Por la forma en que está ensamblada, quienes viven en la Ciudad de México, terminan por compartir en el espacio público lo que normalmente se reservan para la vida privada y familiar. Desde las comidas que se han transformado en tortas o tacos aceleradamente masticados, hasta momentos más sutiles y personales, como el de aplicarse maquillaje o peinarse.
Vivir en la ciudad implica tener que lidiar con su centralización, y en ese sentido, con las distancias que establece. Para poder participar de su centro activo hay que desplazarse y, a veces, desde muy lejos. Así, el espacio público se transforma en mucho más que una vía o paso, es un espacio habitado, cotidiano y que hay que hacer propio de alguna manera.
En la CDMX, mujeres y hombres pasan casi una hora y media en promedio en el transporte cada día. Y estos momentos evidentemente se sienten; así, se prestan a la reinterpretación ingeniosa de los sujetos que los experimentan. En ese sentido, no es extraño, pero es sin duda curioso, encontrar mujeres que con gran maestría malavarean toda clase de herramientas de maquillaje (rimel, brocha, paletas de colores, labial, rizador de pestañas o cuchara) mientras esquivan a otras tantas que buscan igualmente aprovechar el tiempo.
Y, aunque tal vez ya no lo noten (pero con un poco de suerte estas palabras sirvan de invitación para apreciarlo) hay algo muy delicado y también bello en el acto de compartir con otras y otros los pequeños rituales privados, en una ciudad que, por su pretensión de ser eficiente, absorbe las interacciones sociales y las escupe, solo a veces, en forma de gruñidos, "compermisos" y "¿baja en la que sigue?".
También hay, claro, algo más o menos mal visto en el observar a otros haciendo lo que, en mejores circunstancias, harían frente al espejo del baño; pero, a veces es inevitable cruzarse con los gestos divertidos, comparar hábitos y también, claro, admirar la inmensa habilidad manual de dibujar líneas perfectas en la propia cara, mientras se está en movimiento.
Lo que es evidente es nuestra resiliencia, nuestro ingenio y un deje de rebeldía, pues, frente a estas circunstancias caóticas, que no necesariamente podemos resolver, nos hacemos dueñas y dueños del espacio, nos hacemos sentir en casa en todos lados.
*Imágenes: Vanessa Banthi.