Como un sueño que desborda poesía, en el invierno la tierra sufre una hermosa transmutación. El efecto alquímico del frío se apodera de los árboles, sus raíces, la hierba y las flores. Después de los veranos, con lluvias que no dan tregua, el cielo finalmente se reencuentra con su nítido azul, que se combina con las blancas nieves y la tierra agrietada.
Aunque los paisajes mexicanos no suelen adornar la idea cliché y romantizada de las navidades, tal vez deberíamos otorgarles ese lugar especial. En México no solamente neva contundentemente —porque nuestro paisaje nacional ha sido tejido por toda clase de ecosistemas— sino que las montañas, los volcanes y los lagos se despliegan sin pudor alguno.
Las vistas invernales mexicanas son inmensamente dramáticas. Nos recuerdan que el ciclo del calendario comienza a extinguirse, realizando una promesa secreta de que las cosas prontamente serán mejores; también que los elementos naturales que componen la onírica visión tendrán su propio renacimiento, cuando la nieve termine de derretirse.
Así, es delicioso relajarse con los ojos inmersos en las seductoras postales de nuestros paisajes mexicanos en invierno.
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