¿Se puede reducir la violencia a través de la educación?
La pregunta es, tal vez, más valiosa que nunca. Sobre todo porque las estrategias más "globales" en realidad no atienden el problema más grande y delicado: la forma en la que nos tratamos unos a otros.
La educación, en ese sentido, tiene muchísimas ventajas, porque es una fuerza que se cuela en la vida cotidiana de todos (incluso los que no van a la escuela) y no puede evitar formar nuestra mirada sobre el mundo y, en consecuencia, la manera en la que reconocemos (o no) a quienes nos rodean.
Un dato a considerar sobre la educación en México:
Fuente: Encuesta Intercensal 2015, INEGI
Surge entonces otra pregunta esencial: ¿que necesita la educación para ser una herramienta que reduzca la violencia? Necesita reimaginarse, y por fortuna existen ya iniciativas que apuntan en esta dirección: por ejemplo, una comunidad increíble de maestros mexicanos que, re-formándose y autocuestionándose están revolucionando las reglas del juego.
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Necesitamos mediadores
La colectividad y la colaboración son ingredientes esenciales para todo grupo humano y los maestros mexicanos que practican la metodología DIA (Desarrollo de la Inteligencia a través del Arte) precisamente están poniendo en primer plano estos conceptos. Así, desde la enseñanza, se refuerza el surgimiento de individuos independientes pero colaborativos, empáticos y que entienden la importancia fundamental del “otro”.
El proyecto nació en La Vaca Independiente, una plataforma multifacética que, en sus palabras, se dedica entre otras labores a "investigar, diseñar e implementar programas para educadores que deseen resignificar y evolucionar su labor docente hacia nuevas formas de relacionarse y construir conocimiento con sus alumnos."
El Instituto DIA, una de las células de La Vaca Independiente, imparte un modelo de enseñanza para maestros y lideres comunitarios y, por 25 años, ha estado cambiando las formas de enseñar y aprender por todo el país.
Al centro de su método está la noción de mediador; una idea que desmonta el concepto tradicional de docente y propone una figura flexible, empática y que construye conocimiento junto a los alumnos –en lugar de simplemente transmitir ideas y formas cerradas. Pero no solo se trata de eso.
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El arte como punto de partida (y de encuentro)
El arte es el punto de partida. Por un lado, porque, como manifestación de identidades y tradiciones, conjuga toda clase de saberes y habilidades y puede poner en el mismo lugar la experiencia del conocimiento y las emociones subjetivas. Además, es vehículo para iniciar una conversación colectiva.
Por eso, para los maestros que practican esta metodología, el arte (como imagen, texto, pieza musical, etc) también es punto de encuentro. Durante el proceso, los participantes se ponen a compartir lo que, a cada uno, les evoca la pieza propuesta por el mediador. No hay respuesta correcta, aunque sí hay una regla: a todos les toca respetar la opinión de los demás.
El mediador, entonces, trata de ir indagando cada vez más profundamente en las narraciones de cada alumno. Sin duda se mueven algunas emociones, pero como no hay correctos o erróneos, esas emociones pueden brotar sin ser juzgadas.
Además, es vital para la metodología co-relatar cada emoción con lo que se está sintiendo en el cuerpo. El cuerpo está completamente presente en la acción y, de alguna forma, esta conciencia se transforma en una herramienta para los alumnos: entender las reacciones del propio cuerpo a los estímulos externos nos ayuda a controlarlas.
De pronto, sucede algo muy especial: con el arte como vehículo, todos, incluido el mediador, comparten con franqueza lo que sienten y piensan. Así, el tejido de todas estas narraciones se transforma en nuevos conocimientos. Ningún saber se desdeña.
El diálogo se puede ensamblar entre toda clase de personas, porque la historia de vida de cada uno está llena de experiencias que terminan por servirle a los otros. Inevitablemente, en palabras de Claudia Madrazo, Presidenta y Fundadora de La Vaca Independiente: "el pensamiento se expande y las ideas ganan terreno, mientras los alumnos se escuchan unos a otros."
Educación para la paz: ir de adentro hacia afuera
El enfoque hace giros que, a primera vista, parecen relativamente sutiles. Pero en la práctica son gigantes y su forma de trascender es muy relevante.
Una evidencia preciosa y muy potente es el trabajo de la mediadora Aidé Márquez quien decidió aplicar la metodología DIA en el módulo de máxima seguridad del Reclusorio Sur de la Ciudad de México.
El proceso quedó finamente documentado en "Transformation From Inside" (que puedes ver completo aquí). El corto documental recopila testimonios y muestra fragmentos de una sesión con los presos. Francamente es impresionante. La premisa es sencilla: el grupo está discutiendo lo que a cada uno le evoca una fotografía.
Pero la discusión realmente se establece como un espacio para generar empatía y honrar las emociones y saberes que los demás están poniendo sobre la mesa. Queda claro que los participantes se sienten escuchados y que eso les provoca ganas de escuchar a los otros.
¿Y cómo trasciende este espacio a sus vidas más allá de ese momento? Como explica uno de los presos, las condiciones de vida en las prisiones son muy duras y las emociones y dinámicas sociales que ahí habitan son muy delicadas; pero, cuando has aprendido a ser empático tu reacción a esos estímulos no tiene que ser violenta. Y de pronto todo el panorama de la prisión (y de la vida) cambia.
Es vital llevar esta metodología a más espacios:
Fuente: "La educación los hará libres", J. Jesús Lemus para Reporte Índigo.
Está claro: la violencia social sí se puede reducir; sobre todo a través de propuestas como la mediación y otras prácticas como la de los maestros que activan la metodología DIA.
Educarse para la paz definitivamente podría ayudar a mejorar la calidad de vida de todos, pues implica aprender a resolver los conflictos sociales (personales y colectivos) sin mutilar las posibilidades de los demás, escuchándolos, honrando su existencia
Como dice Claudia Madrazo "el ser humano necesita ser escuchado". Definitivamente: todos queremos que nuestras historias importen y que, aunque nuestras necesidades no se resuelvan en la inmediatez, sí sean tomadas en cuenta por quienes nos rodean. Empecemos entonces, por aprender a escuchar. Este método podría ser la clave.
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*Imágenes: Cortesía del Instituto DIA