Chichen Itzá es un sitio que transmite con alta fidelidad la compleja belleza de la cosmovisión tolteca y maya. Basta con observar la estructura completa de El Castillo, el Templo de Kululkán, para comprobar como la arquitectura maya, y muchos otros aspectos de su vida, estaban en completa sintonía con sus conocimientos astronómicos: el templo tiene 365 escalones (91 en cada lado) y con la plataforma que se encuentra en la cima se hacen 365 en total.
Además de ser un lugar ceremonial, fue un activo centro urbano y punto clave para el intercambio comercial. Sin embargo, en el siglo XV, la gente abandonó Chichen Itzá en la selva, dejando al azar del tiempo y de la selva sus trabajos arquitectónicos, sus artes y su acervo de conocimiento.
La cantidad de delicadezas científicas, tan intrigantes como divertidas, que los mayas nos legaron es fascinante. Una de estas, tal vez la más famosa, es la sombra en forma de serpiente que desciende la pirámide cada equinoccio de primavera y otoño. Otra, menos conocida pero por lo menos tan cautivadora, tiene que ver con la ingeniería acústica que aplicaban a su manejo de los espacios. Se trata de una especie de homenaje acústico a uno de los pájaros más hermosos del mundo, el quetzal (Pharomachrus).
El canto de esta ave, que fungía como mensajera de los dioses, se imita con el sonido de un aplauso. Para lograr dicho efecto simplemente hay que colocarse frente a la pirámide de Kukulkán y ahí aplaudir. Lo que sucede a continuación es uno más de esos pequeños obsequios de alta estética que los mayas, con su exquisitez que fundía el arte y la ciencia, nos dejaron.
Sonido del aplauso frente al templo de Kukulkán:
Sonido producido por el quetzal:
Existe cierta polémica sobre si este efecto responde a una coincidencia o si estaba minuciosamente planeado. De hecho existen otros templos mayas, por ejemplo la pirámide de El Adivino, en Uxmal, que emiten sonidos similares en respuesta a un aplauso –lo cual refuerza ambas posibilidades según desde dónde si mire–. Pero si consideramos que la acústica era un ingrediente importante dentro de la arquitectura maya, y que el quetzal era un ave considerada como divina, entonces la hipótesis de la casualidad se debilita.
Cuestionado al respecto en una entrevista para National Geographic, el ingeniero acústico David Lubman comparó las grabaciones del eco producido en Chichen Itzá con el sonido del quetzal y concluyó: “Empataron perfectamente. Estaba azorado. El Templo de Kukulcán produce el chirrido de un quetzal”.