De entre los chismes literarios que se guardan entre líneas nuestros grandes escritores, el apasionado amor que le profesó Salvador Novo a Federico García Lorca es uno de los más conmovedores. Elegante y ceremonioso, el poeta mexicano parece haber sido como sus palabras: discreto solo en cierta medida.
Como dijo el escritor español José de la Colina:
Ante una sociedad hipócrita y de una larga tradición en el escarnio, en la represión moral y social de la sexualidad disidente, el poeta de las arrogantes poses dandísticas, el de la sinuosa y guiñadora prosa, el apodado (con gran regocijo suyo) "don Nalgador Sobo", se arriesgaba a manifestar lo que la clase alta y dizque culta conocía pero hipócritamente pasaba por alto […]
Su encuentro con García Lorca fue fugaz, pero también apasionante y controvertido. De este Novo dejó registro en "Continente vacío", sus crónicas viajeras. Además quedan 3 preciosas cartas y un poema en que se le "declara", de forma bastante más que evidente, aunque ciertamente ingeniosa.
Cuenta Novo que conoció al brillante español en Buenos Aires, en diciembre de 1933. Fueron a desayunar a un restaurante y, aunque era la primera vez que hablaban, se trataron como "amigos de toda la vida". García elogió los sonetos del mexicano y después le dijo, poniéndose serio: "Para mí, la amista e ya pa siempre; e cosa sagrá; ¡paze lo que paze, ya tú y yo zeremos amigo pa toa la vida!". Así lo escribe Salvador, haciendo alusión al acento español de Federico.
Pero tal vez el momento más entrañable de su feliz encuentro es este, que describe el poeta mexicano:
Tú cantaste La Adelita, que sabías tan bien, y me dijiste que para ti esa canción simbolizaba todo el México que querías conocer, que Adelita era para ti una mujer viva, de carne y hueso, idolatrada por los sargentos, respetada hasta por el mismo coronel; fiel a su soldado, apasionada, morena y fecunda, y, hechizado por tu conjuro, por tu promesa de hacerle un monumento, cuando paladeabas su nombre, Adela, Adelita, y te conté su vida.
Porque en Torreón, cuando vivimos la epopeya de Villa, una criada de mi casa, que era exactamente como tú la imaginas, llevaba ese nombre cuando nació esa canción, y decía que a ella se la había compuesto un soldado. Y al proclamarlo satisfecha, con aquella boca suya, plena y sensual como una fruta, no pensaba sino en el abrazo vagabundo de aquel con quien al fin huyó por los montes de aquella estrecha cárcel de su laguna; no imaginó jamás esta perenne sublimación de su vida en un himno que ahora a tus ojos vuelve a prestarle un corazón y que llena el mío del violento jugo de la nostalgia.
Es extraño y muy especial imaginarse a García Lorca entonando, como podía, el corrido suriano más popular del país; buscando tal vez, un lugar común con el poeta mexicano.
Aunque es curioso pensar que en los asuntos de Revolución, no tenían casi nada en común: Novo era bastante conservador, tanto que cuando el país era presidido por Lázaro Cárdenas le escribió a Lorca que "este México que ha caído en las peores horribles manos" y a Lorca lo mataron por sus ideales socialistas, muchos de los cuales podrían ser comparables a visión de Cárdenas.
Después de ese crucial desayuno, García y Novo no se volvieron a ver, pues al día siguiente, el primero cayó misteriosamente enfermo. Según los chismes de Sergio Téllez-Pon, otro poeta mexicano, corría entre escritores la historia (desde la boca del mismo Salvador Novo, dicen) de que, después de desayunar, los dos poetas y amigos tuvieron un encuentro de una naturaleza más sensual a orillas del río, lo que causó en Novo una enfermedad respiratoria tremenda, que lo sumió en "un prolongado, febril sueño".
No sabemos, ni nos interesa, si esto efectivamente pasó: todas las palabras y narraciones suman a la construcción de ambas figuras, bien queridas y dignas de protagonizar nuestras mitologías.
Después del episodio, Novo envió 3 cartas a García Lorca. No se tiene registro de respuesta. Pero las palabras son igual de disfrutables que cualquier poema. Además, está el poema, en donde él se pinta como una Adela y Federico es "Angelillo", un torero y aventurero:
Ella venía de México
—quietos lagos, altas sierras—,
cruzara mares sonoros
bajo de nubes inciertas:
por las noches encendía
su mirada en las estrellas.
Iba de nostalgia pálida,
iba de nostalgia enferma,
que en su tierra se dejaba
amores para quererla
y en su corazón latía
amarga y sola la ausencia.
Él se llamaba Angelillo
—ella se llamaba Adela—,
él andaluz y torero
—ella de carne morena—
él escapó de su casa
por seguir vida torera;
mancebo que huye de España,
mozo que a sus padres deja,
sufre penas y trabajos
y se halla solo en América.
Tenía veintidós años
contados en primaveras.
Porque la Virgen lo quiso
Adela y Ángel se encuentran
en una ciudad de plata
para sus almas desiertas.
Porque la Virgen dispuso
que se juntaran sus penas
para que de nuevo el mundo
entre sus bocas naciera,
palabra de malagueño
—canción de mujer morena—,
torso grácil, muslos blancos
—boca de sangre sedienta.
Porque la Virgen dispuso
que sus soledades fueran
como dos trémulos ríos
perdidos entre la selva
sobre las rutas del mundo
para juntarse en la arena,
cielo de México oscuro,
tierra de Málaga en fiesta.
¡Ya nunca podrá Angelillo
salir del alma de Adela!
(De Nuevo amor y otras poesías, SEP, 1984)
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