No importa qué hagas, cuántas tareas agregues o restes a tu rutina, la “falta de tiempo” es una condición casi ubicua, que azota a la sociedad contemporánea y le provee altas dosis de estrés y ansiedad. Pero ¿cómo romper con esta nefasta inercia y salirnos del frenesí compartido?
Luciano Concheiro es un joven filósofo mexicano, de 24 años, que obtuvo por la UNAM su título de historiador a los 19, luego se hizo sociólogo por la Universidad de Cambridge y recién fue finalista del premio Anagrama de Ensayo. Evidentemente no es una persona común –lo que sea que eso signifique–, y por fortuna para nosotros dedica buena parte de su tiempo a reflexionar sobre cómo erradicarlo, al tiempo.
Pablo Llano, en un artículo para el diario El País, nos comparte extractos de una charla con Concheiro, entre los cuales emergen inquietantes premisas, por ejemplo la idea de que generar “resistencias temporales”. Esto consiste en, algo así, como ejercer prácticas, conductas o actitudes orientadas a romper con esta impronta cultural que rige nuestra relación con el tiempo –con el permanente riesgo de que, sin darnos cuenta, volvamos a sumergirnos en el espejismo y creamos que el reflejo de nuestra agenda en la superficie del lago es real–.
“Hay que ser radical y erradicar el tiempo" dice el joven autor de Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante (2016), una tan seductora como aparentemente compleja misión. En todo caso, Concheiro propone a los lectores de El País una serie de rituales que pudieran servir como bálsamos contra la embestida del tiempo híper acelerado:
a) Una buena sobremesa tras una barbacoa cocida bajo tierra.
b) Oír la canción “As Slow as Possible” de John Cage.
c) Recrearse en la contemplación de las fotografías de Gabriel Orozco.
d) Recitar en voz alta el poema Piedra de sol de Octavio Paz.
A estas podríamos agregar muchos otros, recursos que están ahí, disponibles pero olvidados en medio del efervescente, y hasta cierto punto absurdo, ritmo de vida en el que hoy estamos sumergidos. Y aquí mencionaría algunos que en lo personal me funcionan, entre ellos:
“Caminar a la deriva“, sin destino ni horario, un ejercicio tan libre que hoy podría considerarse como una práctica contracultural.
Lijar madera, ideal para contrastar el aparente arrebato del paso del tiempo con la lentitud intrínseca del acto (me refiero a la repetición casi infinita). Tejer o sumergirte en otros procesos de creatividad artesanal también debieran funcionar.
Sentarte a ver el mundo pasar sin ceder al impulso de irte con él, se dice fácil pero las ganas de revisar tu teléfono o irte a resolver alguno de los innumerables pendientes que supuestamente tienes hacen de este ejercicio uno épico.