Frente a los nuevos tiempos, esos que ya comenzaron, debemos descubrirnos como nación y hacer frente común. Un punto importante, de muchos, concreto y sin demagogia.
Hoy se percibe un profundo sentimiento de devaluación en el pueblo mexicano. Hemos aspirado a ser lo que no somos, a ser más caucásicos, un perfil del cual Donald Trump es prototipo. Encuestas de CONAPRED demuestran que nuestra población se identifica con tonos de piel más claros de los que en realidad tiene. Muchos han tratado de omitir su sangre india o atenuarla. Ahora la ciencia abre todo un universo para determinar la etnicidad de las personas con reducidas porciones de saliva.
Una muestra significativa de mexicanos catalogados como "mexicanos blancos", provenientes de familias que pueden rastrear su linaje desde los siglos XVII en Europa, han descubierto que tienen entre 15% a 40% de sangre indígena mexicana. Esto me lleva a formular una hipótesis: más del 95% de los ciudadanos mexicanos tenemos sangre india.
Lo que para la mayoría de la población mexicana es devaluatorio, sería una joya muy preciada para cualquier Estado que busca avanzar. Para muchos países, la gran barrera al desarrollo no sólo económico sino intelectual son sus desiguales orígenes étnicos, religiosos y culturales.
Pero nuestro embelesamiento por lo estadounidense no sólo ha versado en lo individual, también en lo nacional. Nuestro ideal de desarrollo ha sido Estados Unidos de Norteamérica, por lo menos durante las últimas tres décadas. Y después del 8 de noviembre del 2016, ¿como quién podríamos anhelar ser?
Sería buena idea aspirar a ser una mejor versión de nosotros mismos. Para lograr un desarrollo comprehensivo debemos de dejar de ver hacia afuera y empezar a percibirnos desde dentro. Partamos por aceptarnos como somos. Sabernos con sangre indígena nos daría unidad, identidad, cohesión, apoyo, confianza hacia cada hermano connacional, sin importar las aparentes distancias.
*Imagen:osoyparis.com