Los rarámuri, cultura milenaria del norte mexicano, pueden correr hasta por tres días seguidos. Su mente y cuerpo son superados por una voluntad mística, impresa en el sentido divino de correr. Al mismo tiempo, correr significa reunirse con la tierra, comprenderla en un eterno espiral de movimiento: “cuando corres en la tierra y corres con la tierra, puedes correr para siempre”, dice un proverbio rarámuri.
La intención y el sentido son suficientes para consumar este acto mágico, focalizando la energía que trasciende lo que conocemos o comprendemos, en un acto que a otros les pareciera cotidiano o perfectamente insignificante. Pero para los rarámuri correr es un acto ritual, que persiste en ese sentido a pesar de cinco siglos de intentos de evangelización cultural.
No en vano, a quienes habitan en esta comunidad los conocemos como sujetos de "pies ligeros" y la fortaleza inaudita de sus corredores es memorable. Hombres y mujeres recorren las escarpadas brechas adentradas en la Barranca del Cobre; día y noche, atraviesan sierras casi inhóspitas.
Otro de sus más valorados proverbios habla de la fortaleza "¡Quien no aguanta no vale!". Y, como a su tierra, los rarámuri viven y recorren el aguante profundamente. Su contexto geográfico es tan radical, inmerso en una dinámica de constantes sequías y fríos intensos, que la voluntad resulta vital para sobrevivir. Los rarámuri han soportado las inclemencias de su entorno por siglos, y el más arraigado símbolo de su admirable espíritu, es precisamente el milenario hábito de correr.
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Equipados con la sencillez de su complexión, recorren sus tierras, hacen suyo el entorno –que son ellos mismos–, y trascienden el cuerpo y la mente con su voluntad. Sus ancianos y jóvenes, que en su cosmogonía son adultos desde los catorce años, llegan a correr hasta tres días seguidos sin descanso, ingiriendo cantidades pequeñas de comida y agua.
Por otro lado, sus cuerpos delgados, livianos pero fuertes, son una extensión de la ligereza de su concepción del mundo. Y, simultáneamente, trascender el "yo", mediante el rito de correr, es un ejercicio ancestral: los límites del cuerpo son rebasados por la intención.
Los rarámuri corren con sencillas sandalias puestas: una suela de cuero atada con un lazo al pie y la pierna. Y así se aprecia entre los grandes corredores de la sierra Tarahumara, como Ciro Chacarito y la contemporánea Lorena Ramírez. Pero correr así, con la intención de hacer vibrar hasta lo más recóndito de uno mismo, poco tiene que ver con las sandalias y los caminos. Sus recorridos se convierten en auténticos trances.
Es posible que para ser dueño de uno mismo, tal vez haya que trascender toda clase de reminiscencia de lo que se es; tal vez hay que fundirse con el profundo movimiento del mundo y los rarámuri alcanzan ese estado en la más sencilla de las expresiones físicas: corriendo.
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