"Supe entonces, con humildad, con perplejidad, en un arranque de mexicanidad absoluta, que estábamos gobernados por el azar y que en esa tormenta todos nos ahogaríamos, y supe que sólo los más astutos, no yo ciertamente, iban a mantenerse a flote un poco más de tiempo."
Quim Font –en el punto más alto de la locura– en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, escritor declarado mexicano, por su aguante.
Permítase una afirmación vertiginosa: ser mexicano es resonar con la tormenta. Esto sin importar de qué nacionalidad sea uno.
Es claro, por ejemplo que el escritor chileno Roberto Bolaño fue mexicano, por lo menos en ese sentido. También, porque, como dijo Chavela Vargas (costarricense): "¡Los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana!". Pero ¿por qué nos preguntamos con tanta efervescencia sobre la identidad nacional? ¿Por qué será que la afirmamos con tanta enjundia (como Chavela) o, en su caso, la descuartizamos aguerridamente?
Empecemos a especular desde otro ángulo (y con otra afirmación vertiginosa). Parece que en países como el nuestro –donde existe una tremenda diversidad cultural, resultado de una historia de conquista y mestizaje– hay una necesidad inagotable de representarse. Esto quiere decir, fijar para los sentidos (la visualidad, la escucha, el gusto, el olfato y tacto), los significados ligados a uno mismo. Pareciera que entre tanta remezcla, se vuelve absolutamente vital definir ante los demás –y en cierta medida justificar– la identidad.
Sin embargo, en los lugares donde los sujetos tienen un argumento más concreto sobre lo que son, es mucho más importante presentar. Quien conquista o ha conquistado un territorio, tiene autoridad para definirse a través de él. Hacer valer como lenguaje u objeto simbólico a otras personas. Se presenta y los otros no tienen más opción que representar. ¿Será la afirmación demasiado vertiginosa? ¿O, efectivamente, una pista sobre por qué se habla como se habla de "lo mexicano?
¿Y cómo se habla? La verdad es que los discursos presentes son infinitos. Se podrían dilucidar tendencias. Habrá quienes afirmen, por ejemplo, en un arranque patriótico y anclados a su escueta geografía, que es mexicano quien nace en esta tierra. No falta el que entiende por mexicano al buen mestizo; pero este, ciertamente, suele desatender la forma con la que, neciamente, se le retrata. Habrá alguno que afirme (se ha escuchado), que las tortillas son ombligo de mexicanidad, pues no hay mexicano alguno que no consuma este alimento.
Pero frente a tantas excepciones de cada definición, cabrá preguntarse si ser mexicano es, "más bien", una sensación. Tal vez sea un estado de la energía humana. Y supongamos que para poder describirlo, para poder presentarlo, hay que narrarlo; porque sólo una zambullida profunda al contexto en donde acontece "lo mexicano" podría poner, a penas, una luz sobre el asunto (como una vela encendida en medio de una tormenta).
Roberto Bolaño, el chileno, logró percatarse de las cualidades ocultas de este contexto (violento, vertiginoso, colorido, festivo, musical y estruendoso) y describirlo con mucha precisión en su novela "Los detectives salvajes", de la cual poco nos interesa la trama; pero nos sorprende una frase, en donde se afirma la existencia de una mexicanidad absoluta. Esta se corresponde con un reconocimiento profundo de que estamos "gobernados por el azar". Un azar tan poderoso y determinante que, desde otro encuadre, podría llamarse destino.
Una frase mexicana que nos remite a esto y que más nos vale recordar siempre, se vuelve fundamental: "Si te toca, aunque te quites. Y, si no te toca, aunque te pongas." Así, refiriendo a la muerte, la tradición (en singular, aunque sea diversa), nos quiere hacer saber que no hay que preocuparnos, ni por la vida. Las circunstancias harán con nosotros lo que sea necesario. Cuando te toca, te toca.
El destino se convierte entonces en una decisión: ¿afrontaremos este azaroso panorama con la frente levantada o agachados? Lo importante, aquí –en México– es que aguantamos. La muerte es igual en todos lados, pero es que ser mexicano es resonar con la tormenta.