Ser migrante —y, particularmente indocumentado— es un asunto duro y que modifica todo; sobre todo la identidad. Y eso es muy valioso: movernos, encarnar otras formas de vivir, habitar nuevos paisajes; eso nos hace más flexibles, más empáticos y más resilientes. Por otro lado, son muchos los migrantes que han descubierto que su gran fortaleza reside en eso que los forma: su cultura.
Elizeth Argüelles es, por eso mismo, nuestra nueva heroína. Desde niña llegó a Estados Unidos para vivir con su mamá (otra migrante indocumentada que se fue a Chicago, buscando una mejor vida) y ayudar en el negocio familiar. Ahora tiene 23 y continúa madrugando los viernes, sábados y domingos para cocinar y vender en la calle delicias mexicanas —tamales y atole— para alimentar a las masas friolentas.
Con el dinero que recauda de las ventas, paga algunos de los gastos que implica atender a la Universidad Dominican. Y la labor es durísima, pero lo ha hecho desde que tiene 9 años y está perfectamente orgullosa de ello. Mientras que, cuando era niña, en la escuela la llamaban "tamalera" y se burlaban de ella sus compañeros, ahora ella dice (para el Chicago Tribune): "Ha sido una bendición ser tamalera y ser la hija de una tamalera… Tengo por mis venas resistencia."
La declaración de la veracruzana es preciosa, pues no solo en Estados Unidos (también aquí) se desdeñan labores indispensables y profundamente simbólicas, como la de los tamaleros y tamaleras. Agarrados de prejuicios históricos injustificables y anclados de un deleznable clasismo, muchos piensan que hay trabajos menos valiosos que otros.
Pero lo que envuelve hacer tamales es un enorme amor por la cultura local, unas ganas enormes de mantener activo un sabor tradicional, la necesidad de emprender un negocio propio (y no responderle a nadie más que a uno mismo). Para Elizeth "el tamal es resistencia" y gracias a las friegas que se ha metido no tiene "miedo a trabajar, a encontrar soluciones y hacer algo de la nada."
Y, aunque en nuestro país la movilidad social es seriamente escasa y decir "échale ganas" o "eres pobre porque no trabajas" es un auténtico insulto, su declaración es muy refrescante y tenemos que permitir que nos inspire. Ella lo resume así: "No permitiré que mi ‘estatus" defina quién soy, pero dejaré que me empodere." Y ante esa postura, no podemos ofrecer mucho más que respeto y profunda admiración.