La creatividad es una de las facetas más fascinantes del ser humano. No solo permite reafirmar nuestra condición de seres creadores, que construyen o enriquecen realidades, también tiene importantes consecuencias en la psique individual y colectiva, en la operatividad social e incluso, como está más que demostrado, en el desarrollo económico.
En el caso de México, es un país que históricamente ha destacado por su ingenio –ese folclore imaginativo que vence prácticamente cualquier obstáculo práctico–, por su genio artesanal, que se manifiesta en incontables técnicas llevadas a la excelencia por sus respectivos exponentes –de los alebrijes a los telares, pasando por la talavera o el uso magistral de pigmentos naturales, entre muchos otros– y por una radiante tradición plástica, que incluye a grandes muralistas, a maestros del color, a paisajistas excelsos o a canalizadores de otras realidades. Las cualidades anteriores se acompañan hoy por una inquieta generación de artistas mexicanos, festivales dedicados a la innovación creativa y múltiples plataformas diseñadas para incentivar esta estimulante inercia.
La industria creativa de México
Pero, ¿qué hay de las industrias creativas? ¿Qué ocurre en el país con ese pulso creativo que imagina, innova y da empleos? La UNESCO define a las industrias creativas como "Aquellos sectores de actividad organizada que tienen como objeto principal la producción o la reproducción, la promoción, la difusión y/o la comercialización de bienes, servicios y actividades de contenido cultural, artístico o patrimonial". Y si bien en muchos países este sector cumple un papel decisivo en la economía –y se le valora proporcionalmente–, en México esto no se termina de reconocer.
A pesar de que el escenario ha cambiado en la última década, y con él, lentamente, se va gestando una cultura distinta, es un hecho que en México aún no se valora por completo a la creatividad como lo que es: un motor económico y un valiosísimo capital. Hace unas semanas, Zacarías Ramírez publico un artículo en Forbes, que cuestionaba precisamente esto: "¿Por qué en México despreciamos el poder de las industrias creativas?".
El problema parece ser, como prácticamente todo problema, multifactorial. Es decir, se trata de una combinación de falta de cultura y de una carencia de políticas públicas, incluidas las fiscales, que incentiven esta industria. En cuanto al primer punto, resulta curioso como aún en muchas familias y círculos de México los profesiones creativas siguen considerándose como "de segunda". El creativo, el artista o, no se diga, el artesano, son actividades que jamás se aprecian con la misma seriedad que la ingeniería, el derecho o la administración. Sobre lo segundo, existe un anécdota de Ernesto Piedras, presidente de The Competitive Intelligence Unit (CiU), y recogida por Ramírez en su artículo, que refleja con cruda precisión el problema de enfoque:
Cuando ocurrió la crisis del año 2008, yo estaba en Reino Unido y recibí una llamada de Conaculta diciéndome: "Ayúdanos, porque nos están cortando presupuesto por la crisis". Al mismo tiempo, en [la edición de] The Times de ese día, venía una nota del ministro del tesoro [que decía]: "Por segundo trimestre consecutivo, ha caído el PIB. Es oficial: estamos en recesión, tenemos que invertir en cultura".
Y si alguien duda aún del poder de la industria cultural en México, el mismo Piedras comparte un dato para muchos de nosotros sorprendente: el 7.4% del PIB de México se genera en actividades asociadas con esta, lo cual implica la generación de 2 millones de empleos directos e indirectos.
¿Entonces?
Podríamos entonces concluir, en pocas palabras, que para que la creatividad de México florezca, como podría y debería, es fundamental una renovación de políticas públicas, orientadas a incentivar estas prácticas y, en general, las llamadas industrias creativas; y en segundo lugar, que esto se acompañe de un cambio de paradigma en el que culturalmente entendamos el enorme valor, tanto humano como económico, que la creatividad conlleva. Entonces sí podremos capitalizar este pulso que, además, engrandece nuestra naturaleza como seres dotados con la posibilidad de imaginar nuevos ingredientes para nuestra cambiante realidad y, sobretodo, de materializarlos. Además, estaremos honrando un aspecto que forma parte importante de nuestra historia e identidad como mexicanos: el crear.