De la pared sobresale un diablo rojo de cartón que carga con un letrero que dice: –Te estaba esperando-. Estamos en el 129 de la calle Chihuahua de CDMX. El muro es colorido y una frase sobre un espejo pregunta, irreverentemente: –¿Te peinaste?-
En mitad de una de las colonias más gentrificadas de CDMX: la Roma, vive este pequeño taller de juguetería hecha a mano, el último de la ciudad, según su dueño Álvaro Santillán. ¿Su nombre? Página: Taller Tlamaxcalli; abrió sus puertas hace 15 años.
Álvaro es una especie de rebelde, de algún modo, él reta al tiempo desde dos sentidos: preservando el oficio de la juguetería artesanal y enseñando que el tiempo también tiene distintos ritmos:
La prisa es un problema muy serio con la generación millennial, siempre tienen prisa. Aquí llegan a mi taller y preguntan –¿y en cuánto tiempo aprendo?- Pues en el tiempo necesario, les digo. O quieren hacer un alebrije sin aprender a preparar el engrudo: hay cosas que tienen un tiempo, quieren saltarse los procesos. Se desesperan porque ven que yo no tengo prisa”.
Aquí hay alebrijes, juguetes de madera; diseño de hace más de 100 años. Las curiosísimas Lupitas o mini piñatas de colores eléctricos.
Santillán hace cartonería aunque también trabaja madera y es un conocedor del arquetípico juguete. En CDMX, según su experiencia, solo quedan unos 16 cartoneros. Dice que a él no le gusta "intelectualizar”, cuando le pregunto sobre el valor de su oficio: "yo lo hago porque me gusta, así, simplemente. Porque cuando uno hace lo que le gusta nunca tienes trabajo, se vuelve una manera de jugar. Nunca debemos dejar de jugar, ni de adultos".
Sus juguetes son una metáfora de su manera de pensar y de su oficio que reta a la época, ahí, en un local inesperado de la calle Chihuahua en la Delegación Cuahutémoc.