Es realmente mágico sentarse a ver una película del cine de oro mexicano. El blanco y negro de la mayoría de estos filmes nos pone nostálgicos; el ingenio infinito de personajes como Tin Tan, Cantinflas y las mordaces mujeres encarnadas por María Félix siempre nos hacen reír; la música es magnífica, especialmente con voces como las de Jorge Negrete y Pedro Infante.
Pero al mismo tiempo, extrañamente, nuestro sujeto contemporáneo interior sospecha que algo muy extraño está pasando. Dudosos, tal vez, pensamos: en estos tiempos ese Pedro sería un auténtico machista; y, después, con más seguridad: está súper ofensivo el estereotipo indígena. Sí, el cine de oro es la puerta a otra época, una bien querida y al mismo tiempo, una que posiblemente toca ir dejando atrás.
Deliciosa nostalgia…
Pero no se trata tampoco de olvidar completamente la época de oro del cine mexicano, ni restarle mérito a los creadores que por 30 años (desde 1936, hasta 1959) ensamblaron uno de los momentos más fantásticos para industria fílmica del país. Y es que el talento entonces desbordaba y el carisma de los protagonistas no tiene comparación. La nostalgia que provoca este cine no es gratuita y el cariño que aún le guardamos a las películas, música, personajes y hasta frases extraídas de los ingeniosos guiones no es reprochable.
Pero el cine nos forma…
porque nos pone frente a situaciones sociales concretas y nos muestra maneras de reaccionar a ellas. Por eso, en general, toca ser crítico de cualquier producto derivado del séptimo arte.
Aplicando el ejercicio al cine de oro mexicano, el problema se resume fácil. Como dice el crítico Ernesto Diezmartínez, a este cine y a sus creadores siempre se les dificultó ver de frente a sus personajes, explorarlos a profundidad. Esta carencia lo orilló a caer en los arquetipos y clichés: el charro valiente, el pobre inocente, el indio tonto, la mujer virginal. A cada uno de estos personajes se les ve desde abajo con admiración, o desde arriba, condenando. Nunca se les mira, en busca de franqueza.
Esta explotación de los estereotipos es más evidente en las telenovelas mexicanas, también en las contemporáneas, que mucho heredaron de los errores del cine de oro y que traen a nosotros algunas cosas que ese cine nos enseñó, pero que francamente, necesitamos olvidar.
Los hombres son violentos por naturaleza
El imaginario sobre la masculinidad que construyó el cine de oro es bien concreto. Encarnado, sobre todo, en las figuras de Pedro Infante y Jorge Negrete responde a esa época post revolucionaria, donde los "valientes" de los tiempos de Zapata se están extinguiendo y ahora los grandes hombres son los trabajadores del barrio que luchan por sus familias. Tipos picarones, coquetos (o querendones, se dice), determinados, borrachos, tal vez, violentos por naturaleza. Y aunque no se trata de encajarle a Infante la responsabilidad o la figura eterna del macho mexicano, admitamos que sus personajes transfieren la sociabilidad de otra época (donde tampoco era justificable ser machista), que ya se quedó atrás. Las masculinidades mexicanas hoy, por lo menos, no son tan concretas.
Las mujeres son territorio de conquista
En el cine de oro casi todas las mujeres están sometidas a las voluntades de sus maridos, padres, etc. Y si otro hombre quiere tener una relación significativa con ellas tiene que conquistarlas como si fueran una tierra; incluso domarlas como si fueran una criatura salvaje. Por otro lado, cuando la personaje ya está dentro de la relación, el hombre puede tratarla como le venga en gana y puede asegurar que "se le respete" hasta de manera violenta.
De hecho la violencia, la insistencia, la necedad para forzar una relación con una mujer o las condiciones de la misma se celebra: es signo de resistencia, de nobleza, de lucha y hasta poder. Esto es para olvidar y pronto. (Bien se dice que no es no).
Los pobres no entienden el mundo…
El personaje de Mario Moreno, Cantinflas, es uno de los más queridos por los mexicanos. Sus películas siguen adornando el desayuno dominguero, porque la televisión abierta insiste en ponerlas una y otra vez. Hay que decirlo: Cantinflas y su sabiduría llanera son geniales, pero refuerzan otro punto, que en realidad es molesto.
El personaje de Moreno es de clase baja, "es pobre", como se dice abruptamente en estas películas y eso, por inercia, lo aleja de los grandes problemas del mundo. Los pobres son humildes, son sencillos y no tienen tiempo de involucrarse en grandes discusiones. Así, los demás personajes los tratan de forma condescendiente. Es bastante nefasto, especialmente en este país terriblemente marcado por el clasismo y el racismo, donde, por cierto, son precisamente las clases más afectadas las que suelen protestar en contra de las injusticias sociales. Algo para pensar.
Los indígenas son o muy tontos o muy valientes
En la misma línea el tema de los indígenas, figura extremadamente delicada en el cine de oro y, al mismo tiempo, icónica. Quienes representan a este grupo tienen de dos: o son idealizados en un tono nacionalista, por ser la raza pura, original, los protectores de la tradición; o son tratados como tontos, como incultos, burros y hasta infantiles. Es terrible y más aún porque son siempre representados por las mismas grandes figuras del cine (hasta María Félix y Dolores del Río la hicieron de indias): la parodia es prácticamente inevitable y prueba el gran desconocimiento y falta de respeto a estas comunidades. Eso es para olvidar ahora mismo y aprovechar para cambiar la perspectiva.
La "cultura" está en manos de los ricos
En la película Gran Hotel (1944) con Cantinflas hay una escena fantástica en la que al joven desaliñado (con cuerdita para amarrarse el pantalón, en lugar de cinturón) le toca salir de un problema bailando en un elegante salón con una bailarina profesional, para entretener a los comensales y huéspedes del hotel donde acontece el filme. Lo que bailan es una Danza Apache, un baile dramático francés que simula una discusión entre una prostituta y su proxeneta. Así, los bailarines se empujan y simulan golpes, claro que sin perder el estilo. Sin conocimiento alguno de lo que está sucediendo (porque Cantinflas no tiene acceso a este tipo de información por ser pobre) el personaje le va siguiendo la corriente a la bailarina entrenada y lo que resulta es tan magnífico que los ricos comensales aplauden entusiasmados y extasiados.
A Cantinflas la situación se le pasa más o menos desapercibida, precisamente porque desde este imaginario se le llama "cultura" solo a lo que produce y consume la clase alta. A lo demás, con suerte, se le llamará "expresión popular" o "tradición". En muchos sentidos esto se sigue pensando, pero, francamente ¿es posible imaginar que una comunidad humana no mantenga cultura propia? ¿significado? No se puede ser inculto, porque los sujetos siempre estamos haciendo significar el mundo, en ese sentido, siempre estamos produciendo cultura…
*Imagen destacada: Crédito no especificado.