El territorio mexicano se erige entre un montón de gigantes naturales que no vemos. Es decir, millas de caminos caprichosos construidos por la tierra o el hombre mismo, que demarcan los espacios, a veces de manera invisible.
Es curioso que, justamente lo que se construye a gran escala parece ocultar su inmensidad frente a los sentidos de una mirada bidimensional como la nuestra. Pero, si fuese posible no pasar inadvertidos tantos grandes detalles, sin duda nuestra persespectiva del mundo sería otra. Básicamente es lo que ha venido logrando tecnologías como el drone, o las herramientas de Google Earth y Google Street View, que hoy en día ponen al alcance de la red digital vistas masivas o de gran alcance en tan solo una fotografía. Nos muestran, por así decirlo, el universo complejo que enuncian planeta sin salir de él.
Pero, si se quiere ver más allá, esta tecnología no solo está cambiando la manera “visual” de experimentar el mundo, sino que a la vez está cuestionando al hombre sobre las maneras que hemos tenido hasta ahora de cuantificar nuestro espacio-tiempo. Porque cuando pensamos en universo miramos el cielo, y pocas veces recordamos que el suelo donde estamos parados es uno.
En México, los escenarios abstractos y los paisajes geométricos son irrevocables. Si deambulas un poco por herramientas como Google Earth encontrarás incontables escenarios indefinidos, inciertos pero hermosos, que han figurado bajo nosotros y moldeado nuestras conductas y maneras de extendernos sobre el territorio. Otros paisajes aéreos evidencian la tradicional práctica humana de reproducir geometría por todas partes, y en México sencillamente se hace de una manera hermosa:
Chihuahua
Oaxaca