Un derecho a observar cielos más oscuros. La sentencia puede parecer objeto de metáforas y no de incidencia política, pero es, más allá de una franca declaración por recuperar una parte de la naturaleza que ha sido devaluada, un tema que concierne a la legalidad de varios países, como es el caso de México.
México no solo encubre bajo su manto tropical una cantidad notable de escenarios naturales que son paraíso. Entre su vida orgánica –tan llena de riqueza mestiza y secretos de la tierra– abunda también la oscuridad: un basto cielo oscuro y un recurso natural innegable.
La oscuridad es un fenómeno valioso para nuestro tiempo (comparado tal vez con el silencio), pues cada vez existen más agentes de contaminación que hacen complejo acceder a este recurso. El ruido anárquico de las ciudades y sus frenéticas luces artificiales–más cerca de lo trivial y cada vez más lejos de la naturaleza–, han exigido un lugar fundamental en el desarrollo de las civilizaciones modernas; y el humano, en su idea de aceptar a toda costa los cambios antinaturales, le ha abierto las puertas.
México no ha sido la excepción, de ahí que un grupo de personas de la Universidad Nacional Autónoma de México haya tomado las riendas del asunto promulgando una Ley del Cielo:
La Vía Láctea, los cometas y cúmulos estelares vistos desde un sitio realmente oscuro, son parte de nuestra herencia cultural y natural. Estas maravillas astronómicas las perdemos al usar un alumbrado exterior ineficiente que produce contaminación lumínica y desperdicia recursos energéticos.
La Ley del Cielo es una propuesta para cuidar la oscuridad de los cielos de Baja California, uno de los mantos celestes más profundos y donde es posible ver estrellas y fenómenos cósmicos con gran nitidez. Ahí, se ubica el punto más alto de la península, el Parque Nacional de la Sierra de San Pedro Mártir, y el Observatorio Astronómico Nacional.
La apuesta, sin duda, es conservar uno de los puntos más oscuros del planeta, y el trabajo de un observatorio que ha contribuido a esclarecer lagunas astronómicas a nivel internacional, por ejemplo, de la mano de la NASA. Sin embargo, la defensa no implica únicamente un discurso astronómico. Perder cada vez más nuestros cielos oscuros también implica problemáticas sociales. Menos cielos oscuros se traduce en impactos a la salud humana, a la economía, a la conservación de energía y sin duda al medio ambiente.
Escribe el departamento de la Ley del Cielo de la UNAM que:
Usando sistermas de alumbrado exterior que iluminen solamente los lugares necesarios en los horarios necesarios, es posible ahorrar hasta un 50% de energía lo cual ayudará a conservar los recursos no renovables y proteger el equilibrio ecológico de nuestro planeta.
Hace aproximadamente un año, los científicos detrás de esta ley pretendieron incidir en la política mexicana para llevar la Ley del Cielo a todo el país. La diputada Tania Arguijo Herrero apoyó la moción sintiéndose identificada con la “recuperación de la transparencia del cielo” y con el ahorro de energía eléctrica. Arguijo subió al pleno del Congreso de la Unión una iniciativa con proyecto de decreto para reformar la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente en materia de contaminación lumínica, pero hasta la fecha no ha existido interés por apoyar esta causa.
Hoy es urgente preservar y cuidar el cielo oscuro en paisajes culturales, naturales y especialmente en urbanos. Somos los ciudadanos quienes tenemos la última palabra y decidimos cuándo es necesario encender la luz y cuándo podríamos disfrutar de las bondades de la oscuridad. O cuándo es tiempo de reformar leyes en favor del medio ambiente, y cuándo es necesario apoyar las ideas de la ciencia mexicana en favor de la humanidad.