Tijuana, también conocida como la Esquina de América Latina, es el sitio más al este del continente. Es la quinta ciudad más poblada del país; y también un eslabón de suma importancia en la zona metropolitana transnacional más grande de México, formada con las ciudades de San Diego, California, Rosarito y Tecate.
En Tijuana el anhelo juega un rol crucial, ese deseo cuasi poético por el american dream of life termina convenciendo de que el sueño del mexicano es otro.
Tijuana vive de un acto inconfeso, la demanda por la supervivencia y la indefinición por excelencia de la condición de sus habitantes que anega a las personas al momento de recorrerla –diría Heriberto Yepez–. El tránsito en Tijuana terminará por dejar su lengua en el transeúnte– para abatir la mala pronunciación y promover la mezcla, inventa ella una nueva lengua: una hibrida; Tijuana y sus Tijuanismos.
Lo que hay del mexicano en Tijuana también sobre estimula a sus habitantes pues la invasión de lo americano más que funcionar como amenaza integra una forma de resistencia poco visible pero que es constante: es un lugar compuestos de lugares alógenos, dispares de culturas ajenas que se mezclan selectivamente.
Los tijuanenses seguros deben estar de una cosa: en Tijuana uno deja de muchas formas lo mejor y lo peor de uno mismo pues se está en un combate por la supervivencia, como diría la Nobel Svetlana Alexiévich:
Cuando se está enamorado o a mitad de una guerra, las personas sacan lo mejor y lo peor de sí mismas…
Por eso en sus calles y avenidas se vive el lance frenético por soportar lo ajeno que ha comprobado su éxito. Atrás la familia y los amores quedan o pretenden quedar en el olvido; delante una modernidad que se desconoce pero se espera a la vez todo; sin embargo este continuo movimiento es un escenario perfecto para ver la impermanencia budista: lo único seguro es el cambio. La impermanencia de esta ciudad presupone que los apegos sean combatidos pues nada nos pertenece excepto el camino por delante.
Tijuana vive de una contradicción, mientras los cambios invaden la ciudad, su posición de frontera obliga a su aventureros/visitantes/turistas a esperar su oportunidad de paso para el otro lado, lo que los deja en algo muy parecido al limbo, ese lugar donde se quedaban los hombres no bautizados en la entrada del infierno en la teología cristiana; en Tijuana se purga una condena –la espera contenida– pero también se vive de una esperanza; lograr pasar. La puerta de México, es atravesada por estos dos estados, aquello que se mueve con un destino y aquello que permanece a la expectativa de que este mismo destino suceda.
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