y la ayuda de dos fantásticos maestros, construyeron un robot barato, rudimentario, pero increíble. Fue una extraña coincidencia que los puso en este equipo y nadie podría haber especulado que los cuatro eran brillantes; cada uno desde su propia trinchera.
Como si fuera el guión de una película predecible, las cosas empezaron a salir bien y el equipo logró llevar a "Stinky" ("Apestoso"), el robot submarino, a competir contra alumnos de universidades como Cambridge y MIT; superiores, especialmente porque sus robots contaban con un tremendo presupuesto.
En el clásico giro negativo, el robot casi no llegaba ni siquiera a competir, pues en una prueba previa, notaron que este tenía una fuga y, evidentemente, si se mojaba, no podría operar. Necesitaban algo para absorber el agua que se colara dentro del Apestoso. A continuación, en una magnífica y cómica epifanía, Lorenzo "el vato loco" dijo: "¿absorbente, como un tampón?". Por supuesto, conseguir los tampones fue toda una aventura y Lorenzo se rehusó a rezarle a la Virgen que los tampones funcionaran, porque le dio un poco de pena.
Al final, a pesar de todas las peripecias, ganaron la competencia. Dejaron considerablemente atrás al MIT y, a pesar de que los estirados jueces estaban sorprendidos de tratar con jóvenes chicanos; el equipo de indocumentados ganó la competencia. La historia es casi absurda y al mismo tiempo, perfecta, pero no terminó ahí.
Como lo describió Davis, hace diez años eran 60,000 indocumentados los que se graduaban de preparatorias estadounidenses, sin posibilidad de entrar a la universidad. En ese momento, la solución planteada era el "Dream Act", programa que le dio residencia a muchos de estos jóvenes, pero que el gobierno estadounidense hoy está descontinuando. Felizmente la revista WIRED y sus lectores reunieron más de $90,000 dólares en becas para los cuatro chicos; aunque, a pesar de esto no todos lograron terminar la universidad.
"La Vida Robot" ahora es una película llamada "Spare Parts". La traducción literal del título a español, "Partes sueltas", funciona para entender y reflexionar sobre el dilema implicado en esta maravillosa historia. Los chicos ensamblaron el robot como pudieron, con lo que tenían; de la misma forma –y a causa de la disparidad social a la que nos enfrentamos– los migrantes ensamblan su destino con partes sueltas; con reminiscencias de una sociedad, que penden descuidadamente en los rincones; pero que, extrañamente, no les corresponde tomar.