Aunque la inmensa biodiversidad mexicana es fantástica, lo increíble es la cantidad de especies que están en peligro de extinción. Animales y plantas verdaderamente únicos están en riesgo inminente de desaparecer y llevarse con ellos el equilibrio de nuestros ecosistemas.
La vaquita marina, el tlacuache y el ajolote han sido algunos de los ejemplares más sonados, pero no nos podemos olvidar del achoque: un increíble anfibio, primo del curioso ajolote, endémico de Pátzcuaro, Michoacán.
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Extrañamente, las que lo tienen muy presente y están emprendiendo una auténtica misión para salvarlos son las monjas de la Basílica de Nuestra Señora de la Salud. El recinto religioso que se construyó en el siglo XVI, también es acuario y laboratorio para proteger y reproducir a los queridos achoques.
Junto a las hermanas dominicas, vive una inmensa y activa población de Ambystoma dumerilii. Más de 300 achoques se turnan entre las peceras, las bañeras y las brillantes mesas donde son observados y catalogados por las monjas, que con guantes blancos, utensilios de metal y miradas concentradas, están reuniendo ciencia y religión.
Y su labor es valiosa en muchísimos sentidos, sobre todo porque en el lago de Pátzcuaro es prácticamente imposible encontrarlos: la contaminación, la entrada de aguas residuales, la sedimentación y la introducción ilegal de especies invasoras son algunas de las razones detrás de este asunto.
Los achoques son maravillosos y estas monjas lo saben. Similares a los ajolotes, pero más grandes (llegan a los 30 o 40 centímetros), tienen una gran capacidad de regeneración celular, así que pueden recuperar órganos perdidos. Por esta cualidad fueron sumamente relevantes para la mitología purépecha; además de que son comestibles y se usan para preparar deliciosas y nutritivas sopas.
Por otro lado, las monjas afirman haber heredado una receta purépecha para preparar con ellos un jarabe que alivia males respiratorios y muchos de sus ingresos vienen de la venta de este mítico brebaje.
Cuando se dieron cuenta de que los achoques estaban al borde de desaparecer, no dudaron en salvarlos: el jarabe es vital en sus vidas y en las de los habitantes de Pátzcuaro. Así comenzó la cría de las salamandras, que proliferan en manos de las monjas y con los excedentes, de manera sustentable se cocinan las famosas sopas y se prepara el jarabe para la tos. Un poco de equilibrio entre humanos y naturaleza, para variar.
Por otro lado, su sana población de achoques no puede volver al lago al que pertenencen: las malas condiciones los matarían. Por otro lado, para todos es urgente la reinserción, porque es importante mantener la variabilidad genética de la colonia, aunque las monjas hacen todo lo que sea posible por mantener la riqueza de la especie, controlando cuidadosamente los procesos de reproducción. Además, los tratan con cariño, mantienen todo impecable, en condiciones perfectas y reconocen casi a ojo a cada achoque de su pequeña reserva.
Ofelia Morales, la cuidadora principal, declaró para el New York Times:
La orden está dedicada a la investigación de conocimiento teológico y científico en beneficio de la humanidad… (La misión es) trabajar a favor de una conciencia más humana, llena de amor y justicia por la naturaleza.
Sin duda un proyecto increíble que nació en un lugar inesperado, pero que definitivamente nos inspira.
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*Imágenes: 1) AFP/Modificada; 2, 8) AFP; 3, 4, 5, 6, 7) NYT