Recientemente, el interés general por comprender y conectar de forma genuina —libre de prejuicios y clichés— con las comunidades indígenas de México está creciendo. Finalmente, los mexicanos estamos entendiendo que estos grupos culturales no son nuestro pasado y mucho menos son una versión paralela (más sensible, mejor y muy romántica) de nosotros; sino sujetos con los que compartimos historia y territorio.
Así, los medios y espacios para aprender de estos grupos e intercambiar con ellos saberes sobre toda clase de cosas (medicina, formas de gobierno, lingüística, agricultura, arquitectura) se están ampliando. Sin duda, aún no son suficientes; pero los puentes de intercambio se están tendiendo.
Por otro lado, estas comunidades, en muchos casos aisladas (ya sea por su forma de vida, por decisión propia, por rezago de parte de los centros urbanos o hasta por falta de caminos), también están abriendo espacios para conectar con otras formas de ver el mundo. Un ejemplo increíble es la biblioteca comunitaria que creó Adriana Kupijy Vargas, joven mexicana de la sierra mixe de Oaxaca.
Intercambiar saberes es vital
A través de una convocatoria en Facebook, la estudiante de cuarto semestre de la licenciatura en Pedagogía de la UNAM, logró reunir más de 4000 libros y montó un espacio de lectura en la ranchería Tejas, en el municipio de Santa María Tlahuitoltepec.
Su intención es que cualquier sujeto en su comunidad pueda acceder a textos que, normalmente, no se encuentran a su alcance (en parte por falta de infraestructura, pero también porque pertenecen a una tradición muy distinta). Y sin duda, el suyo es un proyecto que hay que apoyar y empezar a replicar.
No debería tratarse ya de que los saberes occidentales lleguen a las comunidades indígenas, sino de que sea posible que todos consumamos cualquier clase de saber y aprendamos a capitalizarlo en proyectos que beneficien a todos, sin importar de dónde venimos o dónde estamos parados.
El intercambio es vital: con los textos vienen formas de pensar distintas, propuestas sobre la comprensión del mundo y, sobre todo, narraciones sobre vivencias insospechadas. Y nunca está demás aproximarse a ellas, sobre todo porque a todos nos vuelven un poco más empáticos.
¿Cómo ayudar a este tipo de iniciativas?
Te proponemos tres cosas:
- Dona libros (y otros materiales) a este tipo de proyectos. Lo que a ti te sobra le puede servir muchísimo a otra persona.
- Ensambla tú una biblioteca comunitaria. Para tu barrio, para tus vecinos, para tu comunidad, para tus amigos.
- Elimina el prejuicio de que las comunidades indígenas deberían aprender saberes occidentales. Nadie debería aprender nada: el conocimiento es un flujo que nos conviene revitalizar e impulsar. Pero ese proceso debe ser una decisión personal. Aunque eso no implica dejar de apoyar proyectos como el de Adriana Kupijy Vargas.
Arma una biblioteca comunitaria de saberes indígenas. Si tienes ganas de acercarte a otras formas de mirar el mundo, ¿por qué no buscarlas aprendiendo de quienes te rodean?