Divago entre quimeras difuntas y entre sueños
nacientes, y propenso a un llanto sin motivo,
voy, con el ánima dispersa
en el atardecer brumoso y efusivo…
La tejedora, RAMÓN LÓPEZ VELARDE
Entre todas las cosas, parece que la melancolía ha sido el perfecto punto de anclaje para la descripción —más o menos elocuente, pero cargada de estereotipos y otras fijaciones injustas— de la identidad nacional.
La sensación de pesadez injustificada, de malestar con orígenes elusivos, de tristeza suprema e irreparable, ha sido llamada por muchos el sentimiento mexicano (lo han dicho desde Alexander Von Humboldt hasta Roger Bartra).
También lo fue para Emilio Uranga, filósofo mexicano que disfrutará leer cualquiera que se ha preguntado alguna vez por lo que significa ser de este país (especialmente si aún no encuentra su respuesta).
La propuesta de Uranga es extremadamente rara, incluso para la mirada contemporánea y, aunque aparenta desde lejos, no se parece nada a las afirmaciones ya bien aceptadas por las instituciones nacionales (afirmaciones como las que hace Octavio Paz en El laberinto de la soledad).
Hacia una filosofía de la mexicanidad
Recientemente fue reeditado el artículo "La filosofía de la mexicanidad" de Emilio Uranga, una auténtica rareza para distintos campos académicos y también serie de conclusiones que, de manera inesperada, convocan hasta al mexicano menos patriota a re-pensarse como tal.
Para quienes hicieron la nueva edición del texto, la reflexión máxima es clara: "Creer en la sustancialidad de la existencia humana no es solo falso, es inhumano." Y es claro que los mexicanos no podríamos creer en una existencia fija, simplemente porque nuestras condiciones no nos lo permiten; es decir: las condiciones del país, literalmente.
Condiciones reprochables (violencia, inseguridad, corrupciones, inestabilidad social, política, económica, desigualdad, discriminación, sismos, volcanes y huracanes); y otras bien queridas (diversidad en todos los sentidos posibles, por supuesto y un contexto tan desdibujado, que tu suerte podría cambiar en cualquier momento) determinan un destino incalculable y, con esa incertidumbre, ensamblamos vida todos los días.
Ahí nace la melancolía que define la filosofía sobre lo mexicano: en no poder volver hacia ninguna certeza; en convivir de cerca con la muerte y, al mismo tiempo, sentirse relativamente tranquilo porque todo el universo que nos rodea parece estar perpetuamente tendido entre la guerra y la paz: ni en una, ni en la otra.
Melancolía, insuficiencia y zozobra: signos de la tradición
La melancolía nos define. Pero a los ojos de Uranga no es (como para otros autores) porque nuestras carencias nos hacen sujetos inferiores a otros; sino porque estas circunstancias, que desde antes de la conquista hacían de nuestra región geográfica una tierra de inestabilidad, presentan al contexto como insuficiente.
En México casi cualquier acto parece una apuesta sin fundamento; desde salir a la calle, hasta hacer una afirmación sobre la propia identidad. Las condiciones pueden cambiar en cualquier momento y en esa tensión que provoca la insuficiencia, sobrevivimos.
Este sobrevivimos, aunque no lo diga así Uranga, no significa que "vivimos a penas", sino que vivimos de más. Vivimos vivencias, no cosas. "Sentimos cabrón" y no superficialmente: “La vida mexicana está impregnada de un carácter sentimental y se puede decir que el tono de esa vida configura el juego de las emociones, de la inactividad y de una incansable reflexión interna”.
Para el filósofo mexicano, esta emocionalidad intensa nos hace frágiles, extrañamente vulnerables y quebradizos. Así, nos protegemos en distintos sentidos y a través de distintas actitudes: desde el albur y los dobles sentidos, hasta la inmensa "hueva" que nos libra de actuar o movernos (y exponernos)
Claro que Uranga no le llama así (la profesión le impide), a esta sensación peculiar, le llama zozobra: "una especie de inquietud de estar atrapado entre el ser y el no ser." La insuficiencia de nuestras condiciones, entonces, nos provoca una permanente emocionalidad que podría traducirse en violencia, pero se despliega en la "hueva": una curiosa indecisión, una pausa, una suspensión de la vida productiva, una negación.
Mexicano, sujeto inoperante
La hueva (o zozobra) no es cualquier cosa, es un acto que desconecta el aparato de lo cotidiano y se lleva de corbata a la estructura económica, la política, la social. Dejarse llevar por la hueva-zozobra es abrirse a la posibilidad de construir algo distinto a lo que las circunstancias proponen. Esta es una práctica vital, es abrirle la puerta al autoconocimiento, lejos de lo que el mundo está haciendo con nosotros.
Uranga no está solo en su postura, otros filósofos que siguen a Heidegger, como el italiano Giorgio Agamben han propuesto que lo necesario para suspender el aparato poderoso que construye al mundo que habitan los sujetos es portarse como una singularidad cualquiera que genera rodeado de otras como ella una "comunidad inoperante".
El filósofo mexicano le llama "hombre involuntario" a ese que renuncia a operar, a producir, pero que no deja de "ver una estructura significativa en el mundo" y simplemente no le otorga sentido o dirección. Solo la mira. Así, le (se) regala la posibilidad de ser. Sin más.
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El mestizo está solo en el mundo
Tal vez la insuficiencia máxima se manifiesta en la falta de orígenes para la identidad mexicana. El mito más aceptado es que somos mestizos: es decir, los hijos genéticos y culturales de indígenas y españoles. Pero, en realidad, no nos parecemos a ninguno de los dos y tenemos más mezcla de dónde agarrar. Somos, mejor dicho, sus hijos adoptivos.
Así, si como dice Uranga "preguntarse presupone la intuición de no-ser", los que nos preguntamos sobre qué significa ser mexicano, intuimos que no somos ni eso; porque tal vez no existe. El filósofo prefiere definirnos como "accidentales" (a los mexicanos mestizos) en contraposición a los europeos o los indígenas que define como "sustanciales".
Sin embargo, en una búsqueda por proteger la fragilidad que implica ser así de quebradizos, nos inventamos discursos de identificación con las sustancias: el malinchismo y el indigenismo, para empezar. Idolatramos a otros, les urgimos que nos hagan suyos. Pero el mestizo está solo y si encuentra en su melancolía y zozobra herramientas y no simples dolencias podría reconocerse como mucho más que una casta.
Lo humano es mexicano
Hay que decirlo: a estas alturas de la historia humana (y del mestizaje), está difícil probar que las sustancias se mantienen. Tal vez somos o siempre hemos sido todos, accidentales, el asunto es que las circunstancias mexicanas lo hacen evidente y las de otros lados no se aventarían ese tiro.
Asumirse mexicano, en ese contexto, es un acto de valentía y soledad. Lo mexicano, lo melancólico, la zozobra son características de lo humano. Por otro lado, pensar que lo humano es sustancial, que está terminado; aunque sea más cómodo, tal vez es tarea divina.
*Imágenes: 1) Itzel Domart; 2) Luis Montemayor; 3) Reidar Murken; 4) Luis Guzman; 5 y 7) Nick Kendrick; 6) pasnip_lotion/Flickr; 8) Candice Nyando; 9) Ernesto Álvarez.