Decía Herman Hesse, en sus estilizados poemas sobre caminar, que “nada es más sagrado, nada es más ejemplar que un árbol fuerte y hermoso”. Los árboles son una valiosa metáfora del ciclo eterno de la vida; inquebrantable, aún con la muerte de sus hojas, porque siempre existirá una primavera que le regrese su origen.
En el atrio de la iglesia de Santa María del Tule, en Oaxaca, existe un árbol cuya antigüedad -que ronda los 2000 años- quizás no sea la más longeva, pero su abismal diámetro lo ha convertido en un ser único en el planeta. Con una altura de 42 metros y una circunferencia de unos 58 metros, este ahuehuete ha sido el más grueso que se ha hallado en toda la orbe hasta el día de hoy. Y aunque el diámetro es quien le da notable admiración, no dejan de ser fascinantes sus robustas marañas de hojas cuya sombra podría abrazar a 500 personas.
Entre las leyendas de la cultura zapoteca se cuenta que fue plantado por uno de los sacerdotes del Dios del viento Ehécatl. Su corteza nudosa que pareciera confluir varias ramas retorcidas, ha hecho pensar que no era un árbol sino varios en un mismo punto. Sin embargo, estudios recientes han comprobado que es uno solo. El Árbol del Tule o “árbol de iluminación”, se considera un santuario, de ahí que a su lado se haya erigido una iglesia. Y como santuario, afirma Hesse, predica la vida, aún cuando existan momentos en que pareciera perecer en el tiempo. En el árbol del Tule se han avistado rostros de animales sobre su gran tronco; venados, leones, elefantes, una auténtica apología a la imaginación.
Se dice que en sus ramas, en sus heridas de corteza y probablemente en los discos que aureolan el interior de sus troncos se lee su confianza en sí mismo; al viejo árbol del Tule no le queda más que eso.
*Imágenes: 1) Rafael Bautista; 3, 4) Atlas Obscura; 5) enmexico.about.com