Es imposible predecir a qué dan pie las huellas del pasado, y el submarino nazi hundido en el Golfo de México es una inesperada prueba de ello.
Imagina que estás ahí, en el océano; esa frontera que sigue siendo desconocida a pesar de que hemos logrado llegar a la luna y a Marte. Es 1942 y la Segunda Guerra Mundial no cesa. Bajo aguas profundas, te encuentras en un lugar estratégico y junto con la tripulación derribas un barco de República Dominicana y tres de Estados Unidos, desde el submarino nazi U-166. La suerte parece estar de tu lado y de la inteligencia alemana. Pasa el tiempo e identifican un nuevo blanco: un barco con pasajeros. Lo hunden rápido, pero navega un riesgo no calculado; una nave estadounidense patrulla la zona. Caos, disparos y, luego, solo se escucha la sutil fricción del agua que acaricia los metales.
Hoy 79 años después, uno después del otro, se encuentra el submarino nazi, el barco de pasajeros y la patrulla estadounidense en el fondo del Golfo mexicano. Se encontraron por primera vez en 2001, pero no fue hasta años después que pudieron tomar una serie de fotografías en alta resolución. El grupo de investigadores liderados por el profesor Robert Ballard, director del Centro de Exploración Oceánica de la Universidad de Rhode Island quería "documentar la miríada de recursos naturales y culturales" y descubrieron algo profundamente bello en el proceso. Dos de los "naufragios tienen una gran abundancia de corales muy grandes que crecen en ellos, en particular, Lophelia pertusa". Más allá de lo estético del hecho, lo cierto es que los científicos han encontrado un uso particular para esta nave.
Ineludibles giros de la historia
¿Quién pensaría que hoy, el violento legado de un submarino nazi, serviría a los científicos a procurar la vida de los corales? Así es, un grupo de biólogos ahora estudia la colonización y el crecimiento de estas especies poco conocidas. Los lophelia pertusa son delicados corales blancos que invocan la forma de ramas petrificadas con ecos de orquídeas.
La imagen más poderosa que nos podemos llevar de aquí, a primera visa, sería la del submarino nazi, el silencio de las profundidades del agua. Pero si tomamos un poco de distancia se revela algo mucho más interesante (y poderoso). Eso que existe más allá de nosotros, humanos, que vive y sobrevive: la naturaleza. En medio de un discurso antropocéntrico que pretende "salvar" a la Tierra de la crisis climática que hemos provocado como especie, quizá valga recordar que, en realidad, no somos tan relevantes. Somos solo uno de los trillones de nodos que integran la existencia. Sin el ser humano, la vida seguirá siendo vida. Entonces, ¿qué nos queda? Tal vez se trate de explorar una narrativa en donde conviva esta paradoja: la insignificancia de nuestra existencia y el gran misterio de formar parte de este cosmos.
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